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Las costuras de la literatura: Kafka y las librerías de viejo

Coser y leer son la misma actividad. El ritmo compartido permite que los libros, al igual que sucede con las prendas, se hilvanen unos con otros”

 

 

Franz Kafka. EP
photo_camera Franz Kafka. EP

NO ES CASUALIDAD que yo haya empezado a leer en el mismo espacio donde mi madre cosía. Así, la musicalidad de aquellas primeras frases se aunaba con el traqueteo, igualmente rítmico, de una antigua Singer. Casi siempre me sentaba en el suelo, como si la comodidad fuese incompatible con la lectura. Además, como la ropa que mi madre confeccionaba procedía tantas veces de prendas anteriores o de retales sobrantes, tampoco me importó, cuando empecé a comprar mis propios libros, que estos fuesen usados, de segunda o de tercera mano. Me habitué a que coser y leer fuesen la misma actividad.

De la costura procede tal vez mi manía de encadenar un libro a otros, como hilvanes sobre los que se superponen lecturas ligadas entre sí. Lo he visto con mi madre: las huellas del hilo sobre el tejido, primero los pespuntes a mano y después la máquina repitiendo el mismo recorrido. Así me ha sucedido con Kafka, mi escritor favorito. Leí por primera vez ‘La metamorfosis’ en un viejo volumen, adquirido en el Telocompro de la coruñesa calle San Juan. Los siguientes libros de este autor fueron también ejemplares usados, pues es muy gratificante compartir la lectura con otra persona, incluso cuando no conoces nada acerca de su vida. Existe un nexo indisoluble entre un libro y su dueño, que permanece como la puntada que une dos trozos de tela, dos retales independientes. Y cuántas veces esta vinculación se manifiesta en una carta, un recorte de periódico, una fotografía, o una tímida anotación al margen de la página. Adoro esos petroglifos literarios.

Sin nombrePor supuesto, compré otros libros de Kafka (El proceso y La muralla china) en la librería O Moucho, todo un laberinto con singular encanto, una especie de cueva de Alí Babá donde los libros eran deseos satisfechos. A la entrada, un apasionado vendedor me recibía con su plácida sonrisa. Luego, tantos otros libros se me han ido apareciendo en esta, pero también en otras librerías de segunda mano (como Re-Read en la calle San Andrés), confirmando la facilidad con la que siempre me encuentra lo kafkiano, a través de autores y libros desconocidos para mí hasta ese momento. Amado monstruo y Los enemigos de Javier Tomeo, únicos en su extrañeza; Un niño de arena, del marroquí Tahar Ben Jelloun, en el que una niña debe convertirse en un varón o La noche sagrada, inquietante continuación, en la que la fatalidad se cierne sobre el personaje. Pero, como lo kafkiano es mucho más que extrañamiento, su estela supo conducirme al escritor ruso Víktor Pelevin cuya obra, La vida de los insectos, constituye una alegoría de tintes expresionistas y una desalentadora interpretación de la vida humana.

Y, ya que los libros, como las puntadas precisas y diminutas de una máquina de coser, nos siguen a donde vamos, también en Lugo, se me han aparecido dos librerías —con agradables guías de borgianos laberintos— donde los libros han vuelto a impactarme con sus reflexivas implicaciones. En la primera, la librería Valín, me tropecé afortunadamente con ‘Nosotros H’ de Ignacio Ferrando, profunda reflexión sobre la identidad humana; una novela en la que lo alegórico envuelve el argumento con tal soltura que este existe únicamente como armazón para aquel, como el maniquí ayuda a la elaboración del traje. De hecho, el personaje es a la vez muchos personajes o, mejor dicho, todos los personajes son en realidad uno solo. También allí, me he topado con Joseph Roth, autor judío, de quien ya había leído su onírica novela ‘La leyenda del Santo Bebedor’. En esta ocasión, he hallado un estratificado —a la manera burocratizada de Franz Kafka— Hotel Savoy, metáfora de nuestra sociedad actual, donde los pisos inferiores son ocupados por los ricos y los superiores por los más pobres, en una inversión de la clásica imagen del escalafón social. En la segunda, Real Reads, librería que dispone de una gran cantidad de libros en inglés y en castellano, Franz y mi pasado me revisitaron a un tiempo. El autor checo, a través de la perturbadora novela de Milan Kundera La vida está en otra parte; mi infancia, con los cuentos de Oscar Wilde, leídos en la niñez: El príncipe feliz o El ruiseñor y la rosa, incluidos en la antología El crimen de Lord Arthur Savile y otros relatos.

Y porque en un tejido la primera puntada casi siempre se cierra con la última —da igual si se trata de un puño, un cuello, o una cintura— recupero ahora a mi querido Franz Kafka, en una edición comprada hace unos veinte años en el coruñés Baúl de los Recuerdos. Una selección de cuentos que contiene el titulado Las preocupaciones de un padre de familia, protagonizado por aquel extraño personaje llamado Odradek, un ser con forma de carrete de hilo plano. Todo está conectado, y la propia conexión se conecta consigo misma, y mi madre sigue cosiendo uniformes hasta altas horas de la noche. Lo releo y veo también a aquella, más joven de lo que ahora es, la bobina de hilo danzando en la vieja máquina de pedal que todavía conserva, la habitación de costura en la que yo comencé a leer con voracidad. Todo se hila para quienes leemos, como un camino discontinuo de letras y de espacios —el pasado, el presente y el futuro— trenzándose, con la emoción y las vivencias de la propia vida.

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