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Amor fraterno: los hermanos como protagonistas literarios

Entre algunos libros podría establecerse una relación de hermandad, pues, a pesar de sus diferencias, existe entre ellos un nexo invisible
Fotograma de 'Mujercitas'. EP
photo_camera Fotograma de 'Mujercitas'. EP

Todo el que tenga un hermano ha sido alguna vez sal en sus heridas; agua para aliviarle la sed. En las edades más tempranas, los enfados son inevitables, pero, con el paso del tiempo, un hermano es la mejor hidratación para la vida. Es decir, su amor -cuando es auténtico- es fraternal y eterno, pues no se termina nunca y, como las buenas historias, siempre recomienza, con nuevos significados.

También entre algunos libros podría establecerse una relación de hermandad, pues, a pesar de las diferencias de todo tipo que los separan, geográficas, temporales e incluso temáticas, presentan un nexo invisible: son historias que podríamos leer una y otra vez hasta el final de los tiempos.

Imitando a la vida real, y dada la complejidad de este vínculo, abundan los ejemplos de ficciones en que predominan los destinos más oscuros. Así ocurre, por ejemplo, en Los hermanos Karamazov del incomparable Fiodor Dostoievski, o en la novela El quinto hijo de Doris Lessing, que constituye otra muestra inquietante de desdicha familiar; en esta, el nacimiento del nuevo vástago de una pareja desestabiliza la vida no solo de los progenitores sino también de todos los hermanos. Perome interesa, sobre todo, resaltar visiones más amables, como la candorosa perspectiva de Mujercitas de Marie Louise Alcott o el planteamiento bifronte de las célebres novelas de Jane Austen: Sentido y sensibilidad u Orgullo y prejuicio que, sin obviar las fricciones propias de cualquier convivencia familiar, cuentan con los ingredientes de un buen entendimiento entre hermanas. Es evidente que este lazo afectivo constituye un filón del que los escritores extraen valiosos argumentos.

Tal es el caso de las protagonistas de la novela de Dominique Barbéris Un domingo en Ville-d´Avray, en cuyas páginas la visita de una mujer parisina a su hermana, residente en las afueras de la ciudad, da pie a una revelación entre inquietante y misteriosa. Y, como sucede en la vida, cuando se trata de encuentros intrascendentes y conversaciones entre hermanos, los recuerdos de infancia y juventud asoman siempre con una luz de dulce irrealidad.

Una vez más es Stefan Sweig quien alcanza la suma autoridad, también en este tema. No es de extrañar, tratándose de uno de los escritores que plasma con mayor delicadeza y sensibilidad los entresijos del alma humana, pues no podría nombrar una sola novela escrita por él –casi todas esencialmente breves en apariencia, aunque inmensas en complejidad psicológica– que no contenga en su interior, como la piel de la nuez, una cáscara que, a su vez, no encierre nutritivo fruto. Del escritor austríaco he descubierto una novela mínima, titulada precisamente Las hermanas que, en una trama aparentemente sencilla, plasma con sutileza y naturalidad las envidias iniciales y la posterior simbiosis entre dos gemelas, Elena y Sofía. Estas se muestran recelosas entre sí al comienzo de sus vidas, para comenzar a quererse y a aceptarse como complementarias, a partir de cierta edad. Otra vez la sal, primero; el elixir, después.

El amor fraterno es, o debería ser, uno de los menos interesados y, por lo tanto, de los más auténticos. Es cierto que uno no escoge a sus hermanos, como sí elige a sus parejas y amigos. Pero un hermano de verdad no sólo no nos juzga, sino que nos comprende, y no siente envidia por nuestros éxitos, aunque sí sufrimiento ante nuestros dolores y pérdidas.

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Así de estrecha se entiende la relación entre Mari y Eri en la novela After Dark de Murakami, cuya lectura he propuesto incluso alguna vez a mis alumnos adolescentes. En ella, la relación entre las dos hermanas es tan profunda que, como nos mostrará con un enigmático final, se vuelve incluso más grande de lo que podría pensarse a simple vista.

A estas alturas, no puedo ya dejar de mencionar a una de las autoras de cuentos más interesantes de la literatura española, Cristina Fernández Cubas. Estoy pensando, concretamente en tres relatos cuyos protagonistas están unidos por este nexo familiar: La habitación de Nona y Días entre los Wasi-Wano, de su colección de cuentos La habitación de Nona, y Mi hermana Elba, perteneciente al libro del mismo título; los tres incluidos en el volumen Todos los cuentos. El primero de los relatos es uno de los más interesantes, por su sorpresivo final. En él podemos, además, quienes tenemos hermanos, reconocer rituales como el de la ropa heredada o contemplar un hecho que me ha parecido sugestivo: para algunas hermanas vivarachas, precisamente las menores, no hay lugar donde esconder un secreto. En realidad, estos duendecillos misteriosos aparecen en el mundo casi siempre, aunque no lo sepamos (de manera similar a como acontece en el caso de Nona y su hermana), por nuestra mágica intervención. Y si luego, durante años, durante una parte de la vida, nos mantenemos aquejados por su existencia, como sucedió a las gemelas de nuestro visionario Stefan Sweig, es porque no es posible hallar similitud sino en la diferencia.

También las hermanas maduras de Barbéris son un ejemplo de vuelta a la intimidad porque, como sucede casi siempre durante la primera juventud, las discrepancias se diluyen como la sal en el agua. Primero somos sal o somos agua. Pero tener un hermano nos convierte en algún momento en la fusión del agua salada, en un mar eterno de complicidades y apoyos, que es casi imperturbable.

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