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Los recuerdos vienen al encuentro

Saber vivir lleva a perderse y reencontrarse
Maruxa
Maruxa

SEÑOR DIRECTOR:

"Casi hubiéramos podido… " es la frase de la nostalgia o la tristeza de los adultos y de quienes nos vamos haciendo viejos. Miramos atrás, repasamos y nos damos de bruces con lo que pudo ser y no fue. Ni ya será. Es el repaso de las frustraciones, de los miedos, de los excesos de prudencias que nos impidieron la busca y la práctica de saber vivir. Prejuicios interiorizados que perjudicaron o impidieron plenamente el vivir en plenitud los momentos poéticos, la felicidad, que aparecen en el transitar de la vida.

Esta idea anda por algún sitio, como advertencia, en El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres. Hay ahí una exquisita y deliciosa narración de los posibles pequeños placeres de cada día: un croissant mañanero, con un buen café y un periódico en la mesa de una terraza; la cena en el jardín, con el fondo de un potente concierto de grillos y ranas que le ponen música al anochecer, el encuentro con los ojos del otro o la otra que en la noche son faros que envían señales de amor o la música y voz potente de Uxía que me estremece de emoción cuando con el Alalá das mariñas llega en la carretera por la radio del coche en la madrugada.

Una vida en disfrute y en procura de la felicidad nada tiene que ver con los fantasmales miedos y las amenazas de sufrimientos eternos que transmitían los moralistas católicos, y otros seculares, que nos alcanzaron a quienes nos educamos bajo el franquismo.

El padre Royo Marín decía en su Teología moral para seglares que se iba a ocupar de "una materia escabrosa y nauseabunda" cuando tocaba la lujuria. Lo repasa con rigor José Antonio Marina en Pequeño tratado de los grandes vicios (Anagrama). Parecería que saber vivir fuese siempre la apertura de las compuertas a la autodestrucción y llevar a la ruina a otros. Incluso Epicuro, el gran referente del hedonismo, aunque lo que le atribuimos en general poco tenga que ver con lo que nos enseña Emilio Lledó sobre epicureísmo, escribía: "Las relaciones sexuales jamás favorecen y por contentos nos podemos dar si no nos perjudican". Es, creo, una visión dominante en los pensadores clásicos griegos.

Le propongo una ligera aproximación a algunos que, como el poeta Pablo Neruda, confiesan que han vivido: en el paisaje que dejan atrás domina el sentimiento de plenitud. De Edgar Morin, y usted sabrá disculparme que se lo traiga a estas cartas una y otra vez, aparecen ahora en español Lecciones de un siglo: cumplirá en julio 101 años. Sabah Abouessalam, su actual compañera, cuando él celebraba el centenario confesaba: "Edgar n’a pas d’âge". Ella cumplía 62. Este librito son retazos de testimonios personales de quien ha vivido intensamente el agitado y cruel siglo XX. Ha sido observador y protagonista activo frente a la barbarie. A los doce años, en La ópera de los tres centavos, libreto de Bertolt Brecht recordémoslo, descubrió que "una vida reducida a la supervivencia deja de ser vida". Siempre mantuvo que sobrevivir en la necesidad, la miseria, la opresión y la humillación es "subvivir, que es peor que sobrevivir".

Le apunto de otra dimensión, independiente del saber vivir, para estos momentos. Encontrarse ahora con los testimonios de la vida ordinaria de las personas y la sociedad europea en los años previos al estallido de la Segunda Guerra Mundial lleva inevitablemente a volver la vista sobre el tiempo presente: esta larga primavera de 2022, en la que hay más espacio y más atención mediática para el fichaje de un futbolista que para los algo más que escarceos, amenazas, de guerra y destrucción sobre el suelo europeo. Le diría a usted, y no lo entienda como una injerencia en su responsabilidad de director, que en las clásicas páginas de verano de los periódicos habrían de incluirse este año textos de El mundo de ayer, de Stefan Zweig, o del Diario de un estudiante, de Gaziel, uno de los grandes del periodismo español de todos los tiempos. El estallido de la primera Gran Guerra le pilla en París. Escribe sobre la vida ordinaria, sobre la normalidad rota de la noche a la mañana.

Llena de tristeza el relato de cómo unos estudiantes que compartían mesa y convivían felices en la cena, se descubren en el desayuno como enemigo, condición que les viene impuesta. Impresiona la joven alemana que tiene que abandonar la pensión, solo por ser alemana. Da la dimensión del imperio de los peores sentimientos que desentierra y siembra la guerra. Lo estamos viendo ahora y aceptamos incluso como normal que se trasladen a las expresiones culturales los boicots. Las censuras y silencios llegan hasta para la música universal que interprete un conjunto o una orquesta a la que le correspondió encima la arbitrariedad del autócrata Putin.

Regreso al inicio, con el pensador y sociólogo francés. Nos recuerda, en lo que diría que son apuntes, que "vivir es poder gozar de las posibilidades que ofrece la vida, cosa que he ido aprendiendo progresivamente". Hace ya años que los recuerdos vienen a su encuentro (Le souvenirs viennent à ma rencontre) y aporta algunos tan entretenidos. E incluso le diría a usted que simpáticos, como Vidal y los suyos. Su Diario de California (1970) me abrió en plena juventud una ventana para ir tirando trastos viejos. Había serio riesgo de que se instalasen como decoración fija y se incrustase para cerrar a la luz el alma y los sentidos. A partir de ahí uno escribe en el acontecer diario su libro de los pequeños placeres, me apropio de un título de Luis Landero; descubre que los períodos o estados de felicidad comportan siempre una dimensión poética, no solo la de los poemas, sino la de la vida: «La emoción poética nos abre, nos dilata, nos encanta. Es un estado de trance que puede ser muy dulce al intercambiar unas sonrisas, al contemplar un rostro o un paisaje». Saber vivir la emoción poética permite «llegar al éxtasis, a la sensación de perderse y a la vez reencontrarse». No es cursilería en quien estudió el amor, la poesía y la sabiduría, o al hombre y la muerte.

De usted s.s.s.

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