Leonard o detenerse

"Queremos llegar a los demás porque queremos que los demás lleguen hasta nosotros"

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Tengo un amigo que adora a Cohen. Y si ustedes conociesen a mi amigo sabrían que decir eso es mucho decir. Porque mi amigo es alguien muy especial, que ha decidido no hacer demasiadas cosas a la ligera. Y elegir qué le gusta no es una de ellas, sin duda.

Ahora Cohen estará unos días —que cuando salga esta columna ya habrán pasado— en boca de todos. Muchos habremos visto el vídeo de su discurso de aceptación del Príncipe de Asturias, que da una idea de cómo se tomaba —también él— las cosas, su música, su vida, supongo. Y ese pico de atención hará que alguien lo descubra, que es bueno, pero tendrá el indeseado efecto de banalizarlo, al hacerlo una estación más de esta tonta vorágine informativa que nos lleva de consternación en consternación desde Bowie hasta él, pasando por Pedro Sánchez, Dylan y Trump. Y es una pena. Es lo contrario de lo que hace mi amigo, que se para y profundiza. Y creo que es lo contrario de lo que quiso hacer Cohen con su carrera y le valió para llegar a donde no te llevan las ventas.

Que uno de los problemas de internet es el exceso de información, y la consiguiente dificultad para discernir cuál vale y cuál no, es ya un lugar común. Pero otro mal intrínseco al medio, a su inmediatez y a su incesante actualización, es que impide que nada repose, que nada dure, que nada se libre de ser rápidamente reemplazado.

Escribir en línea, por ejemplo, proporciona una respuesta instantánea que es siempre tentadora. Por eso tiene poco que ver, en cuanto a dedicación y persistencia, con escribir con un objetivo a meses o años vista, o sin él. Y no sé si eso nos condena a la superficialidad, pero estoy seguro de que se nota. Que la fugacidad quita peso a lo que escribimos y, por tanto, a lo que leemos.

Necesitamos a los demás. Al menos yo. Y escribir, cantar, pintar, fotografiar o hablar son actos de comunicación de los que esperamos una respuesta. Quien diga que escribe para él mismo y luego no guarde su obra en un cajón, miente. Queremos llegar a los demás, porque queremos que los demás lleguen hasta nosotros. Que nos quieran, y eso. Pero ahora parece habérsenos ido de las manos y es como si, de los elementos de la comunicación, lo de menos fuese el mensaje. Total, para lo que va a durar. Ahora que creemos disfrutar de la libertad de expresión y contamos con herramientas de comunicación asombrosas, ahora que podemos llegar a quien queramos y nos hablamos sin interrupción, apenas decimos nada. En un salto global a peor nos hemos quedado con el canal, con el acto hueco de transmitir y recibir, sin parar, el vacío en sus diversas formas.

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