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Por el cambio

Felipe González hizo historia en la incorporación de España a la modernidad 

SEÑOR DIRECTOR:

Todas las buenas historias sobre España empiezan en Francia. Lo dice Sergio del Molino en ‘Un tal González’*. Habla del cambio en el socialismo español. Llega desde la España del interior a Toulouse, donde residían esclerotizadas las esencias del exilio republicano, y a Suresnes. También Jorge Semprún, además de las criminales perversiones del estalinismo descubrió que la estrategia del PCE desde el exterior no se correspondía con la España del interior: Franco se murió en el hospital sin que llegase la huelga general que paralizase el país. Si a Semprún lo expulsaron del PCE por su coherencia moral, también de los comunistas de París, Carrillo, llegó la estrategia y la apuesta por la reconciliación nacional.

Blog de Lois Caeiro. EP
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Si me honra con su compañía, le llevo a tres momentos, el periodista estaba allí, en París. Es una forma personal de destacar la transformación que el país experimentó en pocos años: de las últimas penas de muerte de Franco (1975) a la firma del Tratado de Adhesión a la Unión (1985), y la incorporación (1986). Del Molino narra con la biografía de Felipe González la historia de la transformación de España y la actualización del socialismo a la realidad de una sociedad que esperaba la muerte del dictador pero que no quería que el futuro fuese una vuelta a las andadas.

El 28 de octubre se cumplen cuarenta años de las elecciones generales que dieron la mayoría absoluta —202 diputados— al PSOE de Felipe González. Fue un acontecimiento histórico: aceleró el proceso de modernización y asentó la democracia. Las amenazas seguían.

Le diría que el libro de Sergio del Molino, lo leí estos días, es aconsejable para quienes han construido un relato de la Transición por el que "prefieren ser nietos de la guerra civil a ser hijos de la Transición" y la reconciliación nacional. Un detalle, Del Molino nace cuando Franco llevaba cuatro años enterrado en Cuelgamuros, se habían celebrado elecciones democráticas y aprobada una Constitución en la que cabían las dos Españas. No hay nostalgia mitificadora de aquel período.

El ‘Aidez l’Espagne’ que Joan Miró pintó en 1937 reapareció en las paredes de París en el verano de 1975. Creo recordar que fue en Trocadero la cita contra el dictador, que se moría, y la expresión de rechazo al franquismo. Allí estaba Santiago Carrillo. Las noticias que llegaban de España eran de violencia política: muertes, como la de Moncho Reboiras, asesinatos e incluso registros de la policía política en las dependencias de monseñor Araújo Iglesias, obispo de Mondoñedo-Ferrol.

A finales de septiembre, ya madrugada, despertamos en un autobús y al instante constatamos que habíamos entrado en España. Agentes de la Guardia Civil ocupaban el pasillo. Con el cañón de un arma frente a la cara recibimos la orden de alzar los brazos con el pasaporte en la mano. Había acabado, con un despertar de susto, la feliz experiencia de exprimir la libertad durante unos meses. Pocos días después, el 27 de septiembre, se producirían las últimas ejecuciones que firmó Franco. No respondió a las llamadas telefónicas de Pablo VI que pedía clemencia. A finales de febrero de 1981, en la misma capital francesa, la gran cartelería de los kioscos y de las vallas publicitarias reproducía las portadas de semanarios —no solo los políticos— con un anacrónico guardia civil, bigote, tricornio en la cabeza y pistola en mano, en la tribuna del Congreso. Era la imagen viva de la España que históricamente se resistió a la modernidad, que se imponía por la violencia. Era una bofetada, una vergüenza para el español que tomase un taxi o viajase en metro. Cómo no iba a sentir uno lástima de sí mismo por pertenecer a un país guerracivilista, autoritario, de golpes de Estado y hasta orgulloso de la intolerancia como marca nacional.

También en la capital francesa, quizás diez años después de aquellas manifestaciones del ‘Aidez l’Espagne’, experimenté el gran alivio de sentirme un ciudadano normal, incluso envidiado, sin motivos para avergonzarse. Podía salir del armario de la excepción ibérica. Primero, nada más llegar, en conversación con Jean François Duchene. Luego en la cena, con más personas. Descubrí que había caído el telón de la cerrazón e intolerancia frente a las libertades. Fuera, donde había sufrido ser de un país diferente, experimenté que era real ‘El triunfo de la democracia en España’, y tomo el título de Paul Preston.

El 28 de octubre de 1982 es una fecha clave en la política española. La llegada al poder de Felipe González supone una transformación histórica: la incorporación real a la modernidad y la homologación con las democracias liberales. Entra en la lógica, y sería de justicia, que un aniversario así se celebre mucho más allá de los límites partidarios. No sucederá. Aquí el reconocimiento unánime, o casi, a la aportación positiva a la colectividad se produce en el velatorio y camino del cementerio. Recordemos lo que sucedió con Adolfo Suárez.

Las reservas que algunos expresan ya ante los actos que el socialismo celebre en el cuadragésimo aniversario de la llegada al poder de Felipe González hablan mal de quienes las pronuncian. Es la sociedad española la que debe un reconocimiento a la figura internacional de González. Es de los pocos grandes líderes europeos que queda, o casi el único.

En la improbable hipótesis de que se produjese tal reconocimiento, saltarían unos con los escándalos de las acciones paralelas frente al terrorismo de Eta: los falsos atajos, chapuceros por ineficientes y pillería económica de algunos. Saltarían otros, que pagan en negro, con la corrupción que penetró ampliamente con González en el poder, y con el ensalzamiento que hubo del enriquecimiento exprés como modelo y tapadera. Y otros recordarían la presión y asfixia sobre la pluralidad informativa que habíamos experimentado con UCD.

A pesar de todo, el legado de González es histórico en la transformación del país, en la aceleración y profundidad de su modernización. No lo anduvo todo. Pero no sabemos, señor Director, si quienes desprecian e ignoran aquella tarea tienen memoria histórica sectaria y si prefieren desandar el camino emprendido en lugar de continuarlo.

De usted, s.s.s.

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