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Soldado del amor

HOY NO TENGO el chocho pa ruidos! Está es una frase para usar solo en momentos muy determinados, con mucha precisión, como este. La aprendí de las amigas de mi mujer, todas santanderinas estudiadas y aseadas, mujeres de familias con solera pero con una sorprendente facilidad para el raquerismo, que viene a ser algo así como una versión santanderina del cheli nacida en las proximidades del Barrio Pesquero. Da lo mismo, el caso es que no tengo el chocho pa ruidos.

No sé qué tendrán los lunes que son lunes hasta cuando estás de confinamiento, cuando se supone que lo mismo da lunes que jueves que domingo. Será también que anda rondando el campamento un virus y eso nos tiene con el ánimo bajo y culo prieto. Los síntomas no encajan, apunta más a estomacal, pero en estas circunstancias es difícil razonar con tranquilidad. Supongo que pasará, como todo.

Pero hay días que no te alcanza la paciencia para nada. A mí, por ejemplo, me va llegando ya la retórica de la guerra y el todos somos soldados, como si los militares hubieran pasado a encarnar de nuevo las esencias de la nación. Vaya por delante mi aplauso a los soldados, pero como a todos los profesionales que se están dejando la piel en primera línea en esta crisis sanitaria. Ni más ni menos. Yo prefiero pensar que todos, incluidos los militares, debemos comportarnos como ciudadanos responsables, que me parece algo mucho más importante.

soldados

Aunque ciudadanos, como soldados, los hay para todos los gustos, dispuestos en mayor o menor grado al sacrificio. Uno de ellos se lo encontró hace unos días caminando por la carretera de un pueblo de Lugo un guardia civil con el que hablé ayer, buen amigo. 

Iba por la noche, intentando pasar desapercibido. Cuando lo pararon, estaba como a tres kilómetros de su casa. Sin ninguna explicación convincente que dar, al paisano al rato no le quedó otra que confesar, aunque lo hizo esperando un poco de complicidad: había estado un montón de días trabajando fuera, les dijo, y no había podido resistir la tentación de ir a desfogarse con una amiga que vivía cerca. En realidad, sospechan, era un piso de tapadillo donde todavía se prestan servicios. El soldado del amor se marchó con una multa de 600 euros, el polvo más caro de su vida. Y ni siquiera era lunes.

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