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La típica hostia

Cada cierto tiempo, algunos seres humanos necesitamos ir hacia atrás

ALGUNOS DÍAS son demasiado buenos y tienes que estropearlos. No hay más remedio. Quizá no seas consciente, pero el propio cuerpo te pide que lo hagas, igual que te pide que vuelvas a fumar, que te cortes el pelo o que te vistas un poco mejor, por favor. Supongo que el cuerpo no es tonto. Por ejemplo, mi 31 de diciembre estaba resultando tan inmaculado y divertido que me vi empujado a estropearlo de alguna manera cuando sentí el vértigo de la felicidad. En Portbou, con vistas a la bahía, en un día primaveral, pero de invierno, no había muchas maneras para elegir, ni tiempo ya de hacerlo, así que a mediodía simplemente di marcha atrás en el coche sin mirar. Oí un "ctrahxtdslfjltronch" alto y claro. Entonces todo se jodió para bien. Pude notar cómo la vida se equilibraba y de pronto el día dejaba de ser tan adorablemente maravilloso y se volvía normal y aún así memorable. El pequeño accidente de coche resultó el contrapunto ideal a tanta excelencia y progreso. Cada cierto tiempo algunos seres humanos también necesitamos ir hacia atrás y encarar la barbarie de la que procedemos.

Maruxa


Me bajé del coche, me dirigí a la parte trasera y estudié los desperfectos durante unos pocos segundos. Primero me llevé una mano a la cabeza y me atusé el pelo, chasqueé la lengua y descansé después los brazos en las caderas, a ver qué pasaba. Nada especial. Nos parecemos tanto entre nosotros que todos reaccionamos casi con los mismos gestos al instante en que algo que iba estupendamente se desbarata en un parpadeo inesperado. Los daños no eran grandes; tampoco pequeños. Carecían de importancia, sin más, porque el coche era de alquiler. No dejé ni pasar un minuto y volví al interior del Citröen Elysee. "La típica hostia", comenté con mis acompañantes, y a continuación arrancamos, relajados. Enseguida empecé a ser consciente de que al estrellarme contra un muro de piedra al lado del memorial Walter Benjamin había cometido mi mejor error de 2017. Cuando pasen los años, dije en voz alta, cuánto nos vamos a reír al recordar el accidente. Si hubiese chocado contra el propio memorial hubiese sido el error perfecto. Esto ya no lo dije en alto, solo lo pensé. 

Los pequeños percances de coche sin importancia, saldados con un rayazo, una abolladura o la típica hostia marcha atrás, causan primero nerviosismo y enseguida un alivio notable. "Uf, menos mal", te dices justo después. Y a otra cosa. Esto es así y no admite discusión. No sé qué pensar de una persona que no se deja una puerta o la defensa del coche en un párking, o en el garaje de casa, o contra otro vehículo bien aparcado. Probablemente, que la vida le sonrió demasiado, pobre, y que se merece algo de peor suerte. 

Posee una ligereza absoluta el acto de chocar marcha atrás con un coche de alquiler. Al instante se vuelve una anécdota. No te da tiempo a quedarte triste. Se convierte en algo para contar casi al tiempo que oyes el golpe. Esos pequeños accidentes son los que merecen la pena. He rayado y abollado los coches de mi padre, mi madre, tres exparejas y al menos dos agencias de rent a car, y todos son golpes leves que guardo con cariño. Funcionaron como metáforas, a veces de la mezcla de placidez y desilusiones que se requiere para llevar una vida común. Cuando te aburres, incluso cuando te diviertes mucho, hacer la lista de abolladuras en coches que no eran tuyos prolonga la diversión. Hay días que no tienes por qué hacer algunas cosas, que es muy probable que salgan mal, pero tú sientes que debes probar suerte, cerrar los ojos y dar algunos pasos en una dirección incierta, a ver qué ocurre. La ambición no siempre resulta inteligente. Depositamos nuestra confianza en una buena estrella, quizá abusando de una racha favorable, mientras pensamos que cuando todo va bien nada puede torcerse, ni siquiera si metes marcha atrás y te diriges contra un muro, que seguramente se apartará. Va siendo hora de que hacer algo estúpido no acabe por una vez en estupidez.

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