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Los camelos de don Víctor

Ahora se ha agarrado del bracete del ministro Margallo en un proyecto de gran presupuesto y en el santo nombre de la lengua patria


LES VOY a contar un cuento...… No, dos cuentos. El primero sucede en una playa del sur de Gran Canaria, allá por el calor de 1978. Asistía a una reunión de inmersión en el lenguaje y los modos de la política. Sentado a mi vera en clase, un joven diputado de UCD se me presentó y hablé…, perdón, habló como un libro. España acababa de celebrar las primeras elecciones democráticas, Adolfo Suárez afrontaba, con valor y miedo al tiempo, sus peleas con los gigantes —que no eran molinos—, José Manuel y yo…, perdón, él solito, me marcó el camino que España debía seguir. ¿Nos damos un baño?, preguntó/é. Y el chiste: "No traje traje". Cuando lo encontramos, marcamos trote rumbo al mar. Era una playa nudista. Mi compañero era José Manuel García Margallo, hoy ministro de Exteriores de España, si no lo han echado ya del Gobierno.

El otro cuento es una farsa, típica de García de la Concha. Un día me preguntó Antonio Mingote si me había presentado a un premio literario muy considerado y de cuyo jurado formaba parte. Le dije que no, pero lo hice a última hora. No me dieron el premio. "Raro, dijo Antonio, los otros cinco jurados dicen que te han votado". Unos días más tarde supe que no había tenido más que un voto, el de Antonio. El director había ofrecido sillones y se había llevado el gato al agua de un amigo. ¡El señor director es más falso que Judas! Siendo seminarista en Oviedo, sacaba beneficios hasta de sus arrebatos místicos. ¿Por qué razón importantísima le concedió, hace años, Juan Carlos I la encomienda del Toisón de Oro, el no va más de las condecoraciones, honor único y vitalicio? ¿Han visto el escudo de armas del toisonado? Gozó del privilegio de ser director de la Academia de la Lengua durante tres periodos, siendo el tope de dos. Cuando no pudo seguir, —la ruina de la docta casa era total— saltó al Instituto Cervantes: allí, todos los bancos quieren ser patronos, los proyectos se ofrecen, como honor, a grandes empresas que abonan lo que haga falta.

Ahora se ha agarrado del bracete del ministro García Margallo en un proyecto de gran presupuesto y siempre en el santo nombre de la lengua patria. Pocos saben del Siele (Servicio Internacional de Evaluación de la Lengua Española) para encuestar y certificar el grado de conocimiento del español en el mundo mundial, con apertura de centros de examen en países como Brasil, Estados Unidos, China y otros, asegura don Víctor, quien señala que el certificado de evaluación tendrá que renovarse cada dos años, pues es "una prueba escalar de 0 a 1.000 puntos que en sus diversos tramos va correspondiendo a lo grados señalados por el Marco Común Europeo de Referencia para las Lenguas". Por supuesto, convivirá con el Cele y con el Dele, certificado y diploma, respectivamente, que acredita lo mismo pero que tiene validez indefinida.

Si yo fuera mal pensado me echaría las manos a la cabeza. ¿El presidente del Cervantes y el ministro Margallo pisando olas y sin bikini? ¿Y cómo se llama el presupuesto? ¿Tiene algo que ver esto con la sospecha de pretensión monopolística de las empresas televisivas de Telefónica, empresa patrocinadora del Siele? Es el reino de los presbíteros, de los ancianos. Margallo acaba de cumplir 71 años; se gasta poco: sus esfuerzos se limitan a viajes de postín, miradas a la cámara, irse de la boca y a contar chistes en las reuniones. De vez en cuando, eso sí, suelta una coz como la oferta —a título personal y contra su propio partido— que acaba de hacer al nacionalismo catalán. Quiere ser presidente del Gobierno, aunque, por lo que hace, le importa poco con qué partido, ¡Cuidado! Es un nudista.

Pero García de la Concha va a lo suyo, tiene ya 82 años y arrastra penosamente, además de los pies, un pesado clamor de desconfianzas. Ya sabemos que las ideas flotan por su naturaleza etérea. Lo que pesa es el presupuesto. Dicen que en eso sigue como en el seminario. Más pragmático, si acaso.

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