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Atrapa la bandera

'ATRAPA LA bandera', como película familiar esencial, se propone suavizar todos los conflictos posibles en una historia con demasiados problemas de inicio. Enrique Gato quiere conquistar el mercado internacional con una cinta de animación escrita y producida en España, pese a la poca tradición que tenemos en la industria. Lo hace con un relato que usa los arquetipos del estilo de vida americano, asumiendo que esa es la globalidad en el cine. El primer problema que debe superar Gato es cómo transmitir, desde el sur de Europa, que las barras y estrellas nos representan a todos, cuando la carrera espacial era una competición entre superpotencias y modelos de vida.

El segundo conflicto es el generacional, uno de los motores tradicionales del cine familiar y el que mejor sortea la película. Un abuelo hosco, un padre enfrentado a éste y un hijo que pretende restablecer el honor científico patriótico de la Nasa uniendo, al mismo tiempo, a su familia distanciada.

El tercero, y más complejo, es el choque entre lo público y lo privado. El niño protagonista defiende, casi sin proponérselo, que la Luna sea un espacio común sin propietarios. El villano de la función, un Donald Trump con voz de Dani Rovira, pretende privatizar el satélite y sustituir la bandera americana plantada en 1969 por una de su emporio. Una voz explica el concepto de lo público como algo que pertenece a todos y, en consecuencia, a ninguno, frente a empresas privadas o Estados que pretenden apropiarse de lo común.

‘Atrapa la bandera’ incide en la idea de volver a mirar a las estrellas como hacía ‘Interstellar’. Gato y su equipo reivindican esa era espacial con una película que avanza con soluciones narrativas dudosas, y con un trazo tan impersonal que también parece diseñado para no incomodar.

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