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Fin de época

VOY A MUDARME de casa. Hace ya siete años que no cambio de domicilio. Nunca estuve tanto tiempo en un sitio, si descontamos los años que viví con mis padres. Casi da vértigo. No soy Raymond Chandler, que vivió a lo largo de su vida en más de cien sitios distintos, pero soy yo, y para mí es hora de buscar otra casa. Hay un momento siempre, en las viviendas de alquiler, en el que puedes escuchar cómo el propio piso te pregunta "¿Cuándo te vas, amigo?", como si en realidad los dos necesitaseis perderos de vista, cambiar de aires, casi cambiar de vida. Hacer esto último exige una enorme voluntad por tu parte, quizás una dosis de locura, o al menos cierto amor por la congoja, el cansancio, la desesperación, la pérdida.

Se puede cambiar de vida de muchas maneras. A veces simplemente necesitas dejar un empleo por otro. Algunos días eso no basta y tienes que abandonar también ciertas costumbres. Puede, sin embargo, que tampoco eso sea bastante sacrificio, y entonces conviertes un dormitorio en estudio, mueves la televisión, renuevas una lámpara, compras una cama nueva. Instalado en ese rediseño del hogar, no estás libre de que en el fondo no hayan cambiado las cosas, sino simplemente la colocación de las cosas. Así que emprendes una mudanza verdadera y te haces con una nueva dirección postal. En el listado de pros y contras de irnos de nuestro actual piso, hemos incluido como ventaja el nombre de la calle nueva, muchísimo más corto.

Permanezcan Borrachos

Hacer mudanza es terrible, pero a menudo hacer algo terrible es lo que uno necesita. Lo terrible no se opone a lo bello. No hacer mudanza, por otra parte, puede ser más espantoso que hacerla. Perder de vista la vieja casa, llena de demasiados buenos recuerdos, no tiene por qué ser malo. Y menos aún bueno. Quizás solo sea parte del proceso natural de la vida, durante la que estás perdiendo cosas todo el tiempo: la belleza, los amantes, el pelo, los reflejos, la juventud, los padres, la pasión, la esbeltez, las gafas de sol, el sentido aventurero, tu abrigo preferido, la paciencia, la postura recta, la ironía.

Nos queda un mes antes de precipitarnos al caos de la mudanza. Entretanto es imposible mirar alrededor y no pensar en separarse de algunas cosas para siempre. Las mudanzas no se emprenden solo para reinventar un hogar, sino también para desprenderse de posesiones, proclamar la importancia algunos días del desamor. Antes de abandonar un lugar y meter tu vida en cajas, te alejas primero interiormente, sientes que conviene renunciar a parte de la viejo. Y lo haces. Fácil no es. Pero quizá tenía razón Temístocles cuando, tras la segunda guerra del Peleponeso, dijo aquello de que "la ruina nos defiende de una ruina mayor".

El cambio de aires es una prueba a la que sometes el valor sentimental de docenas y docenas de pertenencias personales. El abandono encarna uno de los temas más interesantes de la humanidad. ¿Cuánto de nosotros estamos dispuestos a dejar atrás, y perderlo para siempre, y entonces comenzar nuevas historias? Hace unos días, sentado a la mesa de mi estudio, fijé la mirada en mi enorme cartón pluma con el mapa de Lyon, gracias al que en su día escribí una de mis novelas, y pensé: "Tú, fuera". No pensé más. Lo bajé a la calle, lo apoyé en la fachada del edificio, volví a estudiarlo durante algunos segundos, en compañía de mi hija, y después lo rompí en dos y luego en tres. Lo dejamos en el contendor.

Pero al volver a casa, y reparar en las diez versiones de Obra maestra que precedieron a la definitiva, me pareció evidente que tirarlas sería un adiós perfecto a lo viejo. Fin de época. Deposité los manuscritos también en el contenedor, les saqué una foto y la colgué en Instagram. Una hora después se los habían llevado todos. Me arrepentí y no me arrepentí, en uno de esos instantes que lo sientes todo a la vez, el sentido de las cosas y su falta, el fin y el principio, el amor y la indiferencia, el sí y el no.

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