Blog | Permanezcan borrachos

Pulsar un botón

Existe una clase de sencillez en algunas cosas que casi aterra. Pulsar un botón, ¿qué hay más fácil? Solo no hacerlo, aunque para eso hay que carecer de espíritu de aventura

PULSAR UN BOTÓN ES FACILÍSIMO. A veces se vuelve tan sencillo que no sabes que lo pulsaste. Cuando te das cuenta, la noticia te coge totalmente de sorpresa, bostezando, quizá haciendo crujir los dedos; enseguida comienzas a notar el deseo violento, anaranjado, de arrasarlo todo a tu alrededor. Es para matarte, te dices en el segundo que al fin dejas de estar demasiado ocupado tratando de averiguar cómo narices lo hiciste. Nunca lo sabrás. Sucedió muy rápido, entre distracciones. La vida no admite moviolas; tampoco cámaras lentas. Así es como borré yo la columna que había escrito para publicar aquí, pulsando una tecla. No tengo ni la menor idea de cómo lo hice. Solo sé que fue facilísimo hacerlo, y de pronto ya no tenía columna y debí escribir esta, sin ganas. Los grandes autores estaban en ese momento escribiendo novelas sobre sus padres muertos, o duelos peores, y yo me ponía triste porque había pulsado una tecla por error. Así es mi vida.

Poco a poco, cuando se alivia la conmoción, estos traspiés producen una nostalgia enorme y artificiosa. En la ficción que se construye en tu cabeza, el texto perdido se vuelve maravilloso — mira tú—, y los que escribes para sustituirlo, una birria. Pasa igual con aquellas ideas que un día se te ocurrieron mientras hacías otra cosa y que no apuntaste en el instante de vislumbrarlas. En cuanto te distrajiste se te olvidaron para siempre. Fue inevitable. Pero tú tienes claro que eran geniales, las mejores ideas de tu vida.

Ilustración para el blog de Juan Tallón. MARUXA

Y quizá eso te dé una idea de cómo está tu vida. Existe una clase de sencillez en algunas cosas que casi aterra. Pulsar un botón, ¿qué hay más fácil que eso? Solo no pulsarlo parece aún más fácil, pero sospecho que para eso hay que carecer de espíritu de aventura, que casi todo el mundo tiene. Ejecutar una pena de muerte en ciertos lugares, por poner un caso, se reduce a una acción que se solventa quizás girando una llave, o empujando un émbolo o, mejor todavía, dando un cabezazo de asentimiento para que alguien haga toda esa mierda laboriosa por ti. En un cuento de Gonçalo M. Tavares se producía un cortocircuito muy desafortunado durante la ejecución de un reo, y moría el funcionario que accionaba la silla eléctrica en lugar del criminal que estaba sentado en ella. Como no conseguían resolver la avería, y toda vez que no había silla eléctrica de repuesto, en la siguiente ejecución era el funcionario el que se sentaba en la silla averiada y el criminal el encargado de bajar la palanca.

Me pregunto a veces si accionar el botón nuclear, por ejemplo, es una maniobra que se ejecuta con un simple dedo. Qué horror. De entrada, "botón nuclear" comparte ya estructura sintáctica con "abrigo verde", "atasco monumental " o "final triste", lo que lo dota de una candidez y una ausencia de dificultad pasmosas. Cuando escuchamos muchas veces la expresión corremos el riesgo de pensar que solo se trata de un sustantivo y un adjetivo unidos por la gramática. Por eso no parece demasiado grave si alguien amenaza con pulsarlo. Además, qué hay más insignificante que un botón seguramente de plástico, y de color rojo. A menudo, cuando presionamos uno simplemente nos confundimos de piso o eliminamos un power point sin querer, o una columna que al transcurrir una semana admites sin nostalgias ni hostias que era una basura de las tuyas. En algunas situaciones, basta con pulsar a su vez otro botón para restaurar la normalidad.

Nos cuesta aceptar que un interruptor conduzca a la aniquilación. Para ciertas acciones nuestra mente todavía posee resortes arcaicos. ¿Cómo va a bastar un botón rojo para destruirlo todo? En nuestra imaginación debería ser necesario hacer girar un rígido engranaje, y bajar varias palancas, y apretar tornillos, y romper candados, y antes caminar cinco kilómetros bajo una ventisca de nieve, porque primero has llamado por teléfono y no te ha cogido nadie, y después abrir y cerrar varias puertas, y cuando llegas a la última descubrir que te olvidaste la llave en casa de tus padres, dentro de un bote de Cola-Cao vacío.

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