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La Galicia de 'Luar'

Más que negar el espejo que proyecta el éxito de Xosé Ramón Gayoso habría que auscultar sin trampas el país

SEÑOR DIRECTOR:

Solo la fidelidad de la audiencia explica la permanencia de un programa de televisión durante tres décadas. Diría mejor: lo explica la capacidad del programa para captar y fidelizar audiencia. Le hablo, lo imagina usted, del Luar de Xosé Ramón Gayoso. Este programa, en las noches de los viernes de la TVG, es un singular fenómeno social y de comunicación. Supone, probablemente, un excelente espejo del país, o de parte del mismo. No sé si se corresponde a una foto fija panorámica, que dura ya treinta años y que se prolonga en generaciones diferentes, o es un encuadre de una realidad gallega, que se ignora o que en ocasiones sustraemos a las visitas. ¿Es o no Luar significativo del país, se corresponde con su espíritu, está ahí el Volksgeist por recurrir a conceptos del romanticismo? Treinta años en pantalla alguna explicación académica pediría.

Aunque somos una tierra de longevos, muchos de los fieles que hace treinta años cosechó de Luar no habrán podido sentarse, por razones biológicas, ante el televisor la noche del pasado viernes para ver el programa aniversario. Otros, con idéntico interés, con la misma identificación como grupo, sustituyeron o sucedieron a lo largo de estas tres décadas a los que ya no pudieron ver el trigésimo aniversario. Touriñan lo dejó gráficamente claro: el actual Gayoso es el hijo del presentador del Luar de 1992. Pero Gayoso y la esencia definitoria del Luar, el imaginario de país que proyecta, ahí siguen. Por lo que se ve, en el país hay cantera de Luar.

Carta abierta al director - Mx
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Si a usted le parece podríamos diferenciar dos fenómenos que se suman para la permanencia del programa. Pudieran ser independientes. De un lado, el contenido, Zeitgeist de un tiempo y una sociedad que refleja Luar, y el imaginario que proyecta. Y, de otra parte, su presentador, Xosé Ramón Gayoso, su popularidad, su aceptación familiar y acogida por la audiencia.

Existe una audiencia televisiva en el país que se ve reflejada, que se identifica, en los contenidos, en el tono y la filosofía del programa. De ahí los entusiasmos de sus seguidores. De ahí también la resistencia de otros a admitir que tal éxito televisivo sea foto de Galicia. Puede, y es absolutamente legítimo, que no guste lo que refleja el espejo. Cuestión diferente sería negar que esa realidad sociocultural exista. No será Luar un plano general de la actual sociedad gallega pero se corresponde mucho con un marco real de una Galicia que está ahí y que se encuentra hasta en los centros comerciales la tarde de un sábado. Si es, como se repitió infinidad de veces, una Galicia que desaparece, la permanencia del programa durante treinta años lo desmiente. Habrá que aceptar que los entusiastas seguidores de inicios de la década de los noventa dejaron fieles herederos. El éxito, la permanencia temporal, quizás también se explica por la atención a una población, a un segmento de audiencia, al que nadie les dio protagonismo. Pero votan.

No es detalle menor, hablamos de un medio público, que el programa de Gayoso y Manolo Abad haya visto pasar por el poder en Galicia a Fraga, a Touriño- Quintana, a Feijóo y a Rueda, es decir a todo el arco parlamentario salvo la circunstancia de las mareas: AP, PSOE, BNG y PP. Luar y la Galicia que representa y proyecta permanece con unos y otros. Sería esta, otra vertiente sociopolítica y cultural a la que quizás le haya dedicado atención e investigación alguna tesis en los estudios de sociología o comunicación en Galicia. Seguro que aporta conclusiones para entendernos.

Con independencia del imaginario de país que refleja y alimenta Luar hay un fenómeno singular de popularidad, liderazgo y acogida en la figura de su presentador. También merecería, si no se ha hecho, un estudio. ¿Qué convierte en familiar, próximo, a Xosé Ramón Gayoso? Hace casi cuatro décadas que lo conocí. El impaís, que diría Xavier Alcalá, lo convirtió en demasiadas ocasiones en Jayoso.

No sé yo si el estado de salud, el diagnóstico del idioma propio resiste tanta broma ni si la modernidad del país se construye con la reiteración de modelos de humor esperpéntico. Fue allá por la primavera de 1985 cuando me encontré con Gayoso. Aquel opositor a judicaturas, creo recordar, hizo una excelente carrera. La TVG iba a echar a andar. Las emisiones saldrían al aire, casi milagrosamente, el 24 de julio de aquel año. En aquella primera emisión pudo estar Julio Iglesias para hacer de un solo golpe, y sin coste, un auténtico lanzamiento de la misma. La gestión fue de su amigo Manolo Cores, Chocolate. El Ballet de Rey de Viana fue la alternativa. Coincidirá usted en que es una lástima que este haya desaparecido.

A la autoridad competente, civil por supuesto, no le pareció oportuno reconocer de alguna forma la galleguidad de Julio Iglesias: era todo el pago que pedía quien ha llevado el nombre de Galicia por todo el mundo. ¿Se supo rentabilizar desde aquí? Es un cantante, fue la definición despectiva para negar el reconocimiento. De llevarse adelante, quizás se hubiese armado la marimorena por parte de purismos identitarios. No mucho después repartirían medallas hasta a los aprendices de pinches de cocina. Isabel II no pensó lo mismo cuando concedió la medalla del Imperio británico a los Beatles o el tratamiento de sir a rockeros diversos que eran útiles a la economía británica.

Si la permanencia de Luar se interpretase como una Galicia estática y la proyección de un imaginario de país que se diluye en la crisis del tránsito sociocultural a una modernidad que no llega, quizás más que romper o negar el espejo de la Galicia que refleja Luar, sería aconsejable auscultar sin trampas la ruta que sigue el país hacia el horizonte de la modernidad.

De usted, s.s.s.

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