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Amores de libros, que no libros de amor

En novela, el amor es apenas un aderezo que vuelve más sabrosos aquellos textos que resultan interesantes por otros motivos 
Hugh Grant y Emma Thompson, en una escena de ‘Sentido y sensibilidad’. EP
photo_camera Hugh Grant y Emma Thompson, en una escena de ‘Sentido y sensibilidad’. EP

No soy precisamente una admiradora de la literatura romántica, es decir, descarto los escritos que cifran en las relaciones apasionadas de unos personajes todo el interés de la historia; tal vez porque, en mi presente, el amor es una realidad colmada, y siempre nos cautiva aquello que nos falta. Considero, sin embargo, este asunto como un condimento que puede añadir gusto a las novelas; si aisladamente no significa nada para mí, como para otros lectores, al agregarse a un relato, lo vuelve más conmovedor y persuasivo. Tal es el caso de multitud de historias que tienen el vínculo afectivo como núcleo vertebrador. 

Pienso en un libro que estoy releyendo, Jane Eyre de Charlotte Brontë. Lo hago en una cuidada edición de la novela, con un texto magníficamente traducido por la escritora Carmen Martín Gaite; en ella asoma, con la fuerza de un lenguaje impecable, la relación sentimental de la protagonista con un distinguido señor Edward Rochester.

Un amor de libro, además de un libro de amor. Y no se dejen engañar quienes buscan otras temáticas, pues lo fantasmagórico asoma la nariz por la rendija de sus páginas, apenas un instante, pero la intuición de su presencia nos acompaña durante toda la lectura. Tratándose de emociones, no podría dejar de referirme a un libro que encontré hace apenas unos meses, y que es de una belleza sin igual. La escritora Maggie O'Farrell, conocida sobre todo por su deliciosa novela Hamnet, me ha conquistado esta vez con una doble historia de amor. En Tiene que ser aquí, el pasado irrumpe en el presente y pone en peligro el amor de los protagonistas: Daniel Sullivan y Claudette Wells. Como siempre que se señale a la autora, la calidad literaria está garantizada. 

Clásicos del siglo XIX que merecen ser recordados como 'Orgullo y prejuicio' o 'Ana Karenina' están sólo al alcance de lectores dispuestos a sumergirse en la descripción exhaustiva propia de los autores realistas

Cierto es que las historias de amor recomendables son infinitas. Empezando por aquellos clásicos del siglo XIX, que merecen ser recordados: Orgullo y prejuicio y Sentido y sensibilidad de Jane Austen, Madame Bovary de Gustave Flaubert, Ana Karenina de Tolstoi y, por supuesto, Cumbres borrascosas de Emily Brontë, que no desmerece en lo truculento y misterioso a la mencionada de su hermana. Todos ellos, sólo al alcance de lectores dispuestos a sumergirse en la descripción exhaustiva propia de los autores realistas. Sin desdeñar otros clásicos anteriores que no por su celebridad esquivan nuestra atención: Romeo y Julieta y El sueño de una noche de verano de William Shakespeare; un mismo precedente, la imposibilidad de un amor, trágico el primero, cómico el segundo. 

Sólo por seleccionar obras menos reiteradas de la historia literaria –y no todas con un final feliz– sugeriré El gran Gatsby de Scott Fitzgerald, deseo y fastuosidad; La mujer del pelo rojo de Orhan Pamuk, amor y parricidio; El pabellón de las peonías de Lisa See, pasión y sensualidad; La joven de la perla de Tracy Chevalier, de sugerente ambientación histórica; El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez, sentimiento y adversidad; Tokio Blues de Haruki Murakami, deseo, sexo y muerte; El gato de Georges Simenon, matrimonio y decadencia; La piedra de la paciencia de Atiq Rahimi, rechazo de la sumisión cultural de la mujer en las relaciones afectivas; un grito de amor desde el centro del mundo de Kyoichi Katayama, pasión más allá de la vida. Libros de amor, que son además verdaderamente afectuosos. 

Una pequeña que descubrí recientemente es 'El gran espejo', del escritor marroquí Mohamed Mrabet, que encierra en sus pocas páginas, amén de una trágica historia de amor, temas como la maldad o la magia 

Para terminar, me centraré en una pequeña joya que descubrí recientemente en una librería. Uno de esos libros que nos asaltan incluso antes de que leamos su título, condenados a ocupar un vacío que, ignorado hasta entonces, habitaba ya nuestro interior. El gran espejo, del escritor marroquí Mohamed Mrabet, encierra en sus pocas páginas, amén de una trágica historia de amor, otros temas como el del doble, la maldad o la magia. Su lectura, en gran medida desconcertante, me ha conducido a otros libros del autor. Parecido asunto presenta Un puñado de pelos en el que también sobrevuela el tema de la hechicería, pues el protagonista, un Mohamed distinto del autor conquista a la chica que le gusta de forma poco natural, lo que le traerá un sinfín de sinsabores cuando ella descubre la verdad y quiere deshacer el embrujo.  La prosa de Mohamed Mrabet, desprovista de artificios literarios, nos seduce precisamente por su sencillez y por la destreza con que nos hace atravesar las palabras para conducirnos al corazón mismo de la historia. 

Jane y Edward, Daisy y Gatsby, Daniel y Claudette, Rachida y Ali, Mohamed y Minay, entre tantos otros. ¿Son fascinantes en sí los personajes o es la historia amorosa que los cruza la que los hace inolvidables? Como en la vida real, se trata de un nudo difícil de desentrañar, el que nos encadena a una pregunta vital equivalente: ¿Es grande el amor o su grandeza estriba en el temperamento de quien ama? En cualquier caso, la existencia de estos personajes nos concierne y nos transforma; las páginas que estas experiencias ocupan son, sin duda, apetecibles. 

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