¿Somos racistas los lucenses?

Pequeños gestos, comentarios despectivos y algún insulto, son los episodios que han sufrido los vecinos de Lugo por su raza, su procedencia o su color
Antonina Smedo, asentada en A Mariña. JOSÉ Mª ÁLVEZ. JPG
photo_camera Antonina Semedo, asentada en A Mariña. JOSÉ Mª ÁLVEZ

EL CASO DE George Floyd, el hombre afroestadounidense que murió el 24 de mayo después de que un policía blanco le presionara el cuello con su rodilla durante varios minutos, reavivó el debate sobre el racismo y sacudió la actualidad cuando todo el mundo estaba pendiente casi en exclusiva de la pandemia de Covid-19.

En la provincia de Lugo residen, según los datos del Ige (Instituto Galego de Estatística) de enero de este año más de 16.607 personas procedentes de otros países. La mayoría de la propia Unión Europea, pero hay más de 3.100 personas de origen africano, 4.856 de Suramérica o 915 de Asia. Algunos de ellos repasan aquí la acogida que les dieron los lucenses y los episodios racistas vividos.

Antonina Semedo llegó hace 42 años a lugo desde Cabo Verde. Su marido se había establecido un par de años antes en A Mariña para trabajar en la construcción de la fábrica de Alúmina Aluminio (la actual Alcoa) y cuando se remató la faena en la obra buscó empleo en la pesca. "Foi o primeiro caboverdiano en saír ao mar dende A Mariña. Eu viñen de Cabo Verde para traerlle todos os papeis para que el poidese navegar e eu establecerme aquí", recuerda Antonina.

"Los españoles piensan que todos los rumanos roban", dice Floarea Triscas

Se asentó en Cangas de Foz, donde "non había negros. En Burela e San Cibrao si, pero en Cangas de Foz aínda non" y recuerda que, por ejemplo, a los niños les causaba impresión verla. Pero asegura que no vivió ataques racistas graves. "Sei que causaba novidade verme e recordo un ano polo mes de agosto, que fun a un enterro e era a única negra que había. Moita xente deuse a volta para mirarme e marmuraba mira, a negra das palmeiras, porque vivía nunhas casas de Cangas que tiñan ese nome", añade en un gallego que mezcla con portugués.

Dice Antonina que precisamente esa cercanía del idioma le ayudó a integrarse y a superar barreras. Sus dos hijos y su sobrino fueron al colegio y crecieron con niños mariñanos. "Creo que iso tamén axudou moito. Na escola os nenos estaban todos xuntos, en igualdade. Os meus fillos séntense galegos", insiste. De hecho su hija está casada con un vecino de A Mariña y su matrimonio no es una excepción. "Esa é a mellor mostra de integración, os matrimonios entre galegos e fillos de caboverdianos", apunta.

Con 66 años Antonina Semedo es una de las principales impulsoras de Batuko Tabanka, un colectivo cultural, musical y de baile desde el que se difunde la cultura caboverdiana y se trabaja por la integración. "Comezamos no ano 2002 e hoxe é unha parte moi importante da vida da Mariña", explica.

[Serge Leuko. XESÚS PONTE]

Serge Leuko. XESÚS PONTE

RECHAZO. Apenas tenía 14 años cuando Serge Leuko, jugador del CD Lugo, llegó a España desde Camerún de mano de la Academia Samuel Etoo para formarse en el mundo de fútbol. De eso hace más de una década y su primer destino fue Mallorca. Asegura este deportista que los primeros tiempos fueron especialment duros. Estaba con una familia de acogida, echaba mucho de menos a los suyos y había todo un mundo de normas, comidas, rutinas y costumbres al que adaptarse.

"Nun enterro era a única negra e todos me miraban", recuerda Antonina Semedo

Pero no fue hasta que cumplió la mayoría de edad cuando vivió en sus propias carnes el racismo. "En esa época estaba en Valencia y aunque en los equipos en general me sentí siempre bien tratado, los insultos eran habituales en el colegio, en la calle y en el terreno de juego", apunta.

Asegura que en el mundo del fútbol se está más expuesto y que rivales y público "recurren con facilidad al insulto para desquiciarte. Me han llamado muchas cosas en los partidos y, después, en algunos casos pedido perdón al final del encuentro. Se usa ese comportamiento para hacerte saltar", comenta. "No tiene justificación, pero pasa".

Sin embargo, el capítulo más doloroso no tuvo que ver con el fútbol. "Vivía en Valencia e iba con unos amigos a tomar algo. Yo era el único negro y en un bar no me permitieron entrar. Decían que no querían problemas. Mis amigos decidieron ir a otro sitio y no dejarme solo, pero la situación me rompió y la cara de pena de mis amigos aumentó ese dolor. Me sentí muy mal, rechazado".

Valora Leuko que el racismo sigue en la sociedad. "Quizás la gente racista actúa menos por miedo a la crítica social, a que alguien pueda recriminarles, pero siguen ahí", reflexiona. Él, a todos los racistas, les recuerda una cosa: "Yo salí de mi país para buscar un futuro mejor. Si pudiera estar en Camerún, trabajar y hacer una vida normal con mi familia allí, a España vendría de vacaciones, nada más", matiza.

Asegura que Lugo es una ciudad tranquila en la que se siente querido pero todavía percibe ojos que se clavan en él cuando entra en un local, especialmente si va con su pareja, que es blanca. "La gente lo ve raro y mira", concluye.

Floarea Triscas. L.A.R

ESTEREOTIPO. "En España está asentada la idea de que todos los rumanos robamos y pegamos y a veces cuesta demostrarle a la gente que Rumanía es igual que cualquier otro sitio, que hay gente buena y gente mala", matiza Floarea Daniela Triscas, una mujer de 28 años que llegó a la ciudad del Cabe hace siete después de pasar por Arganda y Toledo. "Vine a España buscando un futuro mejor que el que podía tener en mi país. Llegué con un contrato de trabajo a Arganda para cuidar niños y fue allí donde conocí al que hoy es mi marido, Ezechil Triscas —explica—. Con él me mudé a Monforte y ahora ya estamos aquí asentados".

Flor, como le llama todo el mundo en la ciudad del Cabe, trabaja en el sector hostelero y Ezechil en el forestal, la pareja y su hijo no se plantean regresar a Rumanía. "Aquí tenemos la posibilidad de mejorar trabajando, puedes tener una vivienda, hacer algún viaje y vivir un poco la vida, en Rumanía es mucho más complicado acceder a eso con los sueldos de hay", matiza.

"Ignoraba los insultos para evitar problemas", recuerda Lin

"En Monforte me siento bien. Es cierto que al principio, por ser rumana, había cierta desconfianza y parece que tienes que demostrar que no eres un ladrón, pero cuando la gente te va conociendo, empieza a confiar en ti", señala. Desde que llegó a Monforte no ha viajado a Rumanía. "Vinieron mis padres y mi suegra a vernos y a conocer al niño, pero nosotros no volvimos allá y mi madre está convencida de que nunca volveremos", concluye.

[Lin Yongsheng. MIGUEL PIÑEIRO]

Lin Yongsheng. MIGUEL PIÑEIRO

INSULTO. En 2002, Lin Yongsheng aterrizó en España procedente de China. Su padre tiene una fábrica en el país asiático y en esa época no pasaba por su mejor momento, por lo que decidió enviar a Lin a Europa para que se formase en gestión de negocios.

El joven recaló en Madrid, donde ya estaban algunos de sus familiares. Después de unos meses de estudio, comenzó a trabajar en restaurantes asiáticos para sacarse algún dinero. En esa época, recuerda Lin, "yo era muy joven y era habitual que en la calle me llamasen chinito a modo de insulto. Para evitar problemas ignoraba los comentarios y seguía caminando".

En la capital conoció a la que hoy es su mujer y juntos se trasladaron primero a A Coruña y después a Monforte, donde encontraron "una buena ciudad para vivir y para abrir nuestro negocio".

En la actualidad, la pareja lleva las riendas de un bazar en la Avenida de Galicia de la ciudad del Cabe y tiene tres hijos que nacieron en el hospital monfortino. Y se sienten "muy afortunados". "El negocio de mi padre superó la crisis y salió fortalecido, por lo que pudo dejarme dinero para que abriese mi propia tienda en Monforte. Fue lo mejor que me pudo pasar. Aquí estamos tranquilos, nos hemos adaptado a esta vida y nos sentimos bien acogidos. Mis hijos van al colegio y nunca tuvieron problemas por su raza", añade Lin. "Si les preguntas a ellos te dirán que son españoles, no chinos, porque así se sienten", concluye.

[Abel López Paredes. EP]

Abel López Paredes. EP

BUENA ACOGIDA. Abel López Paredes nació en la República Dominicana, pero llegó a Galicia hace más de una década con su familia. Después de una breve estancia en A Coruña, la familia se trasladó a Castroverde y Abel inició sus estudios de segundo de Eso en el colegio público del municipio, convirtiéndose en el primer alumno negro del centro. "Pero non foi un problema", matiza Abel en un perfecto gallego. "Na Coruña falaba castelán pero ao chegar a Castroverde, alí todos falaban en galego e eu tamén", apunta.

Abel López Paredes dice que Lugo es una ciudad tranquila y respetuosa

Este joven dice que aunque el color de su piel pudiese causar novedad, en el centro nunca sufrió racismo. "Dende o primeiro momento fun ben acollido. Supoño que tamén axudou a miña capacidade de adaptación, pero os compañeiros sempre me trataron con respecto", insiste. Terminados los estudios llegó la incorporación al mundo laboral y la situación siguió tranquila. "Traballei en varios locales de copas de Lugo e tampouco tiven grandes problemas. Case ao contrario, neses traballos coñecín moita xente e sempre estiven moi respaldado", añade.

Asegura que Lugo es un lugar tranquilo y aunque reconoce que, como en cualquier lugar, habrá personas racistas, pero el no ha vivido episodios complicados y la convivencia es armónica. Ahora está en una empresa de montajes eléctricos en la que tiene compañeros de distintas nacionalidades, sobre todo peruanos, e insiste en que la tolerancia marca el día a día. Antes de este trabajo, estuvo en una compañía de instalación de fibra óptica. "Ía aos domicilios particulares, e antes chamaba por teléfono para concertar a cita. Cando chegaba o que máis sorpresa lles causaba era que ao ser negro falase galego", concluye.

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