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El provinciano que había avisado

Feijóo reitera el mensaje de que la polarización extremista ni suma votos ni construye nada

Alberto Núñez Feijóo. XOÁN REY (EFE)
photo_camera Alberto Núñez Feijóo. XOÁN REY (EFE)

SEÑOR DIRECTOR:

Pablo, que cae del caballo, es uno de los protagonistas fundamentales de El Reino, la obra de Emmanuel Carrèrre que se ocupa de los orígenes del cristianismo y expone la experiencia de fe del propio escritor en algún momento de su vida. Esta referencia me servía como pretexto para la carta que tenía para usted ya en buzón, ahora virtual, del correo. Otro Pablo, Casado, se acaba de caer del caballo. O eso parece. Sucedió después de haber renegado de la centralidad política y de una visión plural, digamos que constitucionalmente autonomista, de España, y tras una caída al vacío político por su resultado electoral.

Dudaba, a la hora de escribirle aquella carta, entre colgarme de la percha de Carrère, como le digo, o tirar del tópico de Groucho Marx. Ya imagina usted por dónde: esa frase que se le atribuye, aunque no esté documentada: "Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros". Algo así como una versión del ocaso de las ideologías para quien no diferencia entre planteamientos de estrategia y auténticos problemas de ideas.

Es cierto que Pablo Casado se encontró, como él recuerda ahora, con las tres "ces" como retos: corrupción, Cataluña y crisis económica. Pero la causa de su derrota electoral, para la que se agotaron ya los adjetivos, el pasado día 28 radica en las soluciones que proponía. No en los problemas, que no entendió. Los hechos, "de los que todos somos responsables", hay que admitirlos, antes de proponer soluciones, tal como aconsejaba Hannah Arendt. Las recetas mágicas y simples nunca se paran a ver la dimensión de los problemas. Ignoran que para realizar un diagnóstico acertado hay que auscultar y escuchar todo, todo, el cuerpo.

La caída de Casado, Pablo, el domingo pasado, tuvo también su iluminación como la del otro Pablo que iba camino de Damasco para perseguir cristianos. Este, Pablo Casado, pasó súbitamente de apostar por la salvación que presentaba como gran novedad la extrema derecha a descubrir las mamandurrias de Abascal y su real posición, para renegar de la misma. Pasó a propagar en horas 24, como Lope con sus creaciones para el teatro, la buena nueva de la moderación y el centrismo.

La señora Merkel, que parece ser una figura algo más que significativa en los populares europeos, no necesitó iluminación mágica alguna. El pasado viernes, desde África, recordaba que para acumular poder no habrá suma posible de los populares con la extrema derecha, ni en el Parlamento Europeo ni en Alemania. Hay saltos de barreras que implican más riesgos, incluso más peligrosos que los experimentó en votos el PP de Pablo Casado. La respuesta de la señora Merkel es coherente con la identificación de los hechos. Recuérdese Alemania. Recuérdese también España.

Entenderá usted, señor director, que después de escuchar a Alberto Núñez Feijóo en la entrega del premio José Luis Alvite al maestro del columnismo periodístico Carlos Luis Rodríguez modificase la carta que tenía en el correo.

El presidente de la Xunta, y sobre todo en este caso barón popular, abrió su discurso, que marcó otra ruta para el centroderecha español, con la mejor ironía galaica de un José Luis Alvite o de un Julio Camba, al que, por cierto, trajo a la sala de forma brillante Carlos Luis Rodríguez. Feijóo avisó que sus palabras eran de un "provinciano". El mensaje de apuesta por la centralidad y la moderación, de rechazo de los extremismos como vía para sumar, iba dirigido a los corresponsales de todo tipo que pudiese haber en aquel auditorio compostelano, para que lo hiciesen llegar a Madrid, más concretamente a la sede de su partido en la calle Génova. Al menos, así lo entendí.

Es cierto que Pablo Casado se encontró, como él recuerda ahora, con las tres 'ces' como retos: corrupción, Cataluña y crisis económica

Los dirigentes actuales populares dieron primacía al rancio conservadurismo hispano, enemigo a muerte de la Ilustración, que sigue acusando de antiespañol a quien no comparta su concepción de una España anclada en el pasado y uniforme. La Faes de Aznar nunca logró, o no pretendió, vestir realmente de liberalismo homologable ese pensamiento reaccionario. Cosecharon el desastre. Pero corrimos todos el riesgo de volver a polarizar este país en extremos incomunicables . No hace falta recurrir ni compartir ideología con Chomsky para saber que las palabras no son neutras. Aquí se resucitó un discurso político, un lenguaje, frentista que creíamos enterrado. Quien lo urdió como estrategia electoral para España es un irresponsable. Quienes lo siguieron o, si usted prefiere, picaron en el anzuelo son, además de políticamente irresponsables, auténticos ilusos como estrategas. No es nuevo el mensaje de Feijóo por el que manda aviso al centroderecha español desde "provincias". No responde a una oportuna estrategia postelectoral. No compite por la línea de salida el centroderecha español: lleva tiempo en ella. La ironía "provinciana", a la que recurrió el viernes en Santiago en el Día de la Libertad de Expresión que también se celebraba en aquel acto, es la reafirmación desde la periferia sabia y milenaria del "víase vir" o el "xa cho dixen" frente a los licenciados de carrera expréss.

A Núñez Feijóo lo escuchamos en diciembre con rechazo de los extremismos para el discurso y el ejercicio político, y con afirmación del autonomismo y la pluralidad frente a los nacionalismos secesionistas o centralistas. Fue en la presentación del libro que coordinó Fernando Jáuregui y en el que colaboramos algunos de los que ejercimos esta profesión en la transición. El presidente de la Xunta puso como modelo a quienes hicieron posible el encuentro para superar, parecía que al fin, el conflicto de las dos Españas. Apostaba claramente en defensa de la centralidad frente a la polarización extremista cuando empezaba abril. Lo recordará usted, fue en un discurso de profundo calado político en el contexto de plena campaña en la entrega del Puro Cora a Lucía Méndez.

La ciudadanía no atendió en la transición a las posiciones extremas, de frentismo. Desde entonces, y sobre ese principio, se mantiene el más largo período de libertades y progreso que ha vivido este país. Tampoco atendió ahora el ciudadano a la llamada al extremismo, desde sentimientos primarios y de la tribu, como respuesta a los problemas del país y sus gentes. Fue así incluso en los barrios madrileños que exhiben más nacionalismo de banderas en los balcones. Vox quedó como cuarta fuerza en el distrito de Retiro y tercera en el barrio de Salamanca.

Hay más madurez en los votantes, a pesar de los inmensos castigos que han recibido, que en la mayoría de los actuales liderazgos políticos. Es una lectura que parece correcta de los resultados electorales. Es la conclusión a la que pueda llegar quien escuche los "mensajes provincianos" que un dirigente del centroderecha pronuncia en Galicia antes y después del batacazo al que llevó Pablo Casado al PP. Trasladó a la política, y dicho sea con todos los respetos, el misterio de la Trinidad, y así volvemos, señor director, a la inicial referencia a El Reino de Emmanuel Carrèrre. Creyeron Casado y sus estrategas que la suma de tres era igual a uno, y en verdad resultó que no, como ya le habían anunciado desde provincias. Incluso no debería servir esa fórmula, lo advierte la señora Merkel, ni para acumular poder. Claro que tampoco el líder de Ciudadanos en Andalucía lo entiende así, como la señora Merkel: él, que creíamos que estaba en un partido liberal, no le pone etiquetas políticas a nadie. Y menos a Vox, si hay riesgo para el disfrute de un tiempo de poder. Este viaje, señor director, es tan viejo como la humanidad.

No sé si las corresponsalías habrán transmitido al Casado de Madrid las palabras "provincianas" de Feijóo. Pudiera ser que la ironía, por la negativa para entender pluralmente España, ni se capte.

Atentamente.

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