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Los besos veraniegos serán memoria de una fragilidad no prevista

La normalidad, vieja o nueva (da igual), no regresará este verano ni tampoco en otoño
LOIS CAEIRO
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SEÑOR DIRECTOR:

Hagámonos a la ideaLOIS CAEIRO de que esto va para largo. El mensaje lo transmiten expertos sin condicionantes de interés político. Ahora mismo, casi tan preocupante como la peste resultan las idas y venidas, los vaivenes, de la Administración que describía días atrás Jordi Juan: "Un consejo: no hagan planes". Tan pronto compiten por anunciar el final de las restricciones como, en retirada de protagonismo, vuelven a imponerlas. Un comportamientos que es combustible para la desconfianza y la incertidumbre entre los ciudadanos. Con todo lo que hemos avanzado, con la seguridad de que estemos en la antesala de que aparezca un tratamiento eficaz, la recuperación de la normalidad, da igual vieja o nueva, no será para este verano ni para el otoño-invierno, estaciones que al covid-19 sumarán el añadido de la gripe. Dejémoslo en que el final no tiene previsión en la agenda. Asumido. Pero hay que vivir en plenitud el día a día, con toda prudencia, sin que esta oculte un horizonte de esperanza cuando los veranos vuelvan a ser meses de planes e ilusión para reencontrarse, festejar y viajar.

No hay que temer el optimismo, como habrá constatado usted en el fondo y la forma del discurso de despedida del curso político que hizo Pedro Sánchez: medalla de oro en vacunación y recuperación de la economía. El enfermo recuperado que anuncia Sánchez teme la recaída que pueda producir la quinta ola y arrastra secuelas amplias de atrás, cuando caímos más que nadie, para verse en niveles precrisis, también en materia de empleo. Estamos en agosto, vayamos por otro sendero con otras flores en el jardín veraniego. 

Del amor y la muerte


"Amar en la quinta" (ola de la pandemia), que contaba Joana Bonet, los besos del verano en que despierta el amor y el cuerpo son por segunda vez de alto riesgo. Los adolescentes-jóvenes del verano pasado, de este y quién sabe si del próximo contarán a sus nietos la vivencia, que les acompañará siempre como una canción de Serrat, de la transgresión de la recomendación sanitaria. Igual que otros contamos las anécdotas de los silbidos en la sala de cine ante la mano o el sombrero que tapaba en el proyector la escena de un beso que había logrado pasar la censura. Es, aquella, una forma de transmitir el peso de la experiencia de una sociedad represora hasta el absurdo. Será, para los de hoy, el testimonio del encuentro sorpresivo con la fragilidad de la existencia que la acelerada y poderosa cultura postindustrial no contemplaba. Habíamos construido el superhombre. Algo como lo que nos sucede aparecía como perdido en la historia, aunque desde la ciencia algunos advirtiesen que no éramos imbatibles.

Sabrá usted disculparme si en esta correspondencia le cito de nuevo a Edgar Morin, el intelectual francés que acaba de cumplir cien años. Voy así del descubrimiento del amor, que le acabo de referir en los besos de verano, al encuentro con la muerte. Puede servir la referencia de Morin para que nos hagamos una idea de los tiempos que marca y del dolor que deja una peste.

La madre del centenario intelectual de origen sefardí, Luna Beressi, sufrió en 1922 la gripe española. Habían pasado cuatro de la gran mortandad de esa pandemia que situamos en 1918 y que produjo más víctimas que la Gran Guerra. Llevaba dos años casada. La gripe le dejó una lesión cardíaca que en caso de embarazo ponía en riesgo su vida. Lo experimentó. Tuvo un único hijo, Edgar, que en su «primera cita con la muerte» recoge la versión que su padre le cuenta del parto: el médico extrae del vientre de la madre 'un petit morte-né'. Siguieron unos segundos-minutos en los que padre y médico perdieron toda esperanza hasta que un grito anuncia el retorno a la vida. Con diez años se produce el segundo encuentro del niño Edgar con la muerte: la de su madre. Aconteció en 1931, nueve años después de que se contagiase de la gripe española. Es intenso y cargado de emoción el relato de estos 'encuentros con la muerte' ("Les souvenirs viennent à ma rencontre". Pluriel) que le acompañarán hasta su final, confiesa el padre del pensamiento complejo, vitalista y pensador reconocido mundialmente. La investigación y la medicina están actualmente en otro nivel, cierto, pero ahí vemos un calendario de los tiempos de una pandemia. Entiéndalo como una forma de poner los pies en la tierra: no hagamos planes.

Cuando ahora la mascarilla vuelve a la calle y las restricciones de todo tipo regresan hasta para sentarse en el interior de un café o para celebrar el reencuentro veraniego de viejos amigos en torno a una mesa, los gobernantes no polemizan para ver quién anuncia las malas noticias. Escurren las competencias ante la situación negativa. Usted recuerda la tormenta que se levantó por el protagonismo en el anuncio de la flexibilización del uso de la mascarilla. A la vista de la situación actual, fue ridículo. Una muestra del imperio del partidismo en la gestión pública. Sucedió, recordará, hace como mes y medio. Pedro Sánchez lanzó el anuncio ante el Cercle d"Economía. Hubo una semana después un Consejo de Ministros extraordinario, que hace suponer que adoptaba acuerdos urgentes y trascendentes. Casi mejor no mencionarlos por el resultado que tuvieron: adopción de medidas fiscales para reducir el recibo de la luz y flexibilización del uso de la mascarilla. Se organizó el correspondiente rifirrafe con expresiones de malestar que cuestionaba la cacareada cogobernanza. No observará usted ahora competición alguna por ver quién nos da las malas noticias en una situación sanitaria adversa. Todas aquellas bondades de regreso, no a la nueva normalidad sino ya a la normalidad, que dijo Sánchez, duraron lo que los días de sol y calor en lo que va de calendario de verano en Galicia. O sea, un visto y no visto.

Si usted transitó por las calles de Santiago en la jornada festiva del Apóstol, además de un nada habitual despliegue de Policía, habrá observado el uso generalizado de la mascarilla entre la multitud de turistas, peregrinos y manifestantes diversos, que ese día tradicionalmente repiten consignas por las calles y escuchan discursos patrióticos en las plazas. Era una rareza incluso entre la gente sentada en las terrazas ver a alguien sin mascarilla.

Si el presidente Sánchez hubiese paseado ese día por las rúas compostelanas en su visita a la capital gallega, habría tomado nota de que no conviene hacer pronósticos ni profecías ni con las mascarillas ni con el recibo de la luz. Van por libre.

De usted, s.s.s.

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