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La zapatilla rosa

SIEMPRE ES LO mismo: te levantas y empiezas la búsqueda diaria. Hablamos de una acción primaria, consustancial a estar vivo. En realidad, cuando mueres, el proceso no se interrumpe. Mueres y te buscan a ti: la nada, los teleoperadores, tu banco, los microorganismos. El biólogo Ginés Morata sostiene que "donde aparezca un cadáver, a los siete minutos exactos llega una mosca. Después aparece el forense, y a los doce minutos, la policía".

MXNo hay días sin el verbo buscar. La vida se abre paso porque buscamos ininterrumpidamente. Buscamos ideas, objetos, personas, líquidos, pérdidas, ficciones, trabajo, tiempo, el sentido de lo que pasa, placeres, amigos, sitio para aparcar… En casa llevábamos cuatro días buscando desesperadamente una zapatilla. Es una zapatilla corriente, cómoda, de andar por casa, una maldita zapatilla de la talla treinta y dos, color rosa, con un unicornio dibujado, que amenazaba acabar con nuestra salud. Pertenece al pie derecho de mi hija. Aunque a esas alturas ya era de todos.

De vez en cuando, por whatsapp, llegaba el mensaje de un amigo interesándose por su suerte, incluso preguntando si habíamos mirado en tal o cual parte del piso, como si fuéramos tontos y no se nos hubiera ocurrido buscar debajo de las camas o del sofá. No sabíamos en qué momento exacto desapareció. Simplemente, cuando Helena quiso ponérselas,  solo encontró una.

A ella le hizo muchísima gracia porque así pudo jugar a "ser coja", poniéndose la zapatilla izquierda. Era obvio que la zapatilla estaba en casa. Debía estar. A la fuerza. Pero dónde, joder, dónde, porque no la veíamos. "Tiene que aparecer. Esto no es el desierto del Sáhara", dije al segundo día para insuflarnos ánimos. Cualquier búsqueda está amenazada por el fantasma de la frustración. A las pocas horas, de hecho, me vi empujado a matizar un poco mi esperanza: "No va a aparecer nunca. Soy de los que cree en la transmigración del calzado. Quizá la zapatilla ha muerto y se ha convertido en una hermosa y próspera katiuska, o en una chancla, vete a saber".

Marta puso los ojos en blanco, como siempre hace ante estos arranques. Helena, por su parte, preguntó que era la transmigración. Solo se me ocurrió ponerme a tararear Hacia Belén va una burra, rin rin, y al mismo tiempo husmear artificiosamente en los cajones de la cocina, destinados habitualmente a cubertería, utensilios varios y trapos.

"Pues aquí tampoco está, qué raro", dije al fin. En la vida buscamos, y después encontramos o no. Eso es otra historia. Cuando no encontramos, seguimos buscando, una cosa diferente o la misma. Buscamos a veces sin saber qué. Hay fuerzas en toda persona que arden sin pausa durante su existencia: la curiosidad y el deseo. Nunca se apagan. A lo más se distraen por puro cansancio de las cosas o aburrimiento. Es imposible no desear saber. Quizá el máximo poder al que un superhéroe pueda aspirar sea el de descifrar el paradero de cualquier cosa.

Cinco días persiguiendo la zapatilla nos situaron, en el peor momento, al borde del colapso. "Me voy a volver loca. O ya me volví". "¿No sientes que te puede dar un ataque al corazón de tanto buscar, con pobrísimos resultados?", expuso Marta. No dije nada, por cansancio.

Aquella batida infructuosa te empujaba a la desmoralización total. Es duro pensar que pese a haber mirado sin éxito en todas partes, en cada rincón conocido, de sobra sabes que la zapatilla está en casa, cerquísima, quizá riéndose como solo saben las zapatillas.

"Quememos el piso. Tampoco es que sea nuestro. O por lo menos mudémonos. Eso la hará emerger de su escondite, como a las ratas", propuse. Entonces fue Marta quien se mantuvo en silencio durante algunos segundos, al final de los cuales dijo: "Quizá si dejamos de buscar aparezca. ¿No es lo que decimos que suele pasar?". Entonces lo que pasó fue que al sexto día la zapatilla apareció en el trastero, dentro de una caja. No fue el final definitivo, porque entonces empezó la búsqueda del culpable.

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