Blog | Permanezcan borrachos

La moda de llegar puntual

ÚLTIMAMENTE ya no sé si soy puntual o no. Lo fui, como mucho. Pero qué no se somete a cambio. Digamos que se me cayó el reloj al suelo, se rompió y no lloré. Tampoco sé, en esta nueva era, si me importa que la gente llegue a las citas conmigo en hora, a deshora o que simplemente no llegue. Quizá me guste la gente puntual, pero no demasiado puntual, que acude a los encuentros a una hora mezcla de tarde y temprano. Algunos días, cuando le propongo a alguien quedar, y en el último momento se desmarca con una excusa lamentable, me pongo contento, y me doy cuenta de que, en el fondo, no me apetece ver a nadie. 

La obstinación en llegar a la hora, o la falta de interés por conseguirlo, son una forma práctica, casi cómica, de dividir a la humanidad. Todos vamos eligiendo un bando, aunque no queramos, y quizá un día abandonándolo. En la facultad tenía un compañero obsesionado con la puntualidad y con las señales horarias de la radio. Cada vez que se aproximaban, subía el volumen y mandaba callar para que las oyésemos, como si estuviésemos en misa. Eran sagradas. Cuando quedabas con él, al llegar se tocaba el reloj con un dedo, extendía el brazo hacia ti para mostrarte la hora y te decía "Las nueve clavadas", por ejemplo. Era enfermizo y gracioso.

La puntualidad se presta a extremos nocivos. A principios de mes, el cineasta y escritor John Waters concedió a El País una entrevista por videoconferencia, en vísperas de su llegada a España para representar en el Festival Rizoma su monólogo Falso negativo. Desde la organización del festival exigieron a la periodista, Silvia Hernando, formalidad extrema: "John es superpuntual". En realidad, con varios minutos sobre la hora estipulada, Waters irrumpió en la pantalla. "Odio cuando la gente llega tarde. De hecho, llegar en punto es tarde", le dijo el artista a la periodista.

Cada uno se relaciona con el tiempo a su manera. Algunas personas no pueden vivir sin relojes, y sin mirarlos cada medio minuto. En 2007, cuando la policía detuvo a Salvatore Lo Piccolo, jefe de la mafia de Nueva York, después de veinticinco años prófugo, encontró un listado en su bolsillo con algunas cosas que la Cosa Nostra veía con malos ojos, entre las que estaba anotado "Robar a otros miembros de la organización", "Tener vínculos con la policía" o "Ser impuntual".

Blog de Juan Tallón
Blog de Juan Tallón

La semana pasada leí en The New York Times un titular que me llamó mucho la atención: "Ser puntual se pone de moda". Según el periódico, los dos años de pandemia, el trabajo a distancia, las constantes reuniones por videoconferencia, la necesidad de ordenar la paulatina y deseada vuelta a la normalidad, con los renacidos contactos sociales, el ocio, la vida cultural, han acabado con esa otra vieja moda de "Llegar un poco tarde". Cabe la duda de que llegar un poco tarde constituyese una moda y no algo enraizado en la naturaleza humana, en su comportamiento social, presente en cualquier época y cultura. El autor del reportaje destacaba el énfasis que pone en la puntualidad, por ejemplo, el nuevo alcalde de Nueva York, Eric Adams. Su jefe de personal le dijo al periodista que "Si llegas cinco minutos antes, eres puntual. Si llegas a la hora, llegas tarde".

Llegar un poco tarde, y alegar una excusa –que si el tráfico, que si los niños, que si una llamada, que si pensaste que habíais quedado a cuarto– es un recurso que brota naturalmente, incluso llegando a la hora, porque es costumbre lo contrario. Un poco tarde resume una forma de existir, tal vez es cuanto puedes hacer para doblegar la resistencia que ejerce la realidad a de tu paso. La vida misma se atraviesa, impone su velocidad a la tuya, te aplasta, y deja tus restos "un poco tarde» en el punto acordado. Llegar un poco tarde es la máxima premura a la que el ser humano alcanza sus metas, como cuando Woody Allen, en Scoop, le dice a su mujer "Estaba en el salón, he oído que te ahogabas, he acabado mi té con pudding y he venido enseguida".

Comentarios