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Estampitas

LOS LUNES NUNCA suelen ser un buen principio, ni siquiera aunque empiecen bien, que suele ser nunca. Hoy, tampoco. En el campamento hemos sufrido una baja notable, la del doctor Fernando Simón.

Es curioso lo que el tiempo y las circunstancias hace que llegues a sentir como propio. Yo me había acostumbrado a ese tipo de tal manera que era el único que me tranquilizaba, hasta cuando lo que estaba diciendo era como para echarse a temblar. ¡Qué tiempos estos tan extraños!

Le había cogido yo al doctor una fe vieja, al modo de los creyentes de antes, al modo en que las abuelas llevaban las estampitas de los santos y las beatas en el bolsillo, al modo en que mi madre encomienda cada día a toda la familia a la virgen de Valvanera, con esa fe irracional que te habla por dentro y te convence que esa virgen y ninguna otra es capaz de obrar el milagro, por encima incluso de la voluntad del propio dios.

A cambio, encontré una disculpa para llamar a la otra figura de referencia que aún me queda, mi Fernando Simón de andar por Lugo, María Piñeiro. Sigo sus mensajes en el chat del curro como las ruedas de prensa de Simón por la tele y no me creo nada que no me confirme ella.

Hablamos un poco de cosas del trabajo y luego de lo importante. Está bien, dentro de sus posibilidades. Vamos, un poco como todos. Sale lo imprescindible, pero a mí me pareció que solo con mirar la calle arriesga de más. No me ofrecí a ir y hacerle la compra cada vez que lo necesite porque me pilla muy lejos y me iba a mandar a tomar por saco, pero es una baja que no me puedo permitir.

simon

El trabajo se llevó casi todo el día. Suena raro decir esto, pero ni tiempo tuve para ver a los niños. Solo los ratos que anduvieron por la cocina.

A cambio, colgué el teléfono con el ánimo subido a empujones. Me tocó hacer ronda con médicos que figuran en las listas de voluntarios para ser llamados en cuanto sean necesarios. Hay de todo: jubilados, extranjeros, recién licenciados... cada uno de su padre y de su madre, algunos con nada por demostrar y otros con toda la vida por delante. Todos con la misma ansiedad por sentirse útiles aunque sea a costa de arriesgarlo todo, sin ninguna necesidad.

Cuando ayer salí a aplaudir a la ventana les aplaudía a ellos. Y a Fernando Simón.

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