Opinión

Cincuenta pasos

Aventuras y desventuras de la simpática calle Vila de Sarria y unos adoquines

LA CALLE Vila de Sarria es una don nadie en el callejero. Hasta el nombre de calle le viene grande a este retal de Recatelo, tan falta de aspiraciones que ni salida tiene por uno de sus extremos, el que se despeña por las escaleras que van a dar a Cidade de Viveiro. No soy bueno calculando distancias a ojo, pero a pie son cincuenta pasos mal contados, alguno más o alguno menos según la recorras cuesta a arriba o cuesta abajo.

La pobre aguanta resignada en su anonimato, dando todo de sí misma, por poquito que se pueda ser, atiborrada de coches aparcados por unos conductores ingratos que ni su nombre se molestan en saber. Es tal su falta de soberbia y pretensiones que hasta los balcones de una de sus principales fachadas carecen de puerta de salida, se quedaron en simples ventanas.

Yo, sin embargo, le tengo cierto aprecio. Solidaridad entre iguales, supongo. Situada entre los bares César y La Esquina, se me aparece no pocos días como escapatoria, mi túnel de salida del laberinto que forma la línea recta que une ambos bares. Si no estuviera, algunos días podría quedar atrapado para siempre, como un Minotauro encogorzado.

Siendo tan poquita cosa, o precisamente por eso, cualquier gesto de cariño lo agradece, con cualquier oportunidad de futuro se ilusiona. Y yo con ella, me gustaría que este fuera por fin su momento. El gobierno del PSOE del Concello, sabiendo que no encontraría resistencia en su modestia, la ha elegido para probar unas de las propuestas que en su día aceptó de sus semisocios de Lugonovo, otra salida diseñada en principio como avenida que lleva camino de quedarse en plazoleta. La idea es colocar unos nuevos adoquines descontaminantes que ya se están probando de forma experimental en otras ciudades.

No soy bueno calculando distancias a ojo, pero a pie son cincuenta pasos mal contados


Estos adoquines, dicen sus inventores holandeses, ayudan a reducir la contaminación causada por los tubos de escape de los vehículos. Por lo que se ve, apañados que son ellos, "absorben el óxido de nitrógeno que emiten los coches y los transforman en compuestos inocuos para el medio ambiente a través de un proceso de oxidación natural libre de agentes químicos". Esto lo explicó así de chulo el concejal del ramo, Manuel Núñez, a principios del mes de enero, cuando dio una rueda de prensa exclusivamente para anunciar este proyecto, que además habría de servir para peatonalizar Vila de Sarria y convertir este insignificante callejón en una plaza supercuca. A lo mejor lo de supercuca no es del todo literal, pero algo parecido.

Unos pocos meses antes de esta rueda de prensa, pero cuando ya se conocía la propuesta de Lugonovo, Vila de Sarria había sido abierta en canal para hacer unas reparaciones y unos arreglos, seguro que necesarios. Después de un par de semanas de trajín de máquinas y obreros, se pusieron aceras y pavimento nuevos.

Apenas mes y medio antes de aquella rueda de prensa que les cuento, el propio Concello había adjudicado otras nuevas obras en aquellos cincuenta pasos mal contados. Esta vez lo urgente era renovar las redes de abastecimiento. Aunque urgente, lo que se dice urgente, tampoco parece que fuera, porque han tardado siete meses en comenzar después de adjudicarse las obras. Los trabajos empezaron hace semana y pico, otra vez la calle levantada, las aceras recién colocadas reventadas y vuelta a empezar.

Un fallo de previsión lo puede tener cualquiera, pero hasta se podía dar por bien empleado si esta vez fuera la definitiva. No había motivo para pensar que no fuera a ser así: el plan para colocar los adoquines descontaminantes y peatonalizar la calle ya estaba listo y presentado desde enero. Pero no, esta vez tampoco. Los obreros están ya reconstruyendo de nuevo las aceras tal y como se las encontraron hace dos semanas, tal y como ya habían hecho unos meses antes. Parece, sin que pueda aportar al problema otra explicación que mi estupor, que todavía no están contratadas las obras y los materiales para rematar este proyecto de dimensiones épicas.

Es decir que, en el mejor de los casos, dentro de otro par de meses o tres o cuatro, las máquinas volverán al callejón de Recatelo para levantar por tercera vez todo el pavimento que se acaba de renovar y colocar por fin los adoquines milagrosos. Y, si hay suerte, un par de bancos y hasta unos pocos arbolitos que le den al conjunto algo de humanidad.

Seguro que si al final sumamos todo lo gastado en las tres obras ni siquiera es una cantidad escandalosa, Vila de Sarria es tan poca cosa que ni para eso da, la pobre. Pero también es seguro que si se hubiera hecho con la mínima planificación, no solo se habría acabado antes sino que se hubiera gastado muchísimo menos, pudiendo emplearse ese dinero para afrontar otras obras igual de necesarias que se están demandando por toda la ciudad.

Y son solo cincuenta pasos mal contados. Échense ustedes a caminar por el resto de calles del país y ya me van contando. Luego hacemos unas sumas y se las presentamos a nuestros gestores cuando nos vengan con eso de los recortes necesarios para priorizar inversiones ante la falta de recursos. ¡Menudos adoquines!

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