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Toro

Título: Toro 

Director: Kike Maíllo 

Reparto: Mario Casas, Luis Tosar, José Sacristán 

Calificación: 3/4

EN 2002, y con las ruinas de las Torres Gemelas todavía echando humo, David Benioff publicó ‘25th hour’, una historia sobre un traficante de drogas que paseaba su último día por Nueva York antes de entrar en la cárcel. En realidad, Monty Brogan, el protagonista de la novela, era USA en un diván preguntándose por qué todo el mundo le odiaba cuando no se había metido con nadie. Estados Unidos tiene muchos defectos pero una gran virtud. Se mira tanto el ombligo que, cuando se descubre pelotillas, no se desentiende de ellas; las ilumina y analiza como algo inequívocamente suyo. Spike Lee quiso dirigir el guion que Hollywood le había encargado al propio Benioff y peleó con Disney para mantener un monólogo frente al espejo que hoy es cumbre. En él culpa a judíos, negros, musulmanes, homosexuales, rusos, coreanos y chinos de la apropiación de un país y una ciudad demasiado acogedora. Al final, se da cuenta de su propia actitud: "No, jódete tú, Monty. Lo tenías todo y la cagaste". 

Aquí el detritus es tan abundante y está tan generalizado que desborda las alcantarillas, pero a España le cuesta una barbaridad representar toda esa podredumbre. Cuando nos miramos al espejo vemos a Rafa Nadal en lugar de a Bárcenas y a Pau Gasol cuando en realidad somos Mario Conde. ‘Toro’ no oculta la metáfora a pecho descubierto de un país castigado por su propia condición. Lo expresa en el título y en una de las frases lapidarias de la película: "España es un país de malos hermanos". Pero el protagonista, es decir, la personificación de España, no debería haber sido Toro, un joven de pronto violento pero con un corazón que no le cabe en el pecho y la cara de Mario Casas, sino su hermano López, un traidor, mentiroso y ladrón, bastante ruin y cobarde que tiene las cejas de Luis Tosar. 

Toro’ quiere ser una película de acción en la que este país se mira al espejo. Y tiene detalles que dejan ver lo que pudo haber sido y no fue. Ahí están los bloques de apartamentos de Torremolinos como escenario de un duelo nocturno iluminado por los colores pastel del neón, donde resuenan los ecos de ‘Drive’ tras el fondo sonoro de Joe Crepúsculo. Y ahí está José Sacristán, encarnando a un villano cuya sola aparición ya es amenazante. Pero en el guion hay más testosterona que diván. 

‘25th hour’ y ‘Toro’ terminan igual. USA y España, ante la posibilidad de una huida y un borrón de sus culpas, se enfrentan a la expiación carcelaria que les haga, por una vez, responsabilizarse de sus propios actos.

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