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Las quimeras literarias: los que nos desvelan y el desvelamiento de los sueños

Enigmáticos, alucinados o lúcidos, los sueños son el material literario por excelencia. Algunos se acrecientan al novelarse y, difíciles de borrar, persisten en nosotros durante largo tiempo. 
 

Desde la antigüedad, los sueños han constituido un asunto fundamental de la literatura, que ha procurado desentrañarlos de las formas más extrañas (y en tantas ocasiones, certeras). No en vano se encuentran ya en el primer texto literario conservado, cuyo protagonista, el rey Gilgamesh, tiene un sueño anticipatorio sobre la venida de su rival y compañero Enkidu. El mundo de la vigilia y el del sueño se parecen a un reloj de arena, y sus mitades idénticas nos impiden saber, una vez puesto a andar, de qué lado de la verdad nos encontramos. Y la arena derramándose de un extremo a otro, en la matriz del mundo. 

Portada de 'Libro de sueños', de Jorge Luis Borges. EPDe esta confusión entre sueño y realidad encontramos un interesante ejemplo en el apólogo de Zhuangzi El filósofo-mariposa, cuya premisa se resume en la pregunta: "¿Quién soy en realidad? ¿Una mariposa que sueña que es Zhuangzi? ¿O Zhuangzi que imagina que fue mariposa?”. Esta cuestión sobre la verdad de lo soñado se ha vertido, grano a grano, en numerosos relatos de autores hispanoamericanos, de los que no podría dejar de mencionar los de Julio Cortázar (La noche boca arriba y Casa tomada) o los de Adolfo Bioy Casares (Los novios en tarjetas postales y En memoria de Paulina); pero fue sobre todo el argentino eterno, el grandioso Jorge Luis Borges, quien los recopiló en el titulado Libro de sueños.

El autor libanés Ismaíl Kadaré menciona en 'El palacio de los sueños', como buen heredero de 'La vida es sueño' de Calderón de la Barca, la mentira de nuestras vivencias frente a la realidad de lo que soñamos"  

Si los primeros durmientes literarios se vincularon a la profética revelación del futuro, poco a poco, la reescritura de lo soñado ha ido adquiriendo un sentido más filosófico y, finalmente, el surrealismo dotó a estos delirios nocturnos de auténtico valor. Y aunque, desde entonces, lo onírico se ha repetido, de forma a veces tan insustancial que se ha considerado un recurso vacío, existen interesantes novelas que nos sorprenden con sugestivas referencias a este proceso mental. Tal es el caso de El palacio de los sueños del autor albanés Ismaíl Kadaré, que menciona, como buen heredero de La vida es sueño de Calderón de la Barca, la mentira de nuestras vivencias frente a la realidad de lo que soñamos.

Su protagonista, un tal Mark-Alem, entra en la célebre institución conocida como Tabir Saray, encargada del control de los ciudadanos a partir de sus sueños. Alegórica, kafkiana, continuadora de aquel proceso del autor checo en el que ahora se ven envueltos los propios soñadores, solo por el hecho de soñar. 

La transformación de Gregor Samsa en insecto no es un sueño con apariencia de verdad sino una verdad con apariencia de sueño. Algo similar podría decirse de Aura de Carlos Fuentes"

Son numerosas, como he adelantado, las obras que se deslizan por el cuello de cristal que separa la realidad del sueño. No se trata de que el personaje experimente su pesadilla como si fuese realidad, sino de que contemple la realidad con la extrañeza y distancia con la que se vive una pesadilla. La transformación de Gregor Samsa en insecto no es un sueño con apariencia de verdad sino una verdad con apariencia de sueño. Algo similar podría decirse de Aura de Carlos Fuentes, ante cuyo final nos preguntamos si ese joven historiador no permanecerá aún ante el anuncio del periódico, esto es, si su extraño encuentro con la anciana no será únicamente fruto de una enajenación.

En La mujer de la arena, del escritor japonés Kobo Abe, un entomólogo que llega a las dunas buscando insectos se ve atrapado en un universo angustioso. De H. G. Wells, autor reconocido por sus novelas de ciencia ficción, se pueden mencionar dos obras inquietantes: La puerta en el muro y El país de los ciegos. El primero, un breve relato en el que la oquedad de una tapia crea un espacio inexistente, al menos en el mundo efectivo de la vigilia, pero que podría constituir una oportunidad de evasión, una puerta de entrada en la felicidad; el segundo nos introduce en un universo quimérico donde la luz se vuelve innecesaria, pues quienes allí habitan han acostumbrado los ojos a la negrura.

¿Dónde terminan las certezas y comienza la ilusión? Los sueños encarnan nuestras obsesiones tanto en la literatura como en la vida"

¿Dónde terminan las certezas y comienza la ilusión? Los sueños encarnan nuestras obsesiones, tanto en la literatura como en la vida.  Si, cuando éramos pequeños, hemos despertado durante la noche, sudorosos y asustados por imágenes perturbadoras, en la edad adulta, hemos evocado durante horas un sueño desagradable. Pero no sólo las novelas más imaginativas se han visto arrastradas por el caer de los sueños; también en aquellas en que la realidad se muestra desde el principio como única posibilidad, la irrealidad se impone como resbaladizo contacto con el pasado y, como sucede en los sueños más comunes, el tiempo se detiene y dejan de existir las distancias temporales. 

Sin duda somos lo que vivimos, lo que leemos y, como no, lo que soñamos. Soñar, leer, vivir; y la arena afluyendo, descendiendo una y otra vez al inconsciente colectivo a través de los sueños  

Tal sucede en la excepcional novela El columpio, de Cristina Fernández Cubas, cuyo reloj de arena se recuesta horizontalmente sobre las páginas, mostrando el trasvase constante de los sueños a la realidad del texto, que comienza planteando una cuestión clave: "Un día, mucho antes de que yo naciera, mi madre soñó conmigo", que asombra al lector –como tan bien sabe hacer la escritora catalana– con un inopinado final, y el columpio es entonces un símbolo perfecto, un arquetipo de la transgresión del tiempo. Porque sin duda somos lo que vivimos, lo que leemos y –como no–  lo que soñamos. Soñar, leer, vivir; y la arena afluyendo al fondo del vidrio, descendiendo una y otra vez al inconsciente colectivo a través de los sueños.