Obituario: en recuerdo del sacerdote Roberto Cea, fallecido a los 75 años

El melidense, que se encontraba enfermo, dejó escrito que vivía el día a día como "un regalo que espero venga acompañado del siguiente"

El pasado sábado, 20 de enero, falleció el sacerdote Roberto Cea Veiga en Melide, villa en la que nació hace 75 años. Estudió Humanidades, Filosofía y Teología en el Seminario de Lugo (1955-1967), donde fue ordenado sacerdote el 10 de junio de 1967, hace ya algo más de 50 años.

Tras ser ordenado sacerdote, el obispo Antonio Ona de Echave le encomendó el cuidado pastoral de varias parroquias de la sierra lucense de Os Ancares, donde desarrolló su labor cerca de cinco años.

Allí, Roberto Cea tuvo que ejercer _además de sacerdote_ como maestro, enfermero e ingeniero de montes, caminos, canales y puertos, pues, si bien hoy se cantan las maravillas de Os Ancares y se fomenta el turismo hacia esa zona _ya que se trata de un espacio natural protegido, que en 2006 la sierra de Os Ancares fue declarada Reserva de la Biosfera por la Unesco_ en los años sesenta y setenta (y, por supuesto, mucho antes) era una zona olvidada de la mano de los hombres (me refiero a políticos), pues solo acudían allí a cazar urogallos.

Pero, afortunadamente, no estaba olvidada de la mano de la naturaleza, de lo que dejó constancia John Adams, segundo presidente de los EE.UU., cuando, a su paso por Lugo en 1779, se asombró ante "el despliegue más grandioso de montañas salvajes e irregulares que jamás había visto".

Ni tampoco estuvo olvidada de la mano de Dios, quien, a través de sus sacerdotes, llevó allí la fe, la cultura y hasta la salud. Soy testigo ocular de cómo Roberto viajaba a Lugo para pedir en el Seminario y en otros centros educativos libros de texto, encerados, tizas y balones para llevárselos a los niños de sus parroquias, a los que, además de enseñarles la doctrina cristiana, les enseñaba a leer y escribir. Y a jugar al balón. Y en muchas ocasiones también les ponía, a ellos o a sus padres, las inyecciones que los médicos les recetaban.

Y, como a esas parroquias solamente se accedía entonces en caballería, Roberto fue el 'ingeniero' promotor de la primera 'pista' que interconectó a varios pueblos de la comarca, cosa que los feligreses nunca olvidaron ni olvidarán.

Posteriormente, Roberto fue nombrado capellán castrense y desempeñó su cometido pastoral con el personal de la Marina en Ferrol, Marín (Pontevedra) y en buques de la Armada española, surcando los océanos.

Al jubilarse en el Ejército, el obispo de entonces Fray José Gómez le pidió que se encargara de varias parroquias de la comarca de Melide, donde él había fijado su residencia para disfrutar la jubilación. Y le dijo que sí. Contento y sin poner condiciones. Y, nuevamente, volvió a ejercer la pastoral con alegría y generosidad. Sin cobrar un duro. Gratis et amore.

Yo tuve la fortuna de compartir con él las alegrías y la penas de un internado durante doce años. Y debo confesar que, a su lado, no había penas. Solo alegrías. Compartí también con él asiento en el autobús de la empresa Freire cada vez que viajábamos de Lugo a Melide (y al revés) con ocasión de las vacaciones. Fue una auténtica bendición gozar tantos años de su compañía y amistad.

Sobre su enfermedad, el 30 de agosto pasado, en contestación a una carta mía interesándome por ello, entre otras cosas, me escribió: "Vivo, gracias a Dios, con mucha paz y espíritu de gratitud, y disfruto sencillamente el día a día, lo saboreo (...) Créeme que vivo el día a día como un regalo que espero venga acompañado del siguiente".

Querido Tito (como te llamábamos los amigos): te echaré mucho de menos. Nunca te olvidaré.

Adiós compañero. Hasta pronto. 

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