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Reliquias para la eternidad

Lord Byron tiene un poema cuya voz poética se define en el propio título, que bien podría traducirse como Versos grabados en una copa hecha con cráneo. Me gusta especialmente la segunda estrofa, toda una manifestación de rebeldía respecto a la irremediable futilidad de nuestras efímeras vidas frente a los implacables vientos de la eternidad. Dice así:

"Viví, amé, bebí a grandes tragos como tú:
morí: que la tierra renuncie a mis huesos;
lléname: tú no puedes hacerme daño;
el gusano tiene labios más viles que los tuyos."

Cito a Byron antes de referirme a un lugar común que me llama la atención y que cada vez se encuentra con más frecuencia en la crítica política. Me refiero a aquella de “los libros de Historia hablarán de él como...”. Lo que le sigue no suele ser muy halagüeño, aunque lo que me resulta más inquietante de la expresión no es cuando el que la utiliza es un articulista, bloguero o cualquiera que dedique gran parte de su tiempo a hacer anotaciones a pie de página a toda publicación que pueda encontrarse por la red, sino cuando es pronunciada por un político.

Es cierto que el uso de “los libros de Historia hablarán de él como...” está menos extendida entre el gremio de mandatarios, que, al contrario que la crítica, reserva este tipo de clichés para despedidas entre pétalos o para elaboradas alabanzas para alguien con el que no se coincide muy a menudo. Por poner solo algún ejemplo, Sarkozy, allá por el 2006 –antes de ser presidente de Francia–, acudió como invitado a una convención nacional del PP en Madrid, donde aseguró que “algún día los libros de Historia hablarán del Renacimiento español para referirse al período de Aznar, que convirtió a España en la octava potencia del mundo”. Aunque en un marco más reciente también tenemos a Toni Cantó, que, hace solo unas semanas, tras su salida de UPyD, se refirió a Rosa Díez diciendo que “los libros de Historia hablarán de una mujer que lideró e inició un cambio en un momento en el que la política de este país se pintaba en gris”.

Ha pasado tiempo de sobra como para dar ambas previsiones por fallidas, pero en cualquier caso es innegable que la posteridad ha pasado a ser un tema que hoy por hoy preocupa. Ya sea para el cumplido o para el agravio, todos los bandos buscan en ella el tamiz que separe la honorable verdad de la demagogia y el ruido y, por lo tanto, la extinción del adversario.

Podría dar la sensación que los deseos para los venideros libros de Historia no sean más que el fruto de la inconsciente aunque febril búsqueda de la gloria eterna o del incontestable linchamiento, pero no solo se trata de un 'de ahora en adelante'. Al parecer, también existe un 'desde entonces'. Entre ajustes y desbarajustes económicos y sociales hay tiempo para conmemorar el centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús –cuya reliquia de su mano izquierda fue custodiada por el Caudillo en persona–. También es un buen momento para celebrar los cuarto siglos de la muerte de Cervantes y de paso exhumar el cuerpo de alguien que podría ser él (o no), junto a los restos de otros quince pobres desgraciados a los que no se les atribuye ninguna obra, ni se ha encontrado inscripción alguna en sus respectivos cráneos, tan poco eficaces como recipientes para el vino.

El que las vidas estos dos centenarios autores llegaran a coincidir y que la reliquia que se conserva de la beata sea precisamente la mano 'chosca' del de Lepanto. Tal vez todo forme parte de un plan para dar vida a un monstruo de Frankenstain de la Literatura Española. Devoto, ocurrente, anticuado y, en definitiva, horrendo. Un milagro contranaturista listo para cobrar vida en una mala noche de tormenta.

Desconozco lo que dirán los libros de Historia de este o de ningún otro Gobierno cuando hayamos muerto, pero teniendo en cuenta las actuales prioridades y jugando a ensoñar una nueva era, es relativamente fácil alcanzar la imagen de un niño que huye asustado hacia su padre, escapando del descubrimiento de un par de esqueletos a los que el apocalipsis le sorprendió el día que decidieron ir a las rebajas del ahora ruinoso y destartalado centro comercial. El niño no tarda en encontrar consuelo en los brazos paterno, toda la que sus trajes antirradiación le permiten.  

-Hijo, no pasa nada, son solo esqueletos.
-Papá, ¿eran esos de la clase media?
-Sí, hubo un día que lo fueron, pero ahora solo son reliquias.

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