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Saber perder

PÉREZ PERDIÓ veinte euros. A Pérez le llamamos Pérez solo porque de joven le gustaba decir "Tengo pérez" en lugar de "pereza", para abreviar notablemente. Esto del billete fue el sábado. "Por lo pronto, no me lancé a buscarlo desesperadamente", me contó unos días después. "Ante todo, tranquilidad". Yo también opino que hay que mantener la cabeza fría delante de veinte euros y de doscientos, quizá ya no tanto delante de dos mil. Pérez es de los que creen — yo también— que debes dar una oportunidad a las cosas perdidas para que aparezcan por sí solas, tal vez dejándose ver justo en el lugar que las habías dejado.

MXTranscurrida una hora de calma empezó a remover cosas para descartar que estuviesen debajo, a ir de una habitación del piso a otra, a abrir carteras, cajones, armarios, a intentar repasar mentalmente cada uno de sus movimientos esa mañana. Metió la mano en los bolsillos de todos los abrigos. En una maniobra absurda, pero muy necesaria, cacheó también la cazadora vaquera, que no usaba desde finales de agosto. Solo por si acaso. "Lógicamente, comprobé diez veces que no estaban en los bolsillos del pantalón que llevaba puesto". ¿Por qué mirar tantas veces en el mismo sitio? No supo explicarlo, pero yo lo entendí. Todos tenemos miedo a ser, en el fondo, tontos de remate, e intentamos alejar ese fantasma con la insistencia. Por eso miramos una vez y otra y otra. Hay antecedentes de gente que busca seis veces en el mismo sitio, y no está lo que busca, pero a la séptima, aparece. No fue su caso.

Aquel billete le pertenecía en virtud de haber pasado a primera hora por el supermercado y pagado la compra con un billete de cincuenta euros, que quedó reducido sin magia alguna a uno de veinte y unas monedas, que al llegar a la panadería del barrio invirtió en una barra de pan castellana. El dinero vive instalado en esa arrugada y perpetua decadencia: lo tienes y el cabo ya no, lo tienes y ya no. Pero jamás al revés.

Al llegar a casa, creía haber hecho lo que todos los días: quitarse la mascarilla y el abrigo, descalzarse y enseguida vaciar los bolsillos. Los vaciaba sobre cualquier parte: el escritorio, el aparador, la mesa de la cocina, la encimera, la pileta del baño… El dinero suelto carecía de un sitio fijo. Y menos en la cartera, que él solo usa para guardar las tarjetas y, cosa bastante admirable, cientos de papelitos inútiles, que otorgan a la cartera el aspecto de una cagreburguer que apenas entra en los bolsillos, de lo que abulta.

Después de idas y venidas estériles, en las que la desesperación iba en aumento, Pérez entró en el salón con solemnidad. Allí estaban su mujer, su hija, el perro, unos muñecos y un dibujo navideño tirado en el suelo. Les anunció las malas noticias sin demasiada delicadeza. Y lanzó una indirecta sutil: "A lo mejor alguien ha cogido el dinero sin darse cuenta. A mí a veces me pasa cuando eres tú quien dejas unas monedas aquí o allá", dijo a su mujer. "¿Ah, sí? A mí nunca me pasa eso", respondió ella, seca.

Pérez miró entonces a su hija, pero sin llegar a decir nada. "Me sentí rastrero ante la idea de preguntar a una niña si había tenido algún tipo de contacto con el billete", admitió. Después de todo, solo eran veinte euros. Pero. Pero. Pero. Los misterios siempre incomodan. No acaban de quedar del todo olvidadas las preguntas, en este caso, sobre dónde acabó el billete, cómo desapareció. Pese a ello, Pérez se esforzó por olvidara. Hizo las cosas de todos los sábados. Después de la comida, vieron una película, se quedaron dormidos, salieron a dar un paseo con el perro, estuvieron en el parque, regresaron a casa, cenaron, vieron una serie, se fueron a la cama. A esas alturas, ya se había olvidado del billete. Por la mañana, Pérez se levantó temprano y otra vez sacó al perro. Esta vez, al agacharse para recoger sus heces, advirtió algo extraño. Parecía papel. "No un trozo de servilleta, por ejemplo. Le encanta comer servilletas. Otra clase de papel. Sabes qué quiero decir, ¿no? Eran restos de los veinte euros. Recé por ellos".

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