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El imperio de la fealdad

El sentido común debería imponerse al laberinto imposible de normativas

SEÑOR DIRECTOR:

El calificativo de ‘fea’ aplicado a España, lo circunscribo aquí a Galicia, no es un capricho, sostiene el arquitecto Luis Feduchi en el prólogo a ‘España fea’*. La cita de Adorno, uno de los grandes de la Escuela de Frankfurt, lo deja claro: "La impresión de fealdad surge de un principio de violencia, de destrucción". El largo viaje de Andrés Rubio por la España fea está muy lejos de ser un capricho, una apreciación personal. Y en la etapa gallega, "El imposible abordaje del feísmo gallego", que es lo que nos afecta directamente, encontramos quienes aquí habitamos la evidencia de la aplicación indiscriminada de la violencia y la destrucción en el paisaje, el urbanismo o las construcciones. La fealdad como norma, como objetivo y con demasiada frecuencia con origen económico/especulativo. Está además la que en una pretendida busca de la belleza producen los experimentos por libre desde la carencia de sensibilidad y la ignorancia. Le recordaré a usted unas declaraciones del internacionalmente reconocido arquitecto gallego César Portela que le comenté alguna vez: "No solo hacemos mala arquitectura sino que llenamos de eucaliptos Galicia". Y lo hacemos, además, con el caos en las plantaciones y la cutrez, aunque sea para la ostentación, en la edificación. No se trata de autoflagelarnos, sí de reconocer el horror que se levantó entre la especulación y la memez revestida de modernidad.

Maruxa.
Maruxa

Se trata de encontrarnos con la belleza popular —la que queda—, admirarla, conservarla y transmitirla, sin mitificaciones. Ver y reconocer el buen hacer en Allariz, no aplicar filtros ideológicos de imbecilidad ante los pazos y sus jardines, o disfrutar los cascos históricos de Pontevedra o Mondoñedo. Se trata, para el conjunto de la vida, de no confundir pulcritud, elegancia, buenas formas o conservacionismo con muestra de una posición de derechas.

No todo por aquí es malo, aunque abunde la falta de gusto, incluso para vestirse para asistir a una boda o a un funeral .

El alcalde y arquitecto Xerardo Estévez dejó algunas muestras de buen hacer urbanístico en Santiago. La modernidad y el progreso no se identifican con los ensanches, como la monstruosidad que aún delata la especulación y el mal gusto en la capital gallega: unas malas y feas construcciones con trazado cutre de desastre que no desentonaría de los suburbios parisinos o de un laboratorio de un pervertido para provocar depresiones y suicidios colectivos. Estévez dejó modelos, si los quieren continuar sus sucesores. También los dejó algún empresario como Otero Pombo en actuaciones como constructor, que cuenta Rubio en su libro. Lamentablemente fue víctima de las maldades del país y algunas de sus gentes.

Se detiene Andrés Rubio en los trabajos de la arquitecta Carlota Eiros en el enclave marinero de Rinlo, cita conocida para comer el arroz con marisco en la costa de Ribadeo. Allí, con dedicación y empeño personal, practicó en un grupo de casas de la ribera el conservacionismo que estudió en Inglaterra. Estaban condenadas al derribo y hoy son una preciosa vista y un referente de cómo se puede recuperar la arquitectura y el urbanismo que viene de la historia.

Las propuestas de Carlota no las entenderán los regidores y los que miden la eficiencia del gobierno por el número de normas. No les interesa. Ellos trabajan en la construcción del gran castillo kafkiano donde nunca encontrarás la salida. Carlota Eiros, con modélica lección abierta en Rinlo, propone sentido común, "que tan felizmente caracteriza a la legislación británica", frente a la realidad en la que nos hemos de mover de interminables normativas inflexibles y difíciles de aplicar. Incluso, cuando como acción ejemplarizante e intimidatoria las han aplicado con derribos por sentencia, dejaron a la vista en más de una ocasión la vigencia del caciquismo vengativo y la afición secular por pleitear. La sinrazón del laberinto legislativo y normativo que desprecia el sentido común ahí sigue. Mientras, la fealdad dispone de visado permanente. Es el retrato del fracaso de las políticas practicadas.

Me voy a otras expresiones de fealdad que habrá de tener presente quien busque una explicación a esta pregunta que se formula Andrés Rubio sobre la Galicia arquetípica ya casi perdida de jardín griego: "¿Cómo es posible que esta región se haya convertido en el Museo de los Horrores?; ¿por qué sus habitantes se convirtieron en enemigos del paisaje, por qué tanta falta de amor?"

Sin duda las buenas formas pasaron a mejor vida en nombre de un falso progresismo: ¡si hasta tutean a la audiencia en Radio Clásica! La elegancia tampoco define el código de vestimenta de nuestras celebraciones. No es que nos hayamos vuelto mayoritariamente hípsters, es que los referentes son lo hortera y lo choni, desde el corte de pelo a lo ídolo futbolístico, las gafas de sol con cristal reflectante, la americana bien ajustadita, camisa de animador verbenero y pantalón pitillo o cuando en una boda no sabemos si una señora va vestida de largo o se ha anudado la colcha de la cama a la cintura. 

La lógica diría que hubiese más demanda que espacio disponible en los nichos que el prestigioso César Portela diseñó para acoger a los muertos frente al océano en Fisterra. Sucede lo contrario. Allí permanecen en el abandono absoluto los contenedores que miran al Atlántico y los terrenos en los que fueron construidos. Preferimos un panteón horroroso, de esos que se levantan como hongos hasta en los atrios de las iglesias románicas, con brillante mármol negro, aluminio de atril para libro de firmas de pésame y jarrón sucio con unas flores de plástico.

Sucede que aquí, y hablo de Galicia, fuimos y somos especialistas en estropear el escenario natural y el que hemos heredado, incluso cuando planteamos mejorarlo. Es como los desastres en la cirugía estética practicada por intrusos. Las aproximaciones a Santiago, digamos que en algunos tramos de la etapa final, por las diferentes rutas que se acumulan a los caminos conocidos, son una muestra de la incapacidad para ofrecer una imagen de respeto y cuidado al paisaje, a la propia senda que presentan como maná para el país, a la arquitectura e incluso a la limpieza.De usted, s.s.s.

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