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Escuchar un paisaje

Crece el número de lectores aunque se leen menos libros
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SEÑOR DIRECTOR: La reclusión a la que nos obligó el covid-19 supuso más tiempo para la lectura. Creó nuevos lectores. Es una conclusión que se obtiene en un estudio del gremio de libreros. Muestra que la tendencia creciente se mantiene en lo que empieza a ser, o eso parece que pretenden decirnos, pospandemia. Inicialmente la situación de parálisis de actividad afectó de forma negativa a la industria editorial. Los sistemas de distribución a domicilio –el comercio por internet– favorecieron las ventas durante el confinamiento.

Hay más lectores habituales y hay más esporádicos. Un dato que parece curioso: con mayor número de lectores se leen menos libros. Vamos a pensar que somos más selectivos –algo que con la suma de años nos ocurre a algunos: optamos por releer lo que en su momento nos produjo placer o nos pareció bueno, Pla por ejemplo–. O, una vez que nos hemos echado a la calle, a las terrazas y al ocio nocturno, dedicamos menos tiempo a la lectura. Coincidiremos que tanto la calidad de la lectura como los aportes que represente para el lector no se cuantifican ni por el número de títulos ni de páginas. Algo que quizás deberían considerar quienes pretenden medir la salud de la lengua y la edición en gallego por el número de títulos que se publican cada año e, igualmente, por quienes convierten cada organismo público o chiringuito en una editora como si, salvo excepciones, sirviese para algo más que la vanidad del autor. Luego los libros acaban pudriéndose en los almacenes de las instituciones públicas o pasan a otra vida en las trituradoras de papel.

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El regreso a la normalidad, que se convirtió ya en un recurso tópico para noticieros televisivos, se produjo también ayer en la celebración del Día del Libro y de los Derechos de Autor. Una celebración que nació en Cataluña. Aquí, en la festividad de San Jordi, la venta y firma de libros por los autores va acompañada de una bonita tradición: la de la rosa. El intercambio de una rosa y un libro es un excelente mensaje de amistad, de amor o de civilidad. Esta, en lo que se refiere al respeto a la ley y a la norma, se la pasaron algunos en algunas sonoras ocasiones por el arco del triunfo. Considérelo una nota a pie de página, por si a usted se le encendió la luz roja cuando me refería a civilidad. No pienso en las ideas, que cada cual es libremente dueño de las suyas, sino en los modos para hacerlas valer. Sé que coincidiremos en que unos días de tormenta, por muy fuerte que esta sea, no borran la buena imagen de un verano en el que domine el sol y el color sano en la piel de los cuerpos.

Le llevo a usted hasta Cataluña por dos razones, por Pla, para eso se lo colé anteriormente, y por la tradición de la rosa con el libro. En los estantes de una librería de uno de esos grandes conglomerados editoriales me encontré una edición en castellano, en la traducción de Gloria de Ros y Dionisio Ridruejo, de El cuaderno gris de Josep Pla. En una faja celebraba el cincuenta aniversario de la aparición de la obra. A mí no me sale la cuenta por ningún lado. La primera edición en catalán, el primer volumen de la obra completa de Pla aparecía en 1966 por estos días de abril, con la identificable encuadernación en rojo. Pla quería que se pareciese o no desmereciese de las ediciones de la Pléiade. Van allá 56 años de la aparición de El quadern gris, con papel y encuadernación que no desmerece de la Pléiade, aunque no la alcance. Incluye esa primera edición y número uno de la obra completa un largo estudio de Joan Fuster sobre Pla. La primera edición, también en Destino, de la traducción al castellano por el matrimonio Ridruejo, es de 1975. Tampoco me sale la cuenta. Alguna explicación habrá, que también ignoraba la cajera, para el reclamo de la franja de marketing.

Con su permiso, señor Director, le llevo de nuevo a la tradición catalana de la rosa. No le digo que se copie en Galicia para el 17 de mayo, Día das Letras. ¡Líbreme San Pascual Bailón de tal tentación! Una flor más propia del país parecería la camelia y que luciese en el ojal de las chaquetas tal día. Alguna animación festiva, además de autores y puestos de venta, necesita la celebración de las Letras Galegas. Pero mediado mayo me parece que es ya un tiempo algo tardío para la camelia que alegra el invierno y la primavera en Galicia. A la camelia la identificamos con el país aunque lleve entre nosotros poco más de 160 años. En Essex sitúan los historiadores de la botánica las primeras camelias que florecieron en Occidente. A propósito de camelias permítame que le aconseje una visita, o que la repita, al Parque de Castrelos en Vigo, a los jardines del Pazo de Rubiáns en Vilagarcía, o al de Santa Cruz de Rivadulla. Este ofrece el mejor vivero, o uno de los mejores, de platas de camelias de Galicia.

Regreso al Día del Libro, con la curiosa coincidencia de Shakespeare, Cervantes y, permítame usted que coloque otra vez a Josep Pla, entre los que dejaron este mundo tal día como ayer.

El escritor ampurdanés me llevó a descubrir detenidamente y a amar aquellos paisajes, aquella luz, aquella mar. Había estado o pasado por el Ampurdán y no lo había escuchado. Me despertó la lectura de Pla. El cuaderno gris debería ser de prescripción facultativa.

Viajé desde Barcelona, bien entrada la noche, hasta Aiguablava, como base para moverme desde allí por l'Empordá. No fue un regreso. Fue ir al encuentro. Por la mañana desperté en Aiguablava con un rítmico sonido de mar. Tuve la sensación de que el agua tocaba suavemente los pies de la cama. Desde la terraza descubrí que prácticamente estaba encima del mar y con la luz mediterránea iluminando la calma y el silencio que domina la cala de Aiguablava.

De usted, s.s.s.

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