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La doble cara de A Ponte

ES MEDIA tarde, el termómetro está por encima de los 25 grados en aquellos rincones de la ciudad donde el sol puede más que el viento y, por un momento, no parece haber lugar mejor que A Ponte para agotar los últimos días de vacaciones, o para pasar las primeras tardes libres tras la vuelta a la oficina o al almacén. Para oxigenar la mente entre entrega de currículum y sello de cartilla en el Inem. Para hacer un poco de ejercicio antes de las largas tardes —cortas de luz, pero infinitas en horas— que esperan a muchos ancianos en el sofá de casa, ante la televisión, o a muchos niños entre las paredes de los centros comerciales.

Al pie del puente, cuya rehabilitación y peatonalización tantos ríos de tinta hizo correr, varias personas disfrutan de las vistas, de la calma y del refrigerio que la cervecería-albergue que hay a unos metros sirve en mesas de madera. Mucho más adecuadas, no hay duda, que el mobiliario de Coca Cola que hubo en algún momento. Cerca, por el sendero que discurre al lado del Miño, pasan ciclistas, corredores o caminantes sin más, ni menos. Unos metros arriba, varios niños encajonados en los asientos de las piraguas parecen aún más pequeños de lo que son. No se les ve muy duchos, parece que están aprendiendo, pero se nota que se divierten. Se percibe más tensión en los jugadores de tenis del torneo nacional que se celebra al lado, en las pistas del Club Fluvial.

Es uno de los barrios con más encanto y cada día acuden a él muchos lucenses. Otros lo abandonan por la difícil convivencia

A Ponte, en días así y con escenas como estas, es la viva demostración de por qué en Lugo se vive bien. Aunque todo depende de la mirada. En ese mismo lugar, a solo unos metros, hay quien no puede ver de la misma manera. Lo que viven cada día les impide hacerlo. De hecho, hay quien ha puesto pies en polvorosa —tres adjudicatarios, como mínimo— y ha devuelto a la Xunta las llaves de los pisos por los que esperaron años. O toda la vida. Según el criterio de algunos adjudicatarios, las condiciones de las viviendas no son las más adecuadas —solo dos ejemplos: hay días en que hay más humedad dentro que fuera, aseguran, y los ascensores son de una de las casas más caras del mercado—, pero lo que realmente desespera a parte de los vecinos es la marginalidad, la delincuencia y el incivismo que rodea sus hogares. Responsabilizan de todo ello a otra parte del vecindario.

Habrá quien piense que exageran y que una vivienda nueva por la que pagan un modestísimo alquiler bien merece algo más de paciencia y comprensión. Que juzgue cada uno. Esto es lo que sucede a la misma hora en que numerosos lucenses disfrutan de la tarde y del río a la manera que consideran. Dos contenedores a rebosar, y rodeados de madera, ropa y bolsas, reciben a quien acude de visita a las viviendas sociales de Fermín Rivera. Aunque sería injusto relacionarlo con la condición de los pisos. Hay inquilinos bien cívicos y basura fuera de los contenedores se puede ver en ocasiones en lugares emblemáticos de la ciudad. La semana pasada, sin ir más lejos, a media mañana al inicio de la calle Miño, a un paso de las oficinas de turismo.

La puerta del garaje de los edificios de Fermín Rivera está abierta y, al inicio de la rampa, alguien se dejó olvidado un carrito de muñeca. Sin muñeca. Mientras los adultos fuman, charlan o toman el sol sentados en la acera, varios chiquillos de edades diversas corren y juegan al lado, entre los coches de la calle y también en las zonas comunes que hay entre los bloques, a algo más de un metro del suelo. Un chiquillo en pleno descubrimiento de la velocidad atropella a un viandante con el triciclo. Son niños, justifican algunos vecinos. Son niños a los que sus familias no ponen límites, se quejan otros. Hay días en que el juego consiste en subir y bajar en ascensor una y otra vez, aseguran algunos residentes.

En el interior de alguno de los bloques, hay un folio entero que recuerda las normas de convivencia. "A partir de las doce de la noche, no podrán realizarse actividades que causen ruido de cualquier clase: voces, cantares...", "no se tirarán papeles, basura, ni otros objetos", "en el garaje solo puede haber vehículos, motos y bicicletas"... Y al lado, una nota en la que se insta a los vecinos a contactar con la empresa que se está ocupando de eliminar la plaga de cucarachas. Son indicios de que algo no debe de ir del todo bien en Fermín Rivera.

La luz de las zonas comunes fue cortada tres veces en tres años por impagos y ahora hay una plaga de cucarachas

Pero hay otra circunstancia quizás aún más reveladora. Nada más poner el pie en la acera, los hombres, y alguna mujer, que pasan el tiempo ante el edificio interpelan con tono de pocos amigos. "¿Sois de Vivienda o del Progreso?". "¿Qué queréis?", continúan tras conocer la respuesta. "Aquí no pasa nada. Todos cometemos errores. Tú, yo, aquél..., pero se corrigen y ya está. ¡Cuántas veces me he metido yo ahí a limpiar!", afirma el cabecilla señalando la zona común donde varios niños juegan, mientras una mujer afea a una vecina que se asoma a la ventana para dar su impresión. La respuesta parece ensayada. O repetida. Los inspectores del Instituto Galego de Vivenda e Solo han pasado unas cuantas veces en los últimos tiempos, algunos venidos de Santiago.

A lo visto, otros vecinos encadenan una queja con otra. Lo hacen por teléfono y pidiendo anonimato. Denuncian que en el garaje hubo robos, al igual que en las furgonetas del personal que acude a mantener los ascensores, que una vecina ejerce la prostitución en el piso, que el ruido es a veces infernal y que no se respetan las normas mínimas de convivencia de cualquier comunidad. Además, en la zona hubo detenciones por tráfico de drogas y de armas, la Policía acude un día sí y otro también por altercados o quejas y, en tres años, la suministradora les ha cortado la luz de los espacios comunes tres veces porque hay adjudicatarios que deben de forma casi continua a la comunidad. Hasta que empiezan a recibir cartas de la Xunta advirtiéndoles de que pueden perder la vivienda. Y eso que, en la primera reunión tras la entrega de los pisos, el IGVS les dejó bien claro que si en algún momento tenían dificultades para pagar, prefería que dieran prioridad a los recibos de la comunidad antes que a las cuotas del alquiler. Hay gente que, efectivamente, tiene dificultades para pagar. En otros casos, los vecinos tienen más dudas, a la vista de sus bienes y de su estilo de vida. Entre esa gente hay quien pide certificados de recibos adeudados para solicitar la Risga. Que obtienen.

Visto lo visto, da la impresión de que el modelo elegido para erradicar el chabolismo y facilitar vivienda a gente con carencias no es el más adecuado, o de que no se están poniendo todas las herramientas para que resulte efectivo. Una parte del vecindario no tiene ninguna duda y a quien la tenga, le hace la siguiente pregunta: "¿Tú vivirías ahí?", interpelan.

*Artículo publicado el domingo 13 de septiembre de 2015 en la edición impresa

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