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El don de la otredad o las lecturas más carnavalescas

El carnaval sería un tiempo propicio para aquellos libros en los que el desdoblamiento o las máscaras del yo se hacen más evidentes
Una de las escenas de 'Cosmética del enemigo'. EP
photo_camera Una de las escenas de 'Cosmética del enemigo'. EP

Lo seres humanos nos convertimos en el disfraz de quienes podríamos ser, pues, conscientes o no de ello, creamos para nosotros una personalidad, un estilo, incluso a veces, modificamos o adoptamos un determinado aspecto físico. A menudo, esa máscara social es estable, duradera, es decir, somos como hemos decidido ser, pero, en ocasiones, esta apariencia externa se resquebraja por algún motivo casi siempre inexplicable, y asoma nuestro auténtico yo, el que tanto nos hemos empeñado en ocultar; algo no demasiado distinto a lo que acontece en El doctor Jekill y mister Hyde de Stevenson, un clásico del tema. 

Voy a centrarme a continuación en un prototipo de personaje literario, el que la literatura ha marcado de algún modo con el estigma del ocultamiento. En este sentido, un libro que podría iniciar esta comparsa carnavalesca es Cosmética del enemigo de Amélie Nothomb. Poco puedo desvelar de su vinculación con el disfraz sin descubrir a su vez uno de los principales atractivos de la historia.

Bastará con que anuncie al hipotético lector que el protagonista, un anodino –aunque sólo en apariencia– hombre de negocios, Jérôme Angust, se ve desde las primeras páginas acosado por un desconocido, mientras aguarda en el aeropuerto un vuelo que se ha retrasado. La conversación con este molesto personaje, que se presenta a sí mismo como Textor Texel, ayudará a Jérôme a arrancarse de forma no precisamente amable, la máscara metafórica que lo protege. Una novela que, como suele acontecer con los relatos de esta autora, presenta diálogos mordaces, dinámicos; de una profundidad y liviandad extraordinarias. Hondura de pensamiento; carestía de retóricas insustanciales. Mágica, en definitiva. 

'Ácido sulfúrico' es una ácida sátira de las sociedades modernas, que combina las circunstancias históricas de los campos de concentración con las experiencias de la telerrealidad"

En la escritora francesa, que se renueva con cada historia sin perder su esencia, hay una combinación equilibrada de fondo y forma. El estilo sencillo y la profundidad filosófica se dan la mano en novelas que siempre invitan a la reflexión. Y, si de travestismo se trata (entiéndase la palabra en su sentido carnavalesco), no podemos obviar otro de sus textos, al que me he acercado hace apenas una semana: Ácido sulfúrico. Una también ácida sátira de las sociedades modernas, que combina las circunstancias históricas de los campos de concentración con las experiencias de telerrealidad, lo que permite a la escritora el análisis diacrónico de ambas prácticas que, aunque bien diferentes, se dan la mano de forma natural en un relato original, duro y, hasta cierto punto, juguetón o travieso. 

El hecho de que en la celebración del carnaval prime la máscara sobre la autenticidad, hace que la literatura cuente con ejemplos apropiados para estas peculiares fechas en las que destaca la confusión y el desorden. Dentro de este tipo de textos que tienen la mentira como núcleo, nos encontramos con personajes que, hacia el final de sus páginas, resultan ser diferentes a lo esperado. Estoy refiriéndome a esos relatos que tanto me agradan por su carácter sorpresivo. A este paradigma especial pertenecerían algunos como La nieta del señor Lihn de Phillippe Claudel, Aura de Carlos Fuentes y La azotea de Fernanda Trías, que he devorado en cuestión de horas. Entre los más clásicos, Otra vuelta de tuerca de Henry James; su relectura siempre nos satisface. Como he señalado, el desenlace de estos textos resulta auténticamente carnavalesco, pues se diría de ellos que son como quien asiste a un baile de máscaras para, al terminar la velada, quitarse la careta, haciéndose reconocer por aquellos a los que intrigó durante toda la noche. 

Las distopías constituyen un ejemplo de enmascaramiento alucinatorio tras el cual se puede reconocer nuestra propia realidad. Acude a mi mente 'Nunca me abandones', de Kazuo Ishiguro, y 'Klara y el sol"

Pero no sólo los personajes se disfrazan. A veces, el mundo en que vivimos se enmascara para asomar por momentos la nariz. A todos nos ha sucedido que, tras una careta impecable, hemos descubierto a alguien por culpa de un gesto que lo particulariza, o unos zapatos demasiado evidentes. Algo así ocurre con las distopías, que constituyen un ejemplo de enmascaramiento alucinatorio tras el cual se puede reconocer nuestra propia actualidad. Acude a mi mente, el premio nobel Kazuo Ishiguro; concretamente la novela Nunca me abandones, un relato distópico de tintes juveniles, y la más reciente Klara y el sol, que incluye, a su manera, otra forma de disfraz nada previsible y que encierra múltiples paralelismos con nuestra época. Algo similar sucede en La policía de la memoria de Yoko Ogawa. Un mundo en que desaparecen los recuerdos. sin que quede tan siquiera nostalgia de lo perdido, y que encubre otra realidad, la nuestra, en la que el pasado deja de tener vigencia, pues sólo lo novedoso adquiere auténtico valor. 

Me avergoncé de mí mismo cuando me di cuenta de que la vida era una fiesta de disfraces y yo asistía con mi rostro real", reflexionó Franz Kafka   

Para concluir, no puedo dejar de citar al magnífico checo, a quien llevo siempre en el pensamiento, mi homólogo de nacimiento (un bendito 3 de julio), que me inició en la maravillosa experiencia de la lectura. Esta reflexión de Kafka es, sin que él lo haya pretendido, por simple imposibilidad cronológica, una indagación en nuestro presente: "Me avergoncé de mí mismo cuando me di cuenta de que la vida era una fiesta de disfraces y yo asistía con mi rostro real”.  Lean y disfrácense con ello. Ya lo saben, quien lee tiene dos vidas, la suya y la que vive con los personajes de sus historias. Quien lee vive más, pero, sobre todo y más importante, lo hace de forma más consciente y plena, le arranca el antifaz al mundo; vive mejor. 

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