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Rajoy y Feijóo en Pedrafita

LA HISTORIA autonómica gallega muestra que las celebraciones de las tomas de posesión en el Obradoiro acaban siendo más reveladoras de lo que parecen. Se trata de un acto poco atractivo para quien no sea un ferviente seguidor del presidente, como es natural en un evento instaurado en su día para mayor gloria de la figura de Fraga. Además, todo se hace bastante reiterativo en una semana interminable de fastos presidenciales, que se iniciaron el martes con el discurso de investidura del ganador sin discusión de las elecciones del 25-S.

Con esa espera un tanto medieval que impone el reglamento del Parlamento, hubo que aguardar al jueves para ver la parte en principio más animada, aunque esta vez casi ni eso, la del debate con la oposición. Ayer se desarrollaron dos actos distintos, el oficial del Parlamento y el popular, del partido de la gaviota más que del pueblo en general, en el Obradoiro. Y falta todavía el anuncio de hoy de la composición del nuevo Gobierno. Incluso no hay que descartar que mañana se celebre una toma de posesión en el pazo de Raxoi para hacer la foto de familia del Ejecutivo. Parece demasiado para un Gobierno como el de Feijóo que hizo bandera electoral de la continuidad, de la estabilidad frente al caos institucional español, de la aburrida previsibilidad frente a la entretenida imprevisibilidad.

Sin embargo y pese a todo ello en el Obradoiro se volvió a dibujar ayer la realidad desnuda de la legislatura que echa a andar, como ya había sucedido con las apuestas cuantitativas por las hordas de gaiteros convocadas por un Fraga siempre más pendiente del número que de la calidad, lo que se refleja tanto en su vasta y bastante vacía obra ensayística como en la poco útil manera de gastar el maná de los fondos europeos que llegaron a Galicia durante sus mandatos.

Y ocurrió también, sobre todo, en el verano de 2005 en la toma de posesión del bipartito del PSdeG de Touriño y el BNG de Quintana, quienes, en una sintomática declaración de intenciones, pusieron una lona sobre la piedra de la plaza central de Galicia. Se enmoquetaron tanto el alma en el poder que no sólo defraudaron las grandes expectativas de cambio de la sociedad gallega sino que, cuando llegó la crisis, acabaron siendo el paradigma del lujo insensible ante el súbito empobrecimiento colectivo.

Ayer el mensaje estaba en el escenario, en la imagen de Feijóo hablando ante los gaiteros y un despliegue de banderas de Galicia. Junto a él, en silencio, se hallaba el guardián de su presidencia, Mariano Rajoy Brey, seguramente el español más interesado en que el de Os Peares se sienta tan realizado en su tercer mandato en la Xunta que no piense en cruzar Pedrafita, el puerto por el que, según afirmó el pontevedrés, se transitaba hace 35 años a 10 por hora.

Y es que Rajoy no habló en el Obradoiro, pero sí lo hizo antes en el Parlamento. Feijóo contó que traía un discurso manuscrito, de manera que le pareció destacable que fuese de su puño y letra y no obra de un asesor. El contenido resultó el de siempre, de evocación de las verdes praderas de la naciente autonomía de 1981, con una interesante guinda, la de que ser presidente de la Xunta es "algo muy grande", no tanto como ser presidente del Gobierno que, según le confesó Rajoy a Bertín Osborne, es "la pera", pero sí lo suficiente para que Feijóo siga donde está y el puerto de Pedrafita resulte políticamente tan inaccesible como antes de que se construyesen los viaductos y túneles por los que se circula hoy en día. Tú sigue en Galicia, Alberto, que lo haces tan bien que tu victoria me vino de perlas; de España ya me ocupo yo y de la sucesión ya hablaremos, vino a decir Mariano.

Los paraguas vuelven a la Praza do Obradoiro, como con el Prestige

La imagen de ayer del Obradoiro les recordaba a los periodistas más veteranos la de la histórica manifestación del Prestige, por los paraguas, aunque la plaza estuviese medio vacía y no varias veces rebosante como entonces. La catástrofe de hace hoy 14 años supuso un gran hito en la política gallega que se agranda con el tiempo: fue la oportunidad que el centro izquierda sí supo aprovechar.

El Gobierno, entre el continuismo y los golpes de efecto

Hoy está previsto que se conozca la última de las que los propagandistas públicos y privados de Alberto Núñez Feijóo denominan como "las grandes decisiones presidenciales", dentro de un ciclo que se inició en primavera con el anuncio de que el jefe de la Xunta optaría a un tercer mandato y continuó con la resolución de seguir el camino alfombrado por el lehendakari Urkullu para fijar las elecciones autonómicas el 25 de septiembre, antes del inicio del juicio de la trama Gürtel y de nuevo en coincidencia con Euskadi. El Feijóo que parece disfrutar en ese rol del hermético decisor de la colina de Monte Pío comunicará hoy la composición del gabinete con el que inaugurará su tercer mandato.

Las dos anteriores decisiones de este año se caracterizaron por su previsibilidad, por la ausencia de sorpresas, pues una vez no había puesto en marcha el proceso de sucesión en el partido y, sobre todo, no tenía rivales enfrente, estaba bastante claro qué iba a hacer Feijóo, mucho antes de que lo anunciase en el mismo hotel de Santiago en el que había presentado su candidatura para suceder a Fraga en el congreso del PP gallego de 2006. Y tampoco había dudas de que pondría las elecciones en otoño, al final de la legislatura. Sólo existía la incertidumbre del día en concreto, que acabó por escoger el lehendakari Urkullu, que se adelantó a Feijóo, aunque fuese para finalmente hacerle un favor.

Sin embargo, el presidente de la Xunta destacó siempre, sobre todo al principio de su carrera en la primera línea política, por su capacidad por dar golpes de efecto, una habilidad que seguramente aprendió de sus curtidos maestros, Manuel Fraga, cuyo recuerdo flotaba ayer en el ambiente con la interpretación de la Marcha del Antiguo Reino de Galicia, y José Manuel Romay Beccaría, que ayer de nuevo ejerció del mentor muy orgulloso de su discípulo.

Así queda abierta la duda de si habrá algún cambio de calado en la Xunta, pero dentro de un pronóstico bastante extendido en el PP de que no se esperan grandes novedades, una vez que hubo una reestructuración hace prácticamente un año y la mayoría de los conselleiros llevan poco tiempo en el cargo. En el punto de mira están, por diversas circunstancias, los tres veteranos, que permanecen en el cargo desde 2009, Rosa Quintana, Beatriz Mato y Alfonso Rueda.

Quintana es la que últimamente más ha aparecido en las quinielas de un relevo, después de haberse mantenido en Mar tras ceder las competencias de Medio Rural que gestionó cuando ambos departamentos estuvieron unidos, en una fusión que Feijóo tuvo que rectificar. Hay el problema de que, salvo que haya más cambios de piezas, tendría que sustituirla por una mujer para cumplir con las cuotas. Sucedería algo parecido con Beatriz Mato, si la quisiese situar, por ejemplo, en el puerto de A Coruña con vistas a las municipales. En el caso de Rueda la cuestión no está en si continuará, sino en si habrá otro vicepresidente además de él, como una forma de dejar más abierto el posible relevo de Feijóo si se fuese a Madrid. Sin embargo, Rajoy ha aclarado que, por lo menos por lo que a él respecta, no hay sucesión a la vista.

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