Blog | El periscopio

Como el Antiguo Testamento

NO ME apetece nada tener que volver sobre mis pasos, sobre los suyos, y verme obligado a hablar nuevamente del caso Aqualia, la empresa concesionaria del servicio del agua. ¡Dios, que pesadilla!. No me gusta que piensen que soy un augur, pero visto lo visto, qué quieren que les diga, que tal vez lo sea, que sí, lo soy. Nuevo capítulo en esta particular historia interminable monfortina, ciudad en la que todo tiene un ritmo distinto, peculiar, teniendo como ejemplo sus sesiones plenarias. Son para enmarcar.

Qué cuadros se pintan en la reuniones de la corporación, por Jehová, dignos del Antiguo Testamento. Parece que está Moisés adoctrinando a los adoradores de falsos ídolos, a quienes les advierte una y otra vez de que no piensa separar las aguas de ningún río para salvarlos de su idolatría profana, de su sinrazón, de su ignorancia.

Los otros, los apóstatas, sabedores de que son multitud, descartan las recomendaciones de la persona que ha sido ungida por el Hacedor y, revelándose, proponen un nuevo orden, una nueva doctrina que, finalmente, ese peculiar Moisés, como si cayese en el milenarismo, en la desesperación, acepta.

Quizá lo haga sabedor de que no tendrá que rendir cuentas ante nadie, sobre todo ante falsos profetas. Es consciente de que su mandato en el reino terrenal es efímero, fugaz, con una única mácula, el desaliento de no poder dejar una impronta por la que se le recuerde hasta que, como se recoge en el libro del Apocalipsis, siete ángeles hagan sonar otras tantas trompetas y se abra el libro cerrado con siete sellos para poner fin al mundo que conocemos.


"Y dijo Moisés: en esto conoceréis que Jehová me ha enviado para que hiciese todas estas cosas y que no las hice de mi propia voluntad"


Está solo. Es una soledad fruto de sus actos. Ha creído que no necesitaba la ayuda de nadie y los que podían echarle una mano se han revelado contra él por, declaran, su soberbia. Y han actuado como se recoge el Isaías 2.17: "La altivez de los ojos del hombre será abatida y la soberbia de los hombres será humillada".

Ha sido capaz de manejarse con soltura durante los 18 primeros meses de su mandato, pero quienes permitieron en su día que cogiese las riendas dicen estar cansados de no recibir más que muestras de desprecio. Lo han abandonado y se han aliado con sus enemigos naturales. Tal unión la ha considerado antinatural y de poco le valdrá declarar a los cuatro vientos, como se recoge en Números 16.28: "Y dijo Moisés: en esto conoceréis que Jehová me ha enviado para que hiciese todas estas cosas y que no las hice de mi propia voluntad".

Nadie lo escuchará. Nadie atenderá sus razones. Todos están convencidos de que él es el único culpable de lo que le está sucediendo y de lo que está por venir.

Sí, tiene el poder por mandato del pueblo, pero es exiguo. Los que tiene frente a él son mayoría y ya han dado muestras de que harán todo lo que esté en su mano para hacer valer sus decisiones, al tiempo que pondrán cuantas piedras puedan en su camino para que no luzcan ante los hombres las maravillas que intente realizar.

Después de hacer este bucle apocalíptico y esperando que no piensen que soy un novelista en ciernes (nada lejos de mis intenciones al saber la limitación de mis capacidades y, sobre todo, su espíritu crítico para desechar el grano de la paja) me permito el lujo de recomendarle a la ganadora del premio Planeta, a Dolores Redondo, quien estos días visitó el territorio que la inspiró para situar a sus actores dentro de un mundo de intrigas, a que venga más por aquí, en especial por Monforte, y que acuda a las sesiones plenarias. Tiene un filón para montar otra saga truculenta, de las que gustan al público, tipo ‘La Trilogía de Baztan’. Quién sabe. Tal vez haya estado por aquí con esa intención y haya comenzado a vigilar a sus futuros protagonistas, los que integran la corporación municipal monfortina.

Insisto, dispone de material para dar y tomar. ¡Qué pedazo de novela podría montarse!

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