Veinticinco años después

En 1990, la OMS retiraba la homosexualidad de su lista de enfermedades. El sentir general hacia este colectivo, asfixiado por los prejuicios, cambió
Luis Vila, jefe de la unidad de Psiquiatría del Hula
photo_camera Luis Vila, jefe de la unidad de Psiquiatría del Hula

En 1992 solo habían pasado dos años desde que la Organización Mundial de la Salud retirara la homosexualidad de su lista de enfermedades. Entonces, una jovencísima Monse Balsa presenció en su pueblo, en As Pontes, una agresión física a un compañero gay por el mero hecho de serlo. Aquella visión dejó, como recuerda, «tocada en aquel momento y marcada de por vida» a una adolescente plenamente consciente desde siempre de su condición también homosexual, pero que en ese momento, lejos de intentar ‘salir del armario’, puso mil candados más a unas puertas que siempre habían permanecido cerradas. Por ello, esta escritora, en la actualidad afincada en Madrid, sigue aún dándole vueltas a la ironía: hace unos meses presentaba en su localidad natal y ante sus vecinos de infancia y juventud su segunda novela, ‘Si tu piel me extraña’, un texto de corte erótico que, al igual que la que considera su primera parte -‘Secretos de tu piel’ (Ediciones Atlantis, 2011)-, aborda el tema de la homosexualidad femenina en un relato urbano y actual.

A Monse le cuesta dar crédito a esta peripecia del destino, y una entrevista tras otra no puede evitar seguir insistiendo en lo mismo: «Quién me hubiera dicho a mí hace 25 años, cuando escondía prácticamente a todo el mundo -a mi familia la primera- mi condición lésbica, que iba a estar presentando mi libro delante de ese mismo círculo social, recibiendo el apoyo de esa misma gente». Y es que entre el público que acudió al acto literario de presentación en As Pontes no solo estaban sus familiares o amigos más allegados, «había mucha gente que no me esperaba, simplemente, conocidos: la cocinera de mi colegio de EGB, el jefe de la agrupación de Protección Civil en la que presté servicio de joven como voluntaria... y eso sí que fue una gran satisfacción», recuerda.

En pleno 2015 y con el camino andado en España, a nivel social y legal, en favor de los derechos de los homosexuales, Monse Balsa echa la vista atrás y sigue removiéndose algo en su interior. «Parece surrealista -confiesa- pensar que en algún momento no tan lejano se consideró una enfermedad que había que tratar de curar, cuando es algo que ha existido desde siempre en la historia».

No puede negar lo conseguido en los últimos 25 años, pero sigue viendo aún mucho camino por andar: «Derechos legales aparte, que todavía faltan por alcanzar, lo básico es poder salir a la calle con tu pareja de la mano y que no te echen de los bares, te agredan... cosas que siguen pasando, por ejemplo, en algunas zonas del centro de Madrid», denuncia.No obstante, reconoce el avance cultural en el tratamiento de la homosexualidad en España, lo que la sitúa en una posición ventajosa en el ámbito europeo y más aun a nivel mundial. «En muchos países, la normalidad social y legal está todavía lejana y hay que seguir luchando», concluye quien, a sus 39 años, lo lleva haciendo desde los 19, cuando comenzó su primera relación con una chica y «fue dejando de importarme que me señalaran con el dedo, porque me di cuenta de que no perjudicaba a nadie. Mi primera lucha ganada no fue social sino personal, y mi primer activismo fue no esconderme», concluye.

el gran cambio de los años 80 a los 90. Unos tiempos, sociales y personales, similares a los de Monse han sido los vividos por el lucense Óscar Beceiro, a quien la histórica resolución de la OMS pilló también en plena adolescencia, «con mi condición homosexual plenamente asumida e interiorizada, pero sin ninguna intención de exteriorizarla», recuerda este veterinario de profesión de 40 años, ahora residente en A Coruña. Casado desde 2011, reconoce que la situación se le puso mucho más de cara con el boom del movimiento social en favor de los derechos de los homosexuales y su visualización y normalización social, que tuvo lugar en los años 90. «Pasamos de una década, la de los 80, en la que los homosexuales iban al médico buscando una solución a lo que se consideraba legalmente una enfermedad a dar un gran salto de concienciación personal y social, y por ello la decisión de la OMS fue el primer gran hito, y el siguiente la legalización del matrimonio, en 2005». A día de hoy, entiende que tanto a nivel legal como social «en España la situación está bien encaminada, pero fuera todavía queda casi todo por hacer, ya no porque en muchos países se mantenga una patologización de la homosexualidad, sino porque en algunos se sigue asesinando por ello».

Aunque concienciado de que la prioridad está en erradicar esas prácticas, Óscar mira también hacia casa en cuanto a las metas por alcanzar en campos tan diversos como las posibilidades a la hora de tramitar una adopción -aunque en España los homosexuales tienen reconocido ese derecho, deben someterse a la legislación del país en donde se produce la adopción y, en ese punto, las trabas suelen ser una constante-; una reforma en la ley de asilo político para extranjeros homosexuales que son perseguidos por esa condición en sus países de origen o mejoras en el trabajo sobre transexualidad. Beceiro insiste en este último punto, precisando que «el funcionamiento del sistema a nivel legal, sanitario y de la realidad social hace que los transexuales sigan sufriendo mucho», y apunta la necesidad de evitar que no se repita la historia, «que los grandes pasos, esos tan mediáticos como la decisión de hace 25 años de la OMS, no tengan que llegar tras años de sufrimiento, incluso tras muertes, suicidios... para que se provoque el clamor social que acabe propiciando nuevos cambios».

En ese punto, no quiere olvidar al sistema sanitario, dentro del cual, asegura, «existen todavía profesionales de la psiquiatría patologizadores de la homosexualidad, que apuestan por tratamientos que lo único que consiguen es que la persona tratada desarrolle rechazo hacia el sexo, y eso no es cura de nada, es solo un trastorno que cubre una realidad», apostilla.

los profesionales. Desde ese sector, el médico, el jefe de la unidad de Psiquiatría del Hula, Luis Vila, reconoce que «una cosa es la psiquiatría y otra cada profesional de la salud mental en particular. Creo que una parte importante de los profesionales del sector, por el contacto y el trato que tenemos con personas en dificultades y con marginados sociales, tenemos una fuerte tendencia a apoyar a estas personas pero, como en cualquier otra profesión, hay personas con distintas ideas, prejuicios y actitudes». En este punto añade que «a veces resulta difícil comprender que aún se encuentren libros o artículos que hablen de tratamiento de la homosexualidad o clínicas y/o consultas que ofrezcan estos servicios. Otras veces, en debates, pueden surgir comentarios apuntando que la homosexualidad tiene causa orgánica o componente genético, de lo que parecería inferirse que efectivamente es una enfermedad, con lo que yo no estoy de acuerdo». Vila afirma, no obstante, que la práctica habitual, «o al menos la mía personal es que la importancia que le doy a la orientación sexual de un paciente a la hora de tratar un problema psiquiátrico es justamente la que el paciente le dé. La conexión que puede haber entre la homosexualidad y los problemas psiquiátricos creo que viene, en caso de haberla, del rechazo social que pueda ir asociado».

Vila va más allá y asegura que, incluso mucho antes de que la OMS adoptase la histórica resolución en 1990, «a nivel teórico, el debate ya estaba entre los profesionales de la salud mental desde mucho tiempo antes. Cuando yo estaba aún en la facultad, en los años 70, ya había fuertes debates sobre las instituciones psiquiátricas, los tratamientos psiquiátricos y también sobre el concepto de enfermedad mental». Ya entonces se cuestionaba que se considerase como tal la homosexualidad. Incluso antes, el sexólogo americano Kinsey, ya en los años 50, había provocado con su estudio sobre el comportamiento sexual una fuerte polémica al describir que las conductas homosexuales eran mucho más frecuentes de lo que se pensaba. Establecía una escala de 0 a 6, situando en uno de los extremos la heterosexualidad completa y en el otro la homosexualidad completa, y según dicho informe la gran mayoría de la población estaría en el punto 1 ó 2.

El jefe de Psiquiatría del Hula identifica, pese a ello, el punto de inflexión que marcó hace 25 años la OMS -la Asociación de Psiquiatría Americana ya había descatalogado la homosexualidad como enfermedad psiquiátrica en 1973- e insiste en que «el tratamiento para abordar los problemas psíquicos debe hacerse adaptándolo a la persona, no en base a su orientación sexual. A nivel de la población, creo que hay que desmontar prejuicios que aún siguen existiendo contra estas personas, para que puedan vivir mucho más satisfactoriamente sus vidas sin tener que sentirse rechazadas o marginadas por conductas que son solo de su incumbencia y de la de sus parejas», recalca. La mirada al panorama actual es, no obstante, positiva por percibir una considerable disminución en las actitudes homófobas. Vila resalta que ello ha influido también en el modo en que los psiquiatras se acercan a los pacientes en las entrevistas. «Hace unos años, ante un problema por ejemplo depresivo, intentabas siempre, con mucho cuidado y respeto, indagar por si en la base de una autoestima baja pudiera haber algo en ese sentido. Hoy son temas que ya no son vividos tan problemáticamente y que las personas tratan de un modo más abierto y natural», acaba.

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