Blog | Permanezcan borrachos

Firme aquí, por favor

EN LOS años ochenta, Truman Capote se hospedaba a menudo en el United Nations Plaza, cuando estaba en Nueva York. Se encontraba cómodo recibiendo a los amigos y a algunos periodistas en camisón, descalzo, con los ojos hinchados. En una de esas citas, cuando una señora de la editorial Random House abrió la puerta, apareció Martin Amis. Estaba allí en nombre del Observer. La representante de la editorial le advirtió de que Truman no se encontraba bien. "Hablar, habla, pero…", le iba explicando mientras atravesaban salas de espera. Entonces, como salido de la bruma, Amis reconoció al autor de ‘Desayuno en Tiffany’'s’. "Tanta pena me dio que a punto estuve de decirle: olvidemos la entrevista. Llamemos a una ambulancia. Da igual, lo llevo yo mismo", escribiría en su reportaje el escritor británico.

 A Capote le gustaba recibir amigos y periodistas en la habitación de su hotel. Descalzo, en camisón y con los ojos hinchados

Mientras Capote tuvo que ausentarse al baño para "celebrar una larga y complicada sesión", a la que siguieron otras varias a lo largo de la tarde, él estudió la habitación. Las mesillas de noche, por ejemplo, estaban hasta arriba de revistas, libros y medicinas. Por fin, después de sonarse la nariz reiteradamente, Capote volvió a la habitación y se metió en la cama. El gesto solo fue vagamente excéntrico. Juan Cruz detalla en ‘Egos revueltos’ que una vez Camilo José Cela se sintió indispuesto, y le pidió que lo acompañase a su habitación en el hotel Mencey, en Tenerife. En un momento dado, como Capote, también Cela se levantó para ir al baño, y a la vuelta, comentó: "Y ahora a ver cómo viene el sueño". La misión de Cruz era dejarlo dormido, y se mantuvo en un apacible silencio, hasta que Cela le dijo que necesitaba que le hablasen para poder dormir. Cuando el joven Cruz empezó a explicarle quién era, de dónde venía, qué quería hacer en la vida, advirtió que el premio Nobel roncaba suavemente, y "me fui de puntillas". 

La conversación con Capote fluyó lentamente a través de sus libros, desde los primeros, a los que se filtró su aire sureño, de pueblo, a los últimos, en los que fue adquiriendo un tono más metropolitano. En un momento dado, a Amis le pareció que al entrevistado le daba un ataque de sueño, y antes de que eso ocurriese, le preguntó si tendría la amabilidad de dedicarle su ejemplar de ‘Música para camaleones’, que era el libro que Capote promocionaba por esas fechas, y que hasta la semana que Amis visitó Nueva York ya le había reportado cuatro millones de dólares. Se enderezó en la cama, y abrió el libro. Se quedó varios segundos mirando su primera página en blanco. Amis comprendió que se había olvidado de su nombre. "Se llama usted Tony, claro…". "No, Martin", respondió, tratando de que "Martin sonara lo más parecido posible a Tony". Truman se tomó con tranquilidad la dedicatoria. Cuando ya estaba en la calle, Amis sacó un cigarro, lo encendió, y echó un vistazo a la primera página del libro: "Para Martin ¡me esforcé cuanto pude! y usted demostró tener una gran paciencia Truman Capote 198". Ni siquiera había acertado a poner completa la fecha.

Camilo José Cela le confesó a Juan Cruz que necesitaba que le hablasen para quedarse dormido

Entre la firma de ese autógrafo, y el que había dedicado años atrás a una admiradora en un bar de Key West, más o menos célebre, había pasado mucho tiempo. Se lo relató el propio autor a Lawrence Grobel. Aquel día, acompañado por Tennessee Williams, la joven se acercó con lápiz de ojos, y le dijo: "Quiero que me ponga un autógrafo en el ombligo. Escríbalo como los números en la esfera de un reloj". Capote rechazó la idea, pero Williams lo persuadió. Así que allí escribió su nombre: T-R-U-M-A-N-C-A-P-O-T-E. Cuando la mujer regresó a su mesa, su marido estaba furioso. Tanto como para levantarse, arrebatarle el lápiz de ojos, y acercarse a Capote. "Me miró con un odio infinito, me tendió el lápiz de ojos, se bajó la cremallera del pantalón y se sacó el aparato". Entonces, dijo: "Como escribe autógrafos en cualquier sitio, ¿qué le parecería ponerme uno aquí?". Hubo una pausa, y el escritor respondió: "Pues no sé si podré escribir un autógrafo, pero tal vez sí pueda ponerle las iniciales".

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