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Formas de perder un piano

En casa de mis padres hay un piano vertical que nadie toca. Quizá en un sentido profundo ya no es un piano. No tengo claro que pueda serlo del todo sin música. Lentamente perdió la moral y el sentido de su vida.

Monterroso en Monterroso. EP
photo_camera Monterroso en Monterroso. EP

EN AUSENCIA de manos y notas, se convirtió en uno de esos muebles antiguos, sin desgaste, no demasiado prácticos, que solo sirven para ser muebles, ningún mueble en concreto. Por descuido vas colocando cosas sobre ellos en el cálculo de que será temporal, mientras encuentras el verdadero sitio de los objetos. Cuando voy de visita y veo el piano al fondo del salón-comedor, con un par de esculturas de mi padre encima, siempre me digo que habría que hacer algo. Aprender a tocarlo se nos antoja irrealizable, y deshacernos de su presencia para que lo toquen otros es un pensamiento un poco sanguinario.

No debe de ser fácil encontrar casa nueva para un piano. En Movimiento perpetuo Augusto Monterroso cuenta cómo una vez intentó deshacerse de 500 libros de golpe y fue imposible. Quizá 500 libros sea el equivalente a un piano, por valor, por peso, por dolor. Un día, ante su vasta biblioteca, se dijo: "¡Qué increíble cantidad de poesía, qué cantidad de novelas, cuántas soluciones sociológicas para los males del mundo!". Después de seleccionar los títulos, descubrió que eran pocas las personas que querían recibirlos. Barajó la idea de quemarlos, pero se le presentó ridículo y hasta mal visto. Donarlos a bibliotecas públicas, en cambio, le pareció una solución bastante fácil, y carente de espíritu de aventura, además de aburrida. Pese a recurrir a los amigos, al final solo consiguió deshacerse de 20 libros.

El día que nuestro piano llegó a casa tuvimos que salir a buscar vecinos dispuestos a sacarlo del camión y subirlo. La unidad familiar carecía de fuerza. Hicieron falta seis personas, que no se limitaron a transportarlo, sino que también lo desafinaron. Mi hermana, que estudiaba en el conservatorio, lo tocó durante dos años. Entonces no solo dejó la música, sino que se mudó para irse a la universidad. Al piano le cayeron 20 años de silencio encima. Hace una semana, Helena, que acaba de cumplir cuatro años, se acercó a aporrearlo delicadamente, y se le vino la tapa del teclado sobre los dedos. En caliente, propuse quemarlo en el jardín, como rumió Monterroso con sus 500 libros. Al día siguiente era San Juan. "Es la casualidad perfecta", dije, y argumenté que no había diferencias mayúsculas entre el silencio de un piano que no se toca y un piano que ya no existe.

Poco a poco entré en razón, admitiendo que algunos silencios podían atacarse. "Habrá que esperar a que nos vayamos en algún momento a la ruina", pensé en alto, acercándome a la manera de perder un día de vista el piano. Acababa de leer Big Brother, de Lionel Shriver, donde uno de los protagonistas, músico de jazz, cae en una mala racha, y a la ansiedad por no encontrar trabajo responde comiendo cada vez más. Cuanto más engorda menos bolos le salen, hasta que un día, sin blanca, se ve obligado a vender de su piano. "Me lo comí", le dice a su hermana.

Hay otras formas de quedarse sin piano, sin bordear la bancarrota. Siempre me fascinó el final de los hermanos Homer y Langley Collyer, que habían heredado una mansión de cuatro pisos en Manhattan y una enorme fortuna. Lo tenían todo. Pero un día cortaron con el mundo, y desconectaron el timbre de casa, el cable del teléfono, la corriente eléctrica. Homer era ciego y Langley salía por las noches a recoger toda suerte de objetos: periódicos, ametralladoras, máquinas de rayos X, piraguas, maniquíes, cadáveres de caballos, hasta un Ford T, que desmontó y montó en el interior de casa. Les encantaba la música, así que acumulaban toda clase de instrumentos. Un día, ante el mal olor que salía de la mansión, la policía entró y descubrió a Homer muerto en una silla, por inanición. Había tanta basura —¡140 toneladas!— que tardaron 18 días en encontrar a Langley, cadáver bajo pilas de periódicos. En el balance final se contaron catorce pianos

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