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El cambio que se aplazó

Las amenazas de desaparición de importantes empresas exigen reflexión que apueste por la industria

SEÑOR DIRECTOR:

La cartelería de la campaña del Estatuto de 1936 forma parte de la iconografía de este país. Reproducciones de aquellos carteles de Camilo Díaz o de Alfonso Daniel Rodríguez Castelao, en los que pedían el sí al Estatuto, se comercializan hoy. En subastas por internet o en librerías de viejo aparecen de cuando en cuando carteles originales o supuestamente originales. Le confieso que casi siempre sospecho. Aquí hubo una guerra, una persecución política y el miedo consiguiente que eliminó testimonios y documentación. En esa cartelería, con una imagen gráfica que habla por sí misma, como la del ordeño de la vaca, y un texto corto y directo construían un mensaje propagandístico en favor de la autonomía para Galicia. Resaltaban e incluso podría decirse que idealizaban -era propaganda- las bondades y el cambio radical que la autonomía representaba para las condiciones de vida de los gallegos y para el aprovechamiento de los recursos económicos del país. No fue posible echar a andar: la guerra y cuarenta años de franquismo lo impidieron.

El "Non" y los beneficios


Algunas de aquellas bondades que se anunciaban hace 85 años se han podido constatar en avances en estas últimas cuatro décadas. La calidad de vida de la Galicia rural de hoy, por ejemplo, representa un salto cualitativo histórico, impensable entonces, frente a la que desde la indiferencia asistió al referéndum del Estatuto en diciembre de 1981 o a la adhesión de España a la Unión Europea en junio de 1985. En el balance de beneficios y costes no hay equiparación posible. Frente a la realidad de hoy algunos persisten en el antieuropeísmo y por ideología de máximos políticos -autodeterminación /independencia- en negar el pan y la sal al hecho autonómico. Cuestión diferente es el ritmo que pueda llevar el avance económico en Galicia o las necesidades de perfeccionamiento del sistema autonómico. Habrá que decirlo, hay quienes piden aprovechamiento de los recursos naturales y creación de empleo en este país, al tiempo que colocan palos, piedras y punzones en las ruedas y el motor de cualquier proyecto que aparezca. El histórico error del «navallazo» frente a la autopista del Atlántico no sirvió de lección para la revisión de posiciones por algunos. Las actuales amenazas reales de desaparición sobre importantes industrias en Galicia exigen reflexión y una apuesta decidida por la industrialización. Demandarla y apoyarla. Cuestión distinta es exigir garantías y cumplimiento de normas medioambientales y posibilitar el cierre de ciclos de producción o transformación en Galicia. Pero el planteamiento inicial de la pancarta y la manifestación del «Non» a todo nada aporta a los ciudadanos gallegos aunque sirva a la estrategia partidaria de unos pocos y a sus objetivos.

A quienes tienen que decidir desde las administraciones hay que exigirles que quieran y sepan gestionar, para superar, esas posiciones de freno, para hacer visibles la manipulación partidaria, el fondo reaccionario que hay aunque lo tiñan de verde.

Entusiasmo y abstención


Mañana 28 de junio se cumplen 85 años del referéndum del primer Estatuto de Autonomía de Galicia, el "Estatuto del 36", auténtico acontecimiento histórico, este sí. Los datos oficiales hablan de todo un éxito de participación y apoyo. Acudió a las urnas el 74,56% del electorado. El sí fue un 99% largo de los votos emitidos, según esas cifras oficiales. Tampoco puede sorprender que se calificase de «santo pucherazo», práctica que los historiadores dirán si pertenecía a los usos y costumbres electorales de aquellos años. Esa altísima participación contrasta con un porcentaje casi similar en la abstención--auténtica protagonista, según los titulares de prensa del momento- en el referéndum del actual Estatuto: un 71,8% de los gallegos llamados a participar no acudieron el 21 de diciembre de 1980. Para consuelo de quien lo estime oportuno, por no decirlo de otra forma, siempre se puede destacar otro dato: el 73,3% de los que participaron el 21 de diciembre dieron el sí al Estatuto frente a un 19,8% que depositó una papeleta negativa. Si regresamos al simbolismo y a la propaganda, la verdad es que de la campaña del actual Estatuto solo queda un anodino mensaje que quizás hasta refleje la falta de entusiasmo de quien lo formuló: «anque chova, vota». No hay carteles para incorporar a una iconografía de país o para una subasta en internet. En vísperas de la Navidad del 80 no hubo ni «acarreo» de votantes ni movilización caciquil. No se sospechaba la dimensión y las posibilidades que también para los manejos de poder representaba. La campaña del Estatuto del 36, y seguimos en el campo de lo simbólico, fue intensa, imaginativa y recurrió a recursos novedosos en aquel momento: las transmisiones por radio o la distribución de octavillas de propaganda desde aeroplanos, por ejemplo. Quizás los liderazgos a favor de la autonomía en uno y otro contexto histórico expliquen el contraste en la participación ciudadana en las urnas, con independencia de lo que se le deba a la aportación de un «santo pucherazo». El nacionalismo estuvo con el Estatuto y la autonomía en el 36 y se situó en contra o al margen, salvo contadas excepciones, en el proceso abierto en la transición. Estaban por un proceso constituyente en Galicia. Hoy se diría que la unilateralidad.

El contraste entre los apoyos el Estatuto del 36 y al actual explicaría los liderazgos por la autonomía en uno y otro momento

Me permitirá usted que incorpore ahora al recordatorio la fecha del 28 de junio de 1979. En las primeras horas de la tarde de aquel día con auténtico calor de verano madrileño, Antonio Rosón, presidente de la Xunta preautonómica, acompañado de parlamentarios gallegos, entregaba en el Congreso de los Diputados a su presidente, Landelino Lavilla, el proyecto del que saldría tras un polémico y accidentado proceso el actual Estatuto de Galicia. Le contaré a usted una anécdota que entiendo como significativa del (poco) interés y no solo informativo que había en Galicia por la autonomía. En el ambiente festivo que se respiraba entre los políticos gallegos presentes en el despacho del presidente de las Cortes no estábamos más de tres, o cuatro como máximo, periodistas gallegos para dar testimonio informativo del acontecimiento.

La coincidencia de fechas, 28 de junio, fue lógicamente buscada en 1979. Era importante en aquel momento de la transición, en el que se abría el proceso autonómico, resaltar que Galicia había refrendado ya en el pasado un Estatuto. Equivalía a un mensaje de que la demanda de autonomía por Galicia contaba con raíces históricas, no era solo un subirse a los eslóganes de las reivindicaciones que salieron a la calle tras la muerte de Franco: libertad, amnistía, estatuto de autonomía.

Euskadi contaba con un presidente en el exilio, Jesús María Leizaola, que regresó para transmitir la legitimidad histórica a Carlos Garaikoetxea, elegido con el nuevo Estatuto, que fue posible a partir de la Constitución de 1978. Lo mismo sucedió en Cataluña con el regreso, negociado por Adolfo Suárez, de Josep Tarradellas como presidente de la Generalitat, que dio paso en la nueva realidad al elegido Jordi Pujol. En ambos casos cumplieron una función algo más que simbólica en la legitimación política y democrática de la transición, sin ruptura, del franquismo a la democracia.

De usted, s.s.s.

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