Blog | Permanezcan borrachos

A propósito de toña

MARUXA
photo_camera MARUXA

DE VEZ EN CUANDO consulto el diccionario de la RAE en papel. Es más lento que acudir a la aplicación del teléfono, pero yo casi nunca tengo prisa. Obviamente, también es más laborioso: para empezar, tienes que levantarte —y algunos días estás tumbado—, caminar hasta su estantería, que puede ser una distinta a la que creías, y estar en otra habitación, retirar por fin el volumen… Abrirlo, y después avanzar y retroceder a través del orden alfabético se vuelve, sin embargo, una aventura infinitamente más misteriosa, bella y emocionante que escribir una palabra en un teclado y pulsar la opción ‘buscar’. La lentitud y el trajín quedan compensados.

Eso no quita que el orden alfabético puede resultar en ocasiones criminal. Onetti contaba que una joven de trece años se presentó un día en su casa ofreciéndose para ordenar su biblioteca. Después recitó el abecedario de carrerilla, y el escritor lo juzgó mérito suficiente. Cuando acabó, Onetti examinó aterrorizado el resultado: la letra J agrupaba a Joyce, Jiménez, Le Carré, Valera, Cocteau, Rulfo, Swift, Cortázar, Steinbeck y Borges, entre otros.

El lunes tuve que recurrir al diccionario en papel para buscar ‘toña’, que es un pan grande, a veces de centeno. Alguien la mencionó en una conversación en la que estaba presente, y me intrigó que aquella toña no viniese en realidad de Antonia. Ya que el volumen se encontraba sobre la mesa, me dediqué a saltar por sus páginas durante un rato, a voleo, no para buscar algo en concreto, sino para descubrir de pura casualidad nuevas palabras. Así fue cómo me encontré con ‘pairar’, ‘caracha’, ‘henequén’, ‘mañero’, ‘jaharrar’, ‘baciyelmo’, ‘pitarrosa’ o ‘zambucar’.

Un diccionario en papel, entre su primera y última página, con su peso, tamaño, sonidos, tacto, colores, te ayuda a hacerte una mejor idea del extraordinario alcance de un idioma. Hace más comprensible el infinito, como decía Umberto Eco, al crear un orden en lo absolutamente grande. Las listas, según el escritor italiano, son el origen de la cultura, y el intento más exitoso de comprender lo incomprensible, y un diccionario, a su manera, es una lista.

En mitad de la inabarcable aventura de descubrir palabras, yendo adelante y atrás, recordé algo que cuenta César Aira en El gran misterio, cuyo protagonista es un científico interesado en los nombres de las cosas, ampliamente recogidos en el diccionario. Este es una especie de bazar millonario, dice, que no tendría vida sin la intervención de los verbos. Cruzar la calle, beber del vaso, leer un libro, comer lasaña, pisar la calle, pensar tonterías… Gracias a los verbos, según el protagonista de la novela, el resto de palabras dejan de ser un juego mental gratuito.

Y entonces, el científico lanza al aire la hermosa teoría de que si una persona tuviera frente a ella la lista de todos los verbos, "creo que podría recorrerla del principio a fin sin encontrar uno solo que no hubiera ejecutado". ¿Qué no hizo, en algún momento de su vida? "Hasta los verbos que a simple vista pudieran parecerle ajenos, los habría actuado alguna vez". ¿Matar? No habrás matado a un semejante, pero sí a una mosca, o una porción de tiempo, o al aburrimiento. ¿Condescender? Igual. ¿Volar? Quizás no hayas remontado nunca el aire en un globo, pero si dejado volar la imaginación. "Si no es literal, es una metáfora".

Me remití, para hacer el experimento, a los verbos que había anotado después de buscar ‘toña’. ¿Acaso alguna vez zambuqué algo, por ejemplo? Sí, a la vista de que es la acción de meter de pronto una cosa entre otras para que no sea vista. ¿Y qué pasaba con pairar? Pairan las naves al estar quietas con las velas tendidas, pero también nosotros, figuradamente, cuando estamos a la expectativa para actuar en el momento que sea necesario. Ahí suspendí el experimento. Un diccionario dura es inabarcable, no hay que incurrir en el error de acometer su infinito. La vida es larga. Tiempo habrá para descubrir que ni siquiera "paco" viene necesariamente de Francisco.

Comentarios