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Personajes que crean su propia vida

Los narradores protagonistas se hacen conscientes de un destino, toman las riendas de su universo. Tienen con los lectores un gran parecido y nos ayudan a revelar nuestra propia verdad
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Si yo fuese un ente de ficción, abriría los ojos al amanecer y atravesaría el pasillo en dirección a lo que en otros tiempos habría sido una biblioteca. Esta estaría completamente vacía. El leve recuerdo de algo impreciso me alcanzaría de repente, como una vaharada. Luego, solo sentiría una punzada, un dolor inexistente. Nunca habría visto un libro; no sabría qué es la lectura. Me llamaría Bentley, sería un personaje de Walter Tevis y estaría a punto de inventarme en el acto de leer.

El descanso veraniego me hace entrar en los libros como una lectora virgen de literatura. Sin prejuicios ni búsquedas concretas. Durante un par de meses, como siempre que el tiempo se detiene para otras obligaciones, la letra impresa se me aparece como un mar insondable. Entro en sus aguas con la inocencia de quien no sabe nadar y, pese a ello, chapoteo alegremente. Y ahora, en este frenético comienzo de curso, en esta reconciliación con lo académico, intuyo qué tienen en común mis lecturas de verano. Se trata, en todos los casos, de novelas en las que un personaje -casi siempre el protagonista- pone por escrito el texto de la narración o una parte representativa de la historia. Digamos que son personajes que cuentan su propia realidad, y la dilucidan.

Así, la autora estadounidense Tiffany McDaniel me sorprendió con Betty, una novela de personajes inolvidables, narrada en primera persona por la propia protagonista. La voz marcadamente diferenciada se evidencia hacia el final del texto como la transcriptora de su propia historia personal. El resto de los personajes resultan igualmente exquisitos. Sobre todo, el padre de la joven, que representa la sabiduría casi mágica del universo cheroqui al que pertenece, con unas creencias poderosas y ancestrales.

Un torrente de palabras nos sumerge, casi sin que seamos conscientes de su energía, en temas como la aceptación de la propia diferencia, el amor a las raíces y la superación de los traumas del pasado. La crueldad y la belleza se pasean de la mano en este inclasificable libro. Irrepetible. Antes de alcanzar la última página, ya la estaba recomendando a todos los grandes lectores y lectoras que conozco. Un texto duro, por su violencia, equiparable a otro bello relato leído no hace demasiado tiempo y que no me canso de elogiar: Nacido de ninguna mujer, del francés Franck Bouysse.

En ambas, al interés de la trama y a la fluidez de su estilo podemos sumar la sorpresa final, que se concederá a quienes se adentren en el mágico territorio de los manuscritos encontrados. La primera es, entre muchas otras cosas, un canto a los orígenes, una exaltación de la propia identidad, una reivindicación del papel de la mujer en una sociedad patriarcal, pero también un mensaje sobre la necesidad de cultivar el amor propio. La segunda, mantiene la confianza en el poder del ser humano para corregir las injusticias, para sobreponerse a ellas.

La realidad y la fantasía bailan un vals lento y armonioso a lo largo de la novela

Muy diferente en el uso del lenguaje y en el tratamiento de los personajes, pero con similar enfoque auto reflexivo, la novelística de Iris Murdoch supone un descubrimiento; un pozo de regocijo, en el que espero seguir cayendo en el futuro. En El mar, el mar, el narrador de la historia es el célebre dramaturgo Charles Arrowby, un ser narcisista y engreído, que se retira a la soledad de un acantilado para escribir sus memorias.

A través de una mente ególatra y enfermiza, distorsiona la realidad evidenciando para el lector, a medida que avanza la historia, la poca fiabilidad de este narrador. La realidad y la fantasía bailan un vals lento y armonioso a lo largo de la novela, llevándonos con suavidad de la aceptación al desconcierto.

De nuevo, en El príncipe negro, la autora elige como narrador a un exigente novelista, Bradley Baffin, que sufre un bloqueo creativo. Las casualidades, las intrigas de algunos personajes y la oscura relación de otros enmarañan la historia. Y todo conjugado, de nuevo, con la megalomanía del personaje principal. Engaños y desengaños; admiración y envidia. Una novela de contrastes con un desenlace imprevisible, que no resulta apta para quienes interrumpen continuamente el relato, pues resulta complicado no dejarse arrastrar por él a las últimas páginas.

Con la intención de olvidar los libros y luego recordarlos, arribo ahora al brillante e inigualable texto de Walter Tevis titulado Sinsonte. El protagonista, Bentley, plasma su vida en una especie de diario en forma de grabación. A través de esta voz narrativa, comprendemos las limitaciones del universo distópico en el que vive el personaje. Un mundo en que no existe la indagación, en el que prima un absoluto desconocimiento del pasado. Una realidad sin libros. Precisamente sin los libros, que luego ocuparán un lugar especial en la novela.

El descubrimiento del amor, en un mundo en que el individualismo ha erradicado este sentimiento, y la recuperación del poder de la literatura, entre otros elementos, hacen de este texto una distopía tanto o más profunda que las clásicas de este género. No podría seguir insistiendo en la importancia que la lectura desempeñará en la novela sin desvelar aspectos clave. Pero, atención a sus advertencias: no pueden dejarnos indiferentes.

Nada más terminar este libro, cierro los ojos y, como una sonámbula, atravieso el pasillo en dirección a la biblioteca. Las baldas están ahora repletas. Dejo junto a los anteriores el libro tan gustosamente degustado. Por otra parte, hay tanto en mí de Betty, tanto de Charles y de Bradley. Podría resultar que soy Bentley, un personaje de Walter Tevis. Un ser humano empeñado en leer, un organismo obstinado en no morir. Quienes leen ya saben.

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