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Efeméride bohemia

CON LA llegada de la era digital el calendario se ha plagado de efemérides y días internacionales no oficiales que marcan prácticamente cada fecha de la agenda con un ánimo difuso, aunque en general festivo. Se trata de una onomástica popular, no consensuada, participativa y a menudo arbitraria.

Por supuesto, que se trate de institucionalizar el día del 'orgullo friki' o el 'día del gato' no es algo que me moleste, faltaría más. Pero reconozco que se me hace un tanto enfermizo la necesidad de tener que sacarse cada día una conmemoración de la manga o de intentar generar una corriente artificial para sentirnos partícipes de un hechos que ni nos importan. Sin ir más lejos, este verano, concretamente el 13 de agosto, leí un tweet que felicitaba directamente a H.G. Wells por su cumpleaños. Dejando a un lado que dirigirse a un muerto para felicitarle el cumpleaños es un acto erróneo, dado que en cuanto te mueres dejas de celebrarlos –ley de vida–, cabe mencionar que el autor de La máquina del tiempo vio pasar todos sus 13 de agosto sin soplar una sola vela. Aunque sí hubo uno, el de 1946, que fue determinante para el escritor ya que ese día fue el que se le escapó su último aliento.

Wells en realidad nació el 21 de septiembre de 1866. ¿Pero a quién le importa? ¿Quién tiene presente las fechas del 21 de septiembre de 1866 como el día en el que nació H.G. Wells y el 13 de agosto de 1946 como el día en el que murió? La autora de aquel tweet no, desde luego.

Y es que la necesidad de conmemorar se nos está yendo de las manos. He estado haciendo cálculos. Si sumamos las fechas en las que fueron lanzados los discos de los Beatles y los más significativos de los Rolling Stones –sin contar trabajos en solitario– y les añadimos la de los días en las que dieron sus conciertos más sonados, nos sale que cada año es susceptible de que el 30, 35, 40 ó 50 aniversario de entre 9 y 11 de estos eventos se haga noticiable. Y eso sin contar con Pink Floyd, Led Zeppelin, Jimy Hendrix, Michael Jackson, Police, Bob Dylan, Nirvana o a cualquier otro gran icono de la música pop-rock o de cualquier disciplina artística no musical que se nos ocurra que pueda ser objeto de esa mitomanía tan deprimente que nos corroe y que nos hace ir de entendidillos de cualquier cosa que acabemos de leer por ahí sobre algún polvoriento momento de gloria.

Aún con todo, creo que hay homenajes que sí son merecidos en lo que a términos de justicia musical en la cultura pop se refiere. El pasado 31 de octubre fue el 40 aniversario de la publicación de Bohemian Rhapsody y, cuando a Brian May le preguntaron al respecto, respondió que todavía seguía escuchándola en el coche cuando la ponían por la radio. Supongo que le debe de traer muy buenos recuerdos, porque Queen nunca tocó una versión íntegra de Bohemian Rhapsody. Les resultaba imposible reproducir la parte de los coros de ópera. En los primeros conciertos la canción se acababa justo cuando llegaban a esa parte, aunque más tarde optaron por abandonar el escenario mientras dejaban sonando una grabación y bajaban las luces. De modo que Mercury, May, Taylor y Deacon esperaban ocultos en alguna parte escuchando las palmas y coros de estadios enteros antes del explosivo regreso a escena en la parte más acelerada de la canción. No solo se trata de un himno, la mejor pieza de ópera-rock de todos los tiempos, también alberga en sí una ceremonia.

Las palmas de We will rock you son, sin lugar a dudas, las más leales con las que una audiencia pueda responder en un concierto de rock

Sería incapaz de desaprobar cualquier efeméride a propósito de Queen. Sobre todo porque no es uno de esos grupos que viven de la nostalgia y porque parte de la fidelidad de sus fans tiene que ver con que su música está llena de rituales. Las palmas de We will rock you son, sin lugar a dudas, las más leales con las que una audiencia pueda responder en un concierto de rock; y las de Radio ga ga seguramente sean las segundas en la lista. We are the champions, corona el final de cualquier torneo; y el God save the Queen es más conocido fuera de Gran Bretaña como la canción que suena al final de los conciertos de Queen que como el himno del Reino Unido.

Además, hay algo en Freddie que parece que ha estado siempre ahí. Nunca dejó de decir que iba a triunfar y a ser una estrella. Su madre contaba en una entrevista al Times que de niño vio una actuación de Elvis por la televisión que le entusiasmó y lo que dijo fue “algún día seré como él”. Más tarde iría paseándose vestido como una estrella y “comportándose como tal”, según afirmaría el propio May, quién también concretó que por aquel entonces, antes de Queen, la economía de Mercury consistía en gastárselo todo el sábado.

Como si todo estuviese escrito, Farrokh Bomi Bulsara, creyente en las ciencias de la astrología, se rebautizó como Mercury (Mercurio es el planeta que rige sobre Virgo) e hizo que en el logo del grupo aparecieran representados los signos de los cuatro integrantes.

Freddie ha sido el mejor frontman de todos los tiempos. Su pose sobre el escenario con el palo del micro se debió a que en una actuación éste se le separó del pie, una de esas casualidades que crean tendencia. Hay quien ha cogido algo de él, pero nunca lo suficiente como para exponerse a una comparación.

Es una verdad irrefutable que no ha habido nadie que haya hecho nada que se pueda decir que “se parece a Queen” y, sin embargo, se ha consagrado como uno de los grupos más influyentes de la historia del rock. Y es que no todo es Freddie. La plantilla la completaban un guitarrista que se hizo su primer amplificador con una radio vieja y su guitarra con la madera de una chimenea; el “legendario” batería de Cornualles (era así como Roger Taylor se promocionaba en la tierra donde pasó su adolescencia); y con John Deacon, responsable de las líneas de bajo tan pegadizas como las de Another one bites the dust o I want to break free.

Pero sí. En Freddie hubo algo antes del éxito y lo seguiría habiendo después de su muerte. Tuvo la oportunidad de despedirse musicalmente, junto a la banda, con su último trabajo, Innuendo. Un disco tan bueno como cualquiera de los anteriores y que dejó como single The show must go on, publicado como tal solo seis semanas antes de su muerte y que hacía una evidente alusión a la inevitable tragedia.

Y así es como sucedió, el grupo se deshizo, pero su música y la figura de Freddie ha permanecido no menos que cuando las luces se encendieron por primera vez para Queen, con la canción que abría su disco debut, paradójicamente, Keep yourself alive. Desde entonces nadie ha caído en la desgracia de olvidarlo, por ello el 24 de noviembre es una fecha para recordar que aunque Freddie se fue, nos dejó la radio encendida.

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