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Sanchica, princesa de Barataria

Título: Sanchica, princesa de Barataria
Dirección: Pedro Villora
Reparto: María Besant y Ainhoa Amestoy
Sala: Auditorio Gustavo Freire


NO SE PUEDE contar una historia de una forma más simple. Las mujeres que encierra ‘El Quijote’ duermen en un gran baúl de viaje. De ahí las sacan dos juglaresas que, muy lozanas, avisan al público: "Nosotras somos de Lavapiés". Por si no nos hemos enterado suficientemente nos dicen de viva voz que van a contar una historia: la de las mujeres que pasan desapercibidas entre las aventuras de Don Quijote y Sancho Panza. Las historias de las mujeres tienen también un lugar muy destacado en toda la obra de Cervantes y en especial en ‘El Quijote’.

Ainhoa Amestoy ha escrito un texto bien formado meciéndonos entre los capítulos del Quijote a través de sus mujeres. Nos cuenta que Sancho Panza tenía una hija y una mujer celosa como puede tener cualquier españolito de a pie. La mujer manda a su hija a espiar a su padre para que no se desmadre por esas tierras secas de la España entre molinos.

Es una idea estupenda buscar el universo femenino del referente de la literatura española. Un terreno poco explorado en teatro y que, sin duda, tiene muchas posibilidades. Aunque la temática y las interrelaciones que se crean entre esas mujeres sean únicamente de índole amoroso.

Ainhoa Amestoy, en su papel de juglaresa, interpreta un texto lleno de matices. Sabe marcar diferencias entre los distintos lenguajes y marcar con el gesto lo que no puede hacer con una inmóvil marioneta que maneja con una mano. Consigue enternecer con una Sanchica Panza, hija de Sancho Panza, ávida de aventuras. La podemos, incluso, imaginar recorriendo la meseta tras los dos caballeros andantes pero descubriendo sus propios mundos paralelos. Amestoy forma un binomio escénico con María Besant sosteniendo con igual peso la obra. Cada una posee sus momentos intensos pero, en general, se equilibran bien. En teatro no es fácil mantenerse en una misma intensidad de línea pero cuando se consigue, la obra gana verosimilitud.

El auditorio Gustavo Freire se queda grande para toda la puesta en escena que luce mejor en escenarios pequeños como el de Almagro. Pedro Villora ha realizado aquí una dirección sin demasiadas estridencias, con la simpleza propia de una obra para un público familiar. Los ingredientes son pocos: dos juglaresas, un baúl y un escaparate de marionetas que va cobrando vida a medida que trascurre la obra. A esto hay que añadirle una frágil iluminación sin ningún tipo de efecto. Se queda pobre todo el montaje técnico. Sin embargo, hubiera sido fácil buscar más recursos para ocupar espacio o para diferenciar escenas con más ritmo. Esta obra lleva año y medio en cartel. Fue concebida como homenaje a los 400 años de la publicación del Quijote. Nos recuerda que Cervantes, al contrario que otros contemporáneos suyos, nos presenta numerosos tipos de mujeres: servidoras, sumisas, incultas o conservadoras como Teresa Panza. Pero también feministas e independientes de los hombres como Marcela, o aventurera y culta como Dorotea. Dulcinea es la única que no existe en la realidad y por eso encarna todos los tópicos de la mujer idealizada. Los 400 años del Quijote bien se merecen uno o varios homenajes a sus personajes femeninos.

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