Tantas primeras veces

Fue la autora de la primera obra de teatro que nunca ha dejado la escena, creadora del primer personaje de ficción al que The New York Times dedicó un obituario y la primera mujer en ser superventas. También, la primera desaparecida en Reino Unido a la que buscaron con aviones. De las decenas de récords que estrenó Agatha Christie, todo lo que rodea a ese último, del que se acaban de cumplir 90 años, fue el que más la avergonzó a ella y fascinó a sus seguidores

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CADA BIÓGRAFO de Agatha Christie se enfrenta a una decisión clave: creer o no su versión de la desaparición. Todos deben sopesar si, cuando llegan a los 35 años de la autora, al 1926 aciago en el que muere su madre y su marido le pide el divorcio porque se ha enamorado de otra, consideran plausible la explicación de que fue la amnesia la que la llevó a bailar en un balneario durante once noches mientras todo el país la buscaba o piensan que lo ideó todo, se le fue de las manos y lo de no recordar es una excusa para evitar el bochorno. Todos tienen que elegir, salvo ella, que en su autobiografía no dedica ni una línea al suceso que los titulares facilones han dado en llamar ‘el mayor misterio de la dama del crimen’. «El siguiente año es uno que odio recordar. Como ocurre tantas veces en la vida, cuando una cosa va mal, todo va mal», escribe en ella. Y miente. No todo iba mal. 1926 fue de hecho un año clave en su carrera gracias a la publicación de ‘El asesinato de Roger Ackroyd’ .

El libro tuvo una acogida excepcional. Fue uno de esos de los que todo el mundo hablaba, que consolidó un estilo, una forma de hacer las cosas. Como tantas otras de sus novelas; tiene ese escenario que es un compartimento estanco; en este caso una pequeña ciudad de provincias, donde hay un grupo de personajes que conocemos enseguida y un buen número de ellos, sino todos, tienen razones para desear ver muerta a la víctima. Una aspiración constante de la novelista era apuntalar la idea de que cada uno de nosotros lleva un criminal dentro, que se revele es solo cuestión de necesidad. Otra era no racanear información al lector, que la trama avanzase ante su mirada, que no le faltase ningún elemento para averiguar él solo quién era el asesino. La combinación de esas dos aspiraciones daba muchas veces como resultado un desenlace quizás plausible pero pelín inverosimil, forzado, que encaja como un zapato apretado. Pese a todo, el camino solía merecer la pena.

En el caso de ‘El asesinato de Roger Ackroyd’ se produjeron verdaderos enfados de lectores, inmensos cabreos que se hicieron públicos en periódicos y revistas por un final en el que lo más epatante no era tanto el cómo sino el quién. Está considerada una de sus mejores novelas y, para la época, un prodigio de construcción de trama, aunque inaugura un problema que será recurrente para Christie: la vejez de Poirot. Es la primera obra en la que el detective belga, un repelentito de tomo y lomo, está jubilado. La propia autora reconoció que se había equivocado con la edad, debería haberlo hecho inicialmente más joven para evitar tenerlo en pie hasta bien pasados los cien años.

"Cómo negar el empujoncito que supuso su muy publicitada desaparición"

Más que el atractivo de su detective, fueron los giros argumentales y el ritmo de la narración los que hicieron de ese libro un éxito y ese libro el que la hizo definitivamente conocida, pero cómo negar el empujoncito que supuso su muy publicitada desaparición. De hecho, una de las opciones que el público inglés barajó desde el principio para explicarla fue que se tratara de una efectiva estratagema de márketing.

Es difícil hacerse una idea ahora de lo que llegó a suponer ese caso, de su enormidad, de cómo se fijó indeleblemente en la memoria colectiva hasta el punto de que aún hoy parece fresco, se sigue debatiendo sobre qué pasó realmente e incluso este año, cuando no se pudo localizar a una escritora de literatura infantil durante cinco días, algún periódico se preguntó si acaso no estaría «haciendo un Agatha Christie».

El 3 de diciembre de 1926, mientras su marido pasaba el fin de semana con su amante, Nancy Neele, Agatha Christie escribió una carta a su secretaria anunciándole que se iba a Yorkshire y salió en su coche. Al día siguiente, este fue encontrado en Newlands Corner, cerca de un pequeño lago del que, por supuesto, corrían leyendas sobre suicidas pasados. Dentro del vehículo, estaba su abrigo de piel y su equipaje.

La prensa ofrecía cien libras a quien la localizara

Durante once días no se supo nada de su paradero, aunque como en todas las desapariciones hubo muchísimas pistas falsas, avistamientos que resultaron ser solo fruto de la imaginación o del interés por hacerse con la recompensa que ofrecían los periódicos. Eran esos tiempos de competencia feroz, lectores entregados y medios con posibles. La prensa ofrecía cien libras a quien diera con su paradero, contrataba detectives, consultaba médiums, dedicaba media plantilla al caso, ponía a los periodistas en el terreno sin tener muy claro cuál era el terreno, ofrecía mil razones para la desaparición: acusaba al marido, a ella, a su salud mental o a sus editores de organizar esa huida. Más de mil policías participaron en el caso. Se organizó una gran búsqueda el domingo siguiente a su marcha y quince mil personas se entregaron frenéticamente a peinar la campiña, sin éxito. Se pidió la colaboración de sir Arthur Connan Doyle, que la ofreció entregando un guante de la autora a una vidente. Esta dijo que estaba viva y que aparecería pronto, una declaración de validez homeopática que resultó ser cierta. Como si los novelistas de misterio pudieran tener la clave también se llamó a Dorothy L. Sayers, que visitó la zona de la desaparición sin vidente y sin dar cambio teoría alguna. Sin embargo, el paisaje sí le inspiró para uno de sus propios libros.

La historia crecía cada día, casi cada hora. Quién sabe lo que hubiera sido de haber existido Internet. El marido de la escritora, Archie Christie, acosado por la prensa, acabó dando una entrevista de la que se arrepentiría y su mujer, más. Toda Inglaterra —en realidad, todo el mundo anglosajón porque la noticia, tan jugosa, tan de película, saltó fronteras y se hizo un hueco en la portada de The New York Times— se enteró de que las cosas no les iban bien.

Finalmente, el músico de una banda que amenizaba las veladas en el balneario de Harrogate (Yorkshire), advirtió a la policía de que en el centro termal estaba alojada una mujer idéntica a la desaparecida bajo el nombre de Teresa --atención-- Neele; es decir, con el mismo apellido que la amante de Archie Christie. Él mismo acudió al balneario a identificarla. Había estado once días haciendo vida como una mujer sudafricana, soltera y adinerada, que pasaba diciembre en un hotel de lujo; de día tomaba las aguas e iba de compras y de noche, bailaba en el salón. Como todos, leía los periódicos, con su foto en cada uno, y negaba con la cabeza admitiendo que el de esa tal Christie era un caso muy raro.

Para aplacar la previsible indignación general, en el propio centro fue examinada por un médico que le diagnosticó amnesia, algo llamado ‘estado de fuga’, en el que el afectado huye de su entorno después de haber sufrido un shock. Poco después, un segundo facultativo confirmó el diagnóstico, aún creído por muchos. En 1998 Jared Cade publicó un minucioso trabajo de investigación titulado ‘Agatha Christie and The Eleven Missing Days’ en el que desmonta paso a paso esa teoría y apuesta por un plan ideado por la autora y su mejor amiga como forma de ‘castigar’ a su marido. El hecho de que se convirtiera en un asunto de interés nacional y hasta internacional fue una circunstancia imprevisible para ellas, que obligó a la protagonista a no moverse hasta ser descubierta para dar verosimilitud al nuevo argumento de la amnesia.

Esta teoría parece la más probable, no solo por la navaja de Ockham, sino porque es la única que explica dónde pudo pasar la noche del 3 al 4 de diciembre —en casa de su amiga— y porque deja en evidencia las inconsistencias de la oficial. Los psiquiatras que consultan defienden que una persona que sufre amnesia no se puede crear otra personalidad, sino que sufre un estado de verdadera angustia tratando de recordar quién es, reconoce sin problema su propia imagen en un periódico y se siente aliviada si eso ocurre. Al mismo tiempo, admite que el personal del balneario y algunos de los clientes la habían identificado casi enseguida pero callaron porque la discreción es lo que cuenta en un establecimiento así.

Christie debió de arrepentirse mucho de la peregrina idea de desvanecerse porque fue una cruz con la que tuvo que cargar; algo de lo que ella, amante de su intimidad, tímida y preocupada por las apariencias, siempre renegó. Además de angustiarle que se aireara su vida privada, también lo hizo la posibilidad de que quisieran cobrarle por los recursos invertidos en su búsqueda, lo que llegó a discutirse en el Parlamento. Aunque fue una autora prolífica, incansable y muy orientada a los intereses del público, con lo que siempre vendió muy bien, tuvo unos contratos muy injustos y gastos considerables por lo que, sorprendentemente, solo llegó a tener seguridad financiera real al final de sus días. Es legendario su arrepentimiento tras regalar los derechos de ‘La ratonera’ a su nieto. Creyó que la obra pasaría desapercibida y acabó resultando la más rentable dado que no ha dejado de estar en cartel desde su estreno.

Debió de ser un año penoso, ese de hace 90, y, sin embargo, también fue un verdadero punto de giro. Acabado su matrimonio, una de esas pasiones un poco ciegas con un hombre que no soportaba ni la tristeza ni la enfermedad y que le pedía que jamás dejara de ser bella, se dedicó a escribir y a viajar con entrega, incluido a Oriente. Allí se subiría a un tren que ayudó a inmortalizar y conocería a su segundo marido, el arqueólogo Max Mallowan, al que llevaba 15 años, sufragó gran parte de sus excavaciones y perdonó una infidelidad sostenida en el tiempo con una de sus colegas. Para regocijo de sus lectores, fue en su cuarentena cuando escribió sus mejores obras y los malacostumbró a esperar de ella un suministro continuo de historias de intriga donde siempre se juega en terreno conocido. De alguna forma, sus misterios ofrecen cierta paz.

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