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La amenaza del fanatismo

La España que se posicionó en la Contrarreforma frente a la modernidad tuvo hasta ayer mismo como norma oficial una moral represiva

SEÑOR DIRECTOR:

El mundo cultural neoyorkino rindió homenaje al escritor Salman Rushdie una semana después del criminal y fanático ataque del que fue víctima. El acto supuso una llamada contra la censura y el fanatismo. Hubo también mitin, habrá que llamarle así, en clave de política interna estadounidense, ante el riesgo de la radicalización que representa Trump y la deriva interna a la que este conduce a los republicanos. Por si usted o alguien que conozca tuviese la respuesta, pregunto, señor director, si la estrategia política que se sigue frente a esta involución trumpista contribuye o no a crear puentes de encuentro en una sociedad y en una política de bloques enfrentados. El asalto al Capitolio hay que interpretarlo como un indicador máximo del desprecio al sistema de representación democrática, al mandato de las urnas. Igualmente, habrá que preguntarse si sirven a la causa del respeto, la pluralidad y el progreso o a todo lo contrario las políticas y las posiciones que se siguen e imponen como norma frente a la intolerancia religiosa, en este caso el islam, que lleva a dictar orden de muerte contra un escritor y a que un fanático tres décadas después aún intente ejecutarla.

¿Por qué resulta tan difícil realizar cualquier pregunta sobre el islam? Se interroga Ayaan Hirsi Ali en Reformemos el islam (Galaxia Gutemberg). Educada en la ortodoxia musulmana en Somalia, esta escritora, activista y política, atea, es una crítica frente a la práctica de la ablación femenina, de la que ella fue víctima, y una defensora de la necesidad de reformar el islam en la dirección de la tolerancia, la emancipación de la mujer y la necesaria superación por parte de los líderes musulmanes de la percepción-concepción de la modernidad como algo destructivo para la sociedad y la religión. Una tarea así en Europa, en el camino de la autonomía de la ciudad secular, se reflejó en conflictos, represión, tomó su tiempo histórico y tuvo sus costes en vidas. Un tránsito así no está tan lejano en la historia de la España de la Contrarreforma, la del nacionalcatolicismo de ayer mismo: persecución de la discrepancia, la mujer sometida y la imposición por el poder político de la moral religiosa más represiva como norma obligada. La Transición, en una sociedad en cambio social, fue con conflictos y no sin violencias su funeral oficial.

El silencio de hoy ante la intolerancia política y religiosa se practica por temor a que todo interrogante se interprete como desprecio a la diferencia, como islamofobia, ofensa a las creencias, o como extremismo supremacista. Se obvia así el diálogo, la exposición de opiniones diferentes, sobre la realidad de un problema que está aquí.

Entiendo que es relevante la noticia de esa concentración ante la biblioteca pública neoyorkina, con la participación en el acto de Paul Auster o Gay Talese, entre otras importantes figuras de primer nivel en la literatura. A Talese se lo recuerdo a usted por lo que nos pueda tocar por el gremio del periodismo.

Podemos constatar el riesgo de que la censura y peor todavía la autocensura, síntoma del control político-social y del miedo, acaben por cortar las raíces de la pluralidad, el debate, la discrepancia, la exposición de lo que uno libremente piensa y opina. Intolerancia y fanatismo es la fetua de Jomeini en 1989 contra el autor de Los versos satánicos: asesinarlo en nombre de dios y que tres décadas después un portavoz del Gobierno iraní responsabilice al escritor del intento de asesinato del que fue víctima el pasado día 12, por ofender a 1.500 millones de musulmanes. De Karen Armstrong, una exmonja católica experta en religiones comparadas y premio Princesa d Asturias de Ciencias Sociales, existen en español títulos como Los orígenes del fundamentalismo en el judaísmo, el cristianismo y el islam (Tusquets) que sirven para aproximarse a este fenómeno de la intolerancia religiosa frente al progreso. La violencia que aparece como defensa de todo tipo de dogmas, de verdades que no se pueden cuestionar ni sobre las que cabe dudar, se practicó y practica también en el control social y político, con el que se mezclan o confunden demasiadas veces religión y política.

No es solo la intolerancia y el fanatismo religioso los que pretenden imponer su control para marcar el camino y los límites de hasta dónde podemos expresarnos y cuáles han de ser nuestras formas de vivir en sociedad. Así lo recordaron en Nueva York. Pudiera suceder también que otras formas de control e imposición política y social impidan que el foco de la atención —al menos los titulares y los tiempos mínimos en los informativos— se ocupen de lo que es un avance de la intolerancia en las sociedades abiertas. Estuve atento estos días al tiempo que los noticieros de información ininterrumpida de 24 horas en radio y televisión o los medios digitales dedicaron al homenaje al autor de ‘Los versos satánicos’ o a la condena a 34 años de cárcel a una mujer saudí por sus opiniones en Twitter. No le diré yo, señor director, que los grandes contenedores y canalizadores de la información reflejen gran sensibilidad por estos asuntos —tolerancia o pluralismo— que para las sociedades abiertas suponen pilares fundamentales.

Mientras le daba forma a esta carta, Spotify me permitió que en el mismo artilugio donde escribo sonase la música de Shostakóvich. Seleccioné a este compositor e intérprete por haber sufrido a Stalin, editorial contra él en Pravda incluido, con independencia de que en mi ignorancia musical disfrute con su música. Se lo cito como una muestra de que la intolerancia, siempre frente al 'modernismo' —al cambio en lo que sea— no es solo un producto del fundamentalismo religioso. Con frecuencia sucede que la política se convierte en fanatismo religioso.

De usted, s.s.s.

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