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Fondos europeos a examen

NO PARECE haber duda de que el Concello de Lugo sabe conseguir financiación de la Unión Europea y justificar la inversión. Desde que empezó a competir por ese tipo de fondos, a finales de la década pasada, cuando urbes como Vigo llevaban años de ventaja, Lugo ha ganado numerosas convocatorias, a las que hay que sumar el dinero que le ha sido concedido por población, sin concurrencia competitiva. Con fondos europeos se han cofinanciado, por ejemplo, las nuevas potabilizadora y depuradora, mejoras en alumbrado público, peatonalizaciones de calles y construcción de aceras y servicios en algunos barrios, entre otras obras.

Salvo excepciones, como algunas obras del plan Urban, en general Lugo sabe ejecutar los proyectos. Hasta ahora nunca ha perdido fondos, aunque a veces el Concello ha tenido que poner más dinero del previsto por errores o complicaciones en el desarrollo de algunos proyectos que acabaron provocando sobrecostes o retrasos. Sucedió precisamente con la rehabilitación de la antigua cárcel para centro cultural, el proyecto estrella del Urban.

Prueba de que el Concello de Lugo gestiona bien es que sigue consiguiendo financiación -incluso ha tenido algún reconocimiento de la UE-, en ocasiones lidera proyectos transfronterizos, en algunas candidaturas no ha recibido ni un solo requerimiento y ha superado procesos en los que otras administraciones muy experimentadas, como la Diputación de Pontevedra, se han caído. Y todo ello con un equipo que en alguna época estuvo bien dotado pero desde hace años es muy reducido. Otro valor del Concello es que, al menos hasta el momento, ha tenido capacidad para cofinanciar los proyectos.

Sin embargo, una cosa es que se consiga el dinero y que, desde el punto de vista administrativo, se gestione bien y otra, que se haya acertado en las inversiones y que estas se hayan sabido cuidar.

En teoría, las líneas de inversión las marca el gobierno, en función de su programa, de los documentos estratégidos del Concello y de las necesidades de los ciudadanos y de los servicios municipales. La oficina municipal de fondos europeos intenta casar todo eso con las bases reguladoras de las convocatorias. Según los especialistas en fondos europeos, a veces son demasiado globales y atienden poco a las necesidades de cada población, lo que provoca que el dinero no siempre se gaste en lo más necesario.

Algunas inversiones son fáciles de visualizar y no resulta complicado medir su rentabilidad, pero no sucede así con muchas otras acciones y eso hace que sea inevitable cuestionarse su efectividad. Desde el año 2001, el Concello ha invertido como mínimo 17 millones de euros de la UE y de la Xunta en políticas de fomento del empleo, a mayores de los fondos propios. En la mayoría de los casos fueron programas de formación y empleo, que incluían una beca-salario, y que se dirigieron a colectivos con dificultades para encontrar trabajo. Algunos sirvieron para recuperar espacios públicos y patrimonio, como las laderas de Paxariños, parte del cuartel de Garabolos, reconvertido en centro de empresas e innovación, o documentos históricos, que fueron restaurados y digitalizados. ¿Pero qué impacto real han tenido esas acciones en la empleabilidad de esas personas?

Igual de difícil es medir la huella de otras inversiones, como la puesta en valor de la ciudad a través de las TIC, la alfabetización digital de ciudadanos, la promoción de las energías alternativas o la «promoción de conocimientos, competencias y actitudes para la integración laboral de la mujer en actividades relacionadas con los recursos de la cultura y ocio», por citar algunos ejemplos.

Pero absolutamente desolador es ver cómo algunas de las inversiones apenas han producido rendimiento y lo único que provocan es cabreo ciudadano, como poco. Las cámaras de videovigilancia de O Ceao (210.000 euros) llevan años apagadas -a pesar de que, con la crisis, los robos han aumentado- porque el Concello no fue capaz de renovar el permiso para grabar. Los paneles solares apenas funcionaron y el Concello los apagó porque gastaban más que producían. La inversión fue de 800.000 euros (unos 182.000 de la UE y el resto, del Concello). Los paneles informativos de las paradas de autobuses funcionaban un día sí y un día no y también se apagaron. La cafetería del parque Rosalía de Castro (Plan E), que costó 700.000 euros, tiene goteras, y uno de los motivos del retraso y el encarecimiento de la rehabilitación de la vieja cárcel es la construcción de una cafetería acristalada en la cubierta. Será, sin duda, un espacio más que agradable, pero a Lugo precisamente cafeterías no le faltan.

Lugo, efectivamente, sabe recaudar y gastar. Otra cosa es que siempre gaste bien.

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