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La pregunta del 25-S

LA GRAN incógnita reside en si a Alberto Núñez Feijóo vuelve a llegarle con aprovechar el desastre de sus rivales o si, como sucedió entre 2014 y 2015, ya no le basta con gestionar los fracasos ajenos.

¿A Feijóo le sigue bastando para sobrevivir en el poder con el desastre de la oposición o la intensidad de su desgaste y el del PP es superior a los réditos que el de Os Peares extrae del caos de sus rivales? Desde las europeas de 2014 y hasta el pasado 26 de junio todo parecía indicar que la respuesta era un no claro, pues al presidente de la Xunta ya no le llegaba con gestionar los fracasos ajenos como cuando no importaba la ausencia de los prometidos éxitos en su gestión desde el palacio de Monte Pío. Así, lo único que le podría salvar de la quema era una hipotética y difícil irrupción de Ciudadanos en el Parlamento gallego, en una España tan sin mayorías absolutas que el PP ya no la tiene ni en su gran feudo murciano.

Sin embargo, con la inesperada subida de Rajoy el 26-J emergió la expectativa de una recuperación todavía más intensa de los populares que los de la gaviota han gestionado hábilmente con la colaboración de sus muy deprimidos rivales, de manera que se ha instalado la sensación de que una mayoría absoluta vuelve a ser posible en Galicia, aunque los números todavía no señalen que la pueda haber. De este modo el contexto aparece como más favorable para los populares, pero el enigma no está resuelto como mostró el propio Feijóo al abrir el camino hacia las urnas el domingo con una entrevista en Europa Press en la que reflexionaba sobre sus planes personales ante una hipotética derrota, algo poco esperable hace cuatro años, como también lo era que el PP fuese a afrontar unas autonómicas sin la Diputación de Pontevedra y sin tantas alcaldías de villas que ya no tiene, como la de Lalín.

La por lo general poco edificante trayectoria del centroizquierda en Galicia desde el inicio de la autonomía muestra en la práctica todo un empeño por apuntalar la hegemonía tradicional de la derecha, surgida de un sustrato ideológico preeminentemente conservador que también existe en la zona que más se parece a este país, el Norte de Portugal. La cuestión reside en si la intensidad de ese impulso suicida, que batió récords en los últimos años en el caso del BNG, vuelve a resultar más que llamativo en el del PSdeG-PSOE y puede ser especialmente chocante en el campo de la izquierda rupturista si el referéndum interno de Podemos que acababa ayer se salda con la sorpresa de que el partido de Pablo Iglesias no se presenta con los amigos y antiguos clientes de su líder en la vieja Age de 2012, de quienes no solamente aprendió como asesor la fórmula para lanzar su partido en 2014, sino también la de las confluencias como la catalana.

Si Podemos va por separado, sin juntarse con En Marea, el PSdeG lo tendrá todo a favor para mantener la segunda plaza y Feijóo jugará con más ventaja, al incrementarse la fragmentación de la oposición que en 2012 ya contribuyó a que subiese tres escaños, pese a bajar casi un punto en porcentaje de voto. Si Podemos se suma a En Marea, el escenario seguiría abierto, tanto para que esta alianza liderada por el juez Luís Villares compita con el PSdeG de Leiceaga por encabezar la alternativa, como para que el centro izquierda sume una mayoría en el Parlamento, para lo que necesitaría que el BNG no tire sus votos y entre. No es tarea fácil, pues de los nueve parlamentos gallegos elegidos hasta ahora sólo hubo uno, el de 2005, en el que la mayoría de los diputados no pertenecían al centroderecha. De momento la carrera electoral comenzó con el calendario que fijó el lendakari, al que Feijóo ha tenido que secundar con evidente disgusto, al perder el control de los tiempos. Pero aunque haya sido un trago amargo para él tener que abandonar su plan de convocar para el 2 de octubre, Urkullu le puso en bandeja al presidente de la Xunta cumplir su objetivo, sin mayores justificaciones, para que las elecciones gallegas se celebren antes del inicio del juicio del caso Gürtel.

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