LGBT: orgullo tiene cuatro letras

''Si en vez de ser dos gays fueran dos chicas, el resultado sería otro''. Son las palabras que ha pronunciado el abogado de la acusación tras conocer el fallo que perdonaba la condena por un delito de doble asesinato en la calle Oporto de Vigo. El veredicto aplicaba las eximentes de legítima defensa y miedo insuperable a unos hechos en los que el autor confeso asestó hasta 57 puñaladas a dos homosexuales porque, dijo, temía que lo violasen. Esta sentencia, dictada en aplicación de lo acordado por un tribunal del jurado, condenó a Jacobo Piñeiro a veinte años de prisión por incendiar el piso que compartían los dos jóvenes con los que acabó tras una noche de marcha.

El juicio se repetirá, sí. Pero la apreciación del jurado, que no deja de ser un tribunal compuesto por ciudadanos de a pie, nueve jueces legos presididos por un magistrado de la Audiencia Provincial, en este caso de Pontevedra, y las continuas apelaciones de la defensa a la condición sexual de los dos hombres asesinados, se ha convertido en una de las manifestaciones más claras de que en el arco iris de los derechos de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales quedan todavía muchos colores por pintar.

La permanencia de la transexualidad en el catálogo de enfermedades mentales de la Organización Mundial de la Salud, considerándola como una conducta desviada que entra dentro de otros transtornos de la personalidad como el sadomasoquismo o la cleptomanía, es otro ejemplo de ello. Y otro más: una conocida cadena de televisión, que acaba de ser sancionada por el Ministerio de Industria, hacía promoción con un anuncio que contraponía el Día del Orgullo LGBT con ''los otros 364 días de orgullo de la gente normal y corriente''.

La sentencia por los asesinatos de la calle Oporto generó un fuerte movimiento social de rechazo, incluso fuera de la frontera gallega. ''Yo acudí a la manifestación de Santiago, pero me enfadé y me marché cuando los gritos empezaron a ser en contra de la Justicia española por amparar la homofobia. No digo que esté a favor o en contra de las leyes españolas, pero se pierde de vista el objetivo central''.

Quien así habla se llama Isabel Quintairos. Es periodista y su melena, canosa, dice que estará llegando a los 50. Estos datos bastarían para identificar a cualquier fuente, pero no a ella. Su nombre aparece en este reportaje porque es mujer y es lesbiana, las dos 'papeletas' que la convierten en un blanco fácil para ser discriminada. Y lo ha sido en el ámbito donde menos debería pesar el sexo y, mucho menos, la condición sexual de una persona: el trabajo.

''¿Que más nos dá que esta señora tenga una desvia...?''

Hace dos años, el nombre de Isabel se hizo 'famoso' también por una decisión judicial: la que declaraba nulo su despido de la Cadena Cope. Con un Gobierno bipartito en la Xunta, la locutora pidió una excedencia en la emisora de los obispos para ocupar en A Coruña un puesto vinculado al BNG. Durante ese tiempo, además, aprovechó las virtudes de la ley de matrimonio homosexual para casar con su pareja, tras cinco años de noviazgo.

Hasta aquí nada suena a motivo para que la periodista terminase en los juzgados buscando un fallo que obligase a la empresa a su readmisión. Sin embargo, la Cope consideró que las causas, que nunca reconoció, eran dos: las excedencias que suele conceder son para trabajar en el Partido Popular y, la más 'grave', la pareja de Isabel se llamaba, y se llama, Rosa.

''Yo, como locutora de esa emisora, nunca he manifestado ninguna opinión contraria a su ideario. Nunca me he pronunciado a favor del aborto, ni del matrimonio homosexual. '¿Qué hacías en la Cope?' Me han preguntado muchas veces. Ganarme el pan. ¡Mi comportamiento profesional ha sido siempre impecable! Y el personal no es asunto de la empresa'', confiesa una Isabel que conserva aquella herida todavía abierta. Según cuenta, la jueza argumentó su decisión de declarar nulo el despido en el hecho de que éste girase en torno a las ideas políticas de la trabajadora.

Pero Isabel no las tiene todas consigo. ''El abogado de la defensa nos deleitó con perlas como '¿A nosotros qué más nos da que esta señora tenga una desvia… una conducta sexual distinta?' ¡Esto está recogido en el acta! Y ahí está el motivo de mi despido''. A su entender, el problema era tan simple como que en la radio de la Iglesia, institución que se ve ahora salpicada por el goteo de denuncias por pederastia, no había micro para una locutora lesbiana.

Al conocerse el caso, hubo manifestaciones. Pero los lemas no giraron en torno a la situación de Isabel. Y es que la Cope denunció a la jueza encargada del caso por desarrollar las vistas en lengua gallega. ''Había un transfondo en el que los derechos fundamentales de una persona estaban siendo atropellados. Pero ese día no tocaba y las protestas fueron por la lengua''. Es este uno de los principales reproches que le hace al movimiento LGBT en Galicia, el hecho de estar más preocupados por cuestiones lingüísticas o políticas que por los derechos de sus miembros.

Aunque no está afiliada a ningún partido, Isabel es nacionalista por convicción. Pese a ello, se muestra muy crítica: ''¡Bastantes problemas tengo ya como para tener que discutir en qué lengua tengo que hablar de ellos! Estos debates, en nuestro caso, benefician a la Conferencia Episcopal y a los obispos, a los empresarios que nos discriminan, a quien nos señala por la calle y a todo lo que tenemos en contra. Pero no a nosotros''.

Un movimiento invisible que pretende visibilizar
La crítica al movimiento por su falta de visibilidad y la templada batalla que libran por la igualdad la comparte Severino Figueiras. Seve es enfermero de profesión, cooperante de vocación y gay ''porque es la orientación sexual que me ha tocado''. Como su pelo, rapado, no permite hacer cálculos sobre su edad, se lo preguntamos. Tiene 23 años. ''Cuando llegué a Santiago ya sabía que era homosexual y busqué alguna asociación que me orientase para saber reaccionar yo ante la reacción de mis padres'', ya que tan sólo tres meses antes de decirles que a él los que le gustaban eran los chicos había mantenido una relación con una mujer. ''No encontré nada más que una dirección de un local, en Entrerrúas, que estaba tapiado''.
 
Aún así, en casa no hubo problemas. Sus progenitores, al igual que en el caso de Isabel, lo entendieron. ''Cambié sus perspectivas de futuro, de casarme con una mujer y tener hijos naturales, pero su reacción fue buena'', explica el joven. Por el camino lo que perdió fueron amigos, algunos que lo entendían pero salir por locales de ambiente alguna que otra vez era un precio demasiado caro por una amistad; y otros que también eran gays pero o no lo aceptaban o guardaban su secreto en un armario. ''Hace doce años la homosexualidad no estaba tan aceptada'', apunta Seve. Y no lo estaba. La OMS la retiró de su clasificación de enfermedades mentales en 1990.

Galicia celebró entonces ese pequeño paso al frente en un largo camino que queda por recorrer. Sin embargo, los colectivos que aquí representan al colectivo LGBT adolecen de una falta de visibilidad crónica que los lleva a ser identificados por un paraguas bajo el que no quieren estar: el de la asociación Colegas. El nombre no es sinónimo de lucha contra la homofobia ni para Isabel ni para Seve. Y no lo es tampoco para el resto de asociaciones que eligen la calle, y no los medios de comunicación, para hacerse escuchar.

Al presidente de Colegas, Rafael Moral, le reprochan la financiación que recibe del Partido Popular, --''una formación que si por algo se caracteriza no es por su defensa de los derechos sociales, ni de las mujeres ni de los gays'', apunta Seve-- y el 'efecto llamada' que provoca su local de A Coruña, con vistas a la Plaza de Pontevedra y a la playa.

''Ese local vale un dineral para estar siempre cerrado. Es una mascarada. Colegas es una entidad samaritana católica que pretende ayudar a las víctimas, pero no resolver el problema'', se queja José Carlos Alonso, presidente del colectivo coruñés Milhomes, que nació en 1993 y que toma su nombre del protagonista de la novela de Eduardo Blanco Amor, A Esmorga. Quiere sacarles los colores a las áreas de Igualdad de los distintos gobiernos, donde asegura que habrá peleando por los derechos y la igualdad de la mujer ''cientos'' de trabajadores a nómina de la administración, y ninguno con atención exclusiva a homosexuales y transexuales. ''Sin embargo, la Xunta tiene a uno: el presidente de Colegas'', ironiza.

En el colectivo vigués Nós Mesmas, creado hace año y medio, Rafael Moral y los suyos despiertan la misma simpatía. Su presidenta, Xiana Pérez, estudió en Murcia y formó parte de Colegas. ''Pero desde que su Federación cogió fuerza y se juntó con el PP ya no hacen nada efectivo en la calle, sólo buscan salir en los medios de comunicación, y lo tienen fácil… ¡Todos sabemos que reciben ayudas de la Xunta!''.

Pero desde Colegas se defienden. ''Salimos en los medios porque trabajamos todo el año, y lo hacemos con las instituciones, no con los partidos'', insiste Moral, quien explica la alianza de su asociación con el grupo municipal del PP en Sevilla en contra de la financiación destinada al Día del Orgullo por parte del Concello bajo el argumento de que ''si un gobierno no te da respuestas tienes que ir a la oposición''.

En lo que coinciden los tres colectivos es en la mala situación que atraviesa el movimiento asociativo de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales en Galicia. Desde Colegas apuntan dos motivos: la alta dispersión de la población y que esta vive, en su mayoría, en el rural. En Milhomes consideran que las que peor lo tienen son, como siempre, las mujeres: ''Es tremendo, porque casi no hay modo de conseguir que se asocien. Es muy complejo visibilizarlas''.

Y para Nós Mesmas el problema es la idea generalizada de que ya está todo hecho ''cuando cuesta hasta ir agarradas de la mano por la calle''. Xiana Pérez observa que en la sociedad actual sigue habiendo dos clases, y los LGBT son de segunda. ''Los jóvenes emigran de sus ciudades en cuando tienen la posibilidad para poder llevar una vida normal y no tener que esconderse del vecino, de amigo o del tío'', dice la presidenta del colectivo, marcado por sus ideas feministas y donde también se integran mujeres heterosexuales.

Día del Orgullo: ¿Exaltación de estereotipos o fiesta por la igualdad?
''Lo que no se ve, no existe'', dice Isabel. Para ella, la mejor manera de sacarle el polvo a los derechos que toda persona pierde por el simple hecho de declararse homosexual o transexual es celebrar el Día del Orgullo que, por cierto, ''no es Orgullo Gay, sino Orgullo LGBT'', matiza con una sonrisa. Seve no cree en este evento. ''Para mí no es un orgullo ser homosexual, es algo innato, por lo que yo no he tenido que luchar'', dice. Por lo que sí ha tenido que luchar es por la obviedad de que es igual que su amigo hetero, aunque esta batalla, a su entender, no se libra ''con cuatro tíos en tanga haciendo de mariquitas encima de una carroza''.

Su concepción de la jornada más colorida del año la comparte Colegas. ''Es una fiesta, no es un acto reivindicativo'', subraya Rafael Moral, quien defiende, no obstante que ''es una fecha para luchar por la igualdad, aunque ello no vaya de la mano de un homenaje a Abba, que son actos estereotipados que no nos favorecen''. Su colectivo ha sido el principal azote del Concello de A Coruña por el dinero que ha destinado al acto de este año: ''Conocedores de lo que cuesta conseguir fondos para programas sociales, cualquier moneda que se gaste en algo que no es social nos preocupa''.

Tampoco en esto están de acuerdo ni Milhomes ni Nós Mesmas. ''¡Lo que hay que entender es que el Día del Orgullo no es sólo la carrera de tacones que echan por la tele!'', critica José Carlos Alonso. Su idea la completa Xiana Pérez: ''Es un día visible, en el que hay que estar para exigir nuestros derechos''. Fiesta o reivindicación, lo que está claro es que quedan aún muchas carrozas que adornar y mucha tolerancia que inculcar para que lesbianas, gays, bisexuales y transexuales puedan vivir 'orgullosos' todos los días del año.

Comentarios