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Más debate y menos consigna

Incertidumbre y desasosiego definen el momento presente

SEÑOR DIRECTOR: El estado en que vivimos desde hace un par de meses y la oscuridad sobre el futuro inmediato lo reflejan dos palabras: incertidumbre y desasosiego. Los términos, que entiendo como certeros, son del escritor Javier Cercas. La incertidumbre surge del desconocimiento de lo que nos espera, desde la salud, con la infección del Covid—19 —por cuánto tiempo y cómo nos seguirá condicionando el día a día—, hasta la nueva realidad económica —nueva, por diferente—, con el paro como efecto más dañino. El Foro Económico de Galicia habla de shock en la economía gallega y de un retroceso de hasta el 18,9%.

Las construcciones cargadas de optimismo idílico sobre los cambios y transformaciones en la conciencia personal y en la sociedad tras esta experiencia del confinamiento son pura ficción, como días atrás escribía en Le Monde la editorialista Sylvie Kauffman. Sorprende tanto idealismo, formulado incluso desde cabezas que se suponen con armazón intelectual, cuando se constata fácilmente que son muy frágiles los materiales que afianzarán el futuro inmediato y cuando no se encuentran indicadores para depositar la confianza en quienes son en estos momentos directores y maestros de obra.

La realidad económica arrastraba patologías previas que agravan la situación y pide dedicación plena

Lo único cierto es que todos, incluidos economistas y científicos, desconocemos qué nos espera, incluso para el tiempo más próximo, lo cual produce desasosiego. Las comisiones parlamentarias y gubernamentales que se crean tampoco contrarrestan los temores.

Menos chorradas

No hay respuestas ciertas y contrastadas ni para la sanidad, ni para la economía, ni por supuesto para las consecuencias que ambas —sanidad y economía en shock— tengan sobre nuestra forma de vida. Hay un cierto consenso, eso me parece, en que tardará el regreso a una normalidad como en la que vivíamos en el pasado marzo. Incluso hay profetas del pesimismo que dicen que no volverá una situación igual. Le he de decir, señor director, que les temo a estos profetas: son los mismos que tras el desastre de 2008, causado por las orgías de los financieros, nos repitieron que nunca volvería el estado de bienestar. Estos falsos profetas, además de hacerse más ricos, verían el fin del mundo o de la historia en las pestes medievales.

Sin recurrir a consejos de Perogrullo o a falsos ejercicios de psicología, como los que ya abundan por internet para darnos píldoras de sosiego personal, una cierta disposición para racionalizar los sentimientos parece oportuna. Así como será conveniente observar y debatir —qué resistencia al debate y a la discrepancia— sobre los caminos que pueda seguir la situación económica y las consecuencias sociales y políticas que producirá. El riesgo es que se imponga la consigna en lugar del debate y nos impongan, y aceptemos, como único posible, y bueno, lo que nos ofrezcan.

Estamos —somos— ante un enfermo con patologías previas, y algunas de ellas graves. Por eso se entiende que algún dirigente, lo hizo el propio presidente gallego, advierta de que la situación es peor que la del 2008. Por eso parece una obligación con el país que desde el mundo universitario, desde foros de análisis y pensamiento y desde las organizaciones profesionales se estudie, se debata y se trasladen propuestas a los gobernantes y a la sociedad. Ahí hay un papel imprescindible de los medios de comunicación de referencia, una razón de ser de la prensa. Particularmente hay un mandato para justificar la existencia de las radios y televisiones públicas: menos chorrada y más sustancia.

Reflexión de urgencia

Anagrama publicaba el pasado jueves en edición digital ‘Pandemia’, de Slavoj Zizek , un conocido filósofo, sociólogo y psicoanalista. Este polémico, irreverente según otros, y crudamente descalificado como pensador por Chomsky —una opinión que tampoco es obligado tomar en consideración— aprovechó estos dos meses de reclusión para la reflexión y ofrecer vías de futuro. Es un "análisis de urgencia", dicho esto no tanto por escribirlo al ritmo de los propios acontecimientos, sin distanciamiento, como una venda antes de las heridas que pueda producir la crítica. Me doy por satisfecho con los extractos más o menos amplios que difundió la editorial y con alguna que otra textual parrafada temática.

Le cito esta obra ya que entiendo como útil que nos aproximemos a la realidad en la que estamos y la que viene desde el ejercicio del pensamiento filosófico y socioeconómico. Zizek deja sentenciada la causa de esta crisis en la pura contingencia. A estas alturas del calendario, zanjado el origen, importa la prioridad de los descubrimientos de la ciencia para parar o dominar la infección Covid—19, e importan los efectos que deja sobre nuestras mentes, sobre nuestra forma de estar en el mundo, y las consecuencias socioeconómicas que produce en una situación que este pensador valora como ya descompuesta previamente. Admítase este diagnóstico aunque la salida por un ‘comunismo especial’, que formula, parezca más añoranza o ideología que construcción real. Cierro, con la referencia a un virus para Europa que Zizek denomina ‘putogan’: Putin y Erdogan. Los dos mandatarios tienen en sus manos el control para Europa del paso del petróleo y de los refugiados. Tienen la llave para acentuar las crisis y la descomposición de la unidad europea.

El café existencialista

Le confieso, y sé que doy un largo salto casi mortal, que tras escuchar a Cercas mi tentación inmediata fue ir a por el ‘Livro do desassossego’ de Fernando Pessoa. La primera edición en portugués está en dos volúmenes, que encontré no hace muchos años en una librería de Porto. A veces su prosa para mí no resulta fácil. Di primero con la traducción española, ‘Libro del desasosiego’, que hizo Ángel Crespo y publicó Seix Barral. Con su permiso aprovecho para un paréntesis: los gallegos no deberíamos necesitar traducción para leer a los autores portugueses si la comunicación con Portugal estuviese normalizada y nosotros habituados desde la escuela a leer en esa lengua. Cerremos paréntesis. Para la cotidianidad del confinamiento la lectura de Pessoa puede ser útil. No, por supuesto, para buscar las necesarias respuesta sobre la incertidumbre del futuro. Pero mejor Pessoa que muchos patios de vecindad o barullo tabernario en forma de programa televisivo.

Tampoco, y damos otro salto, le voy a decir a usted que hayamos de irnos tocartados al ‘café de los existencialistas’. Me vino igualmente a la mente al oír a Cercas. No defiendo que reclamemos por todas partes réplicas de la terraza acristalada del Café de Flore. De la calidad del café que allí servía en fechas todavía recientes, mejor no hablamos. Espero que fuese mejor con los croissants que desayunaba Sartre.

Lo cierto es que cuando todo estaba por reconstruir en Francia y se buscaba y juzgaba a los colaboracionistas, Jean Paul Sartre tuvo lleno hasta la bandera —"atropellos, golpes, sillas rotas, mujeres desmayadas"— para escucharle hablar sobre "El existencialismo es un humanismo". Era octubre de 1945. Y se puso de moda el existencialismo, que casi define un tiempo y una forma de ser. Heidegger sitúa el término en Kierkegaard. Tampoco es irse por las ramas: la indagación sobre lo existencial "comporta una preocupación práctica por sí mismo" y, por tanto, hay muchas similitudes con el pragmatismo, que es lo que precisamos en las respuestas para la incertidumbre económica de presente y futuro, además de buena terapia para el desasosiego.

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