Gallegas de África

Las voces del continente olvidado

Ganheses, senegales, congoleños, caboverdianos y kenianos afincados en Galicia derriban tópicos y muestran la cara oculta de sus países

Todavía es necesario decirlo: África no es un país, África es un continente. Un continente que no solo se dibuja con el perfil que traza la pobreza y la violencia. Un continente con más de 30 millones de kilómetros cuadrados en el que viven cerca de 1.000 millones de habitantes. Un continente formado por 54 países con fronteras tan complejas como artificiales que subrayan siglos de explotación y abusos. Un continente en el que se hablan 1.500 lenguas y en el que, además de pintorescas sabanas, extensos desiertos y junglas que dan cobijo a los animales más espectaculares del planeta, también hay ciudades cosmopolitas y modernas. Un continente muy rico: por sus recursos naturales, por su cultura y, sobre todo, por la espiritualidad, solidaridad y fortaleza de su gente.


El 25 de mayo fue el Día Mundial de África, en el que se conmemora la fundación, en 1963, de la Organización para la Unidad Africana (OUA), el mundo volverá a mirar a este continente. Africanos afincados en Galicia muestran hoy la cara de sus países que casi siempre permanece en la sombra.

Ghana. ''Mi país es bueno y muy rico. Tenemos muchas culturas y muchas cosas, como minerales, oro, diamantes... Lo que pasa es que nuestros líderes siempre están robando dinero, hacen lo que les da la gana. No tenemos justicia allí, pero tenemos mucha libertad'', asegura desde Marín, donde hay una importante colonia ghanesa, Kwabena Adjei,de 43 años. Corroboran sus palabras Sadic Abubakari, de 36 años, y Amos Amuesi, de 44. Los tres nacieron en Sekondi, la cuarta ciudad de Ghana en número de habitantes y, aunque no lo hicieron juntos, los tres llegaron a Marín hace aproximadamente una década con el mismo objetivo: ''Vinimos aquí porque nuestros ancestros, que siempre trabajaron en la mar, vinieron a Marín. Vinimos para luchar por un futuro mejor que el de allí'', explica Kwabena.

''Mi país es bueno y muy rico, lo que pasa es que nuestros líderes siempre están robando dinero, hacen lo que les da la gana. No tenemos justicia, pero tenemos mucha libertad''



Se une a la conversación en la soleada alameda marinense, Nana Abrokwah, de 46 años y natural de Acra, la capital ghanesa. Con un máster en Finanzas y una historia muy distinta -llegó a Galicia tras casarse con una marinse a la que conoció en Londres-, la estampa que dibuja de su país es la misma que la que esbozan sus compatriotas. ''Al contrario de lo que piensa la gente, nadie duerme con hambre en Ghana y los árboles son demasiado altos para vivir encima -bromea-. En Ghana si tenemos que exportar algo sería la gente porque es el recurso más rico que tenemos. Todos se ayudan. Lo que echo de menos es la unidad familiar. Yo he viajado bastante y nunca he encontrado nada parecido en Europa''.



Además de los recursos naturales, ''que se llevan otros'', Amos hace hincapié en la amabilidad de los ghaneses. ''Respetamos más a los extranjeros que a nosotros mismos'', destaca. Sadic, por su parte, recuerda su paisaje y, especialmente, una de sus playas: Busia Beach, cuyas ''aguas amables'' nada tienen que ven con las gallegas.

La diversidad que impera en África también define a Ghana, cuya población se divide en tribus: hausa, fanti, ashanti... Cada una tiene su religión -el 70% de la población practica el cristianismo y el 16% el Islam-, sus fiestas y su gastronomía, una de las cosas que más echan de menos. Y es que aunque se confiesan enamorados de la tortilla y la empanada, los cuatro hablan con nostalgia de platos como el fufu (''se hace con yuca y banana machacada'') o el jolff (''una especie de paella'). Afortunadamente, precisan, ahora ya pueden adquirir productos para cocinar ''al estilo Ghana''.


Su expresión cambia si se habla de racismo. ''Lo hay. No lo podemos evitar'', asegura Amos. ''Yo lo he vivido y hasta lo denuncié en los juzgados -apunta Nana-. No somos pobres, hambrientos, tirados... La gente no nos respeta. Yo soy economista, pero aquí no puedo trabajar de lo que realmente soy. Lo único que pido es que nos acepten como humanos dignos, que cada uno tiene su valor''. ''Somos gente normal, como vosotros. No somos ladrones'', recalca Kwabena.


Aunque ahora no cuentan con un empleo estable y algunos tienen a sus esposas e hijos en su país, no pierden la sonrisa y la esperanza. La tarde sigue para ellos bajo el sol de Marín y con acento fanti, el idioma en el que, pese a que también hablan inglés, dan forma a sus sueños.

Senegal. Abdel Fatta y Momar Diaga caminan por Pontevedra conversando en wólof, la lengua que habla el 80% de la población senegalesa, aunque el francés es el idioma oficial. El primero, de 47 años, se estableció en la ciudad del Lérez, donde preside el colectivo de senegaleses afincados en la capital provincial, hace 20 años. El segundo, de 39, llegó hace poco más de una década. Entonces, ambos pudieron hacerlo con un visado. ''La familia ve que hay gente que lleva tiempo en Europa y tiene cosas y te machaca con eso. Te dicen que no vale la pena estudiar'', cuenta Abdel, que cursó dos años de Derecho en su país antes de partir. ''Estás allí y crees que Europa es el paraíso y no es así. Hay muchos sueños rotos'', precisa Momar.



Los dos llevan ya mucho tiempo sin poner los pies en su país, sin sentir su calor y el abrazo de los suyos -Abdel más de seis años y Momar tres-, por eso, la nostalgia se manifiesta sin tapujos. ''Mi país es una gloria. Vienes a mi casa y las puertas están siempre abiertas para todos'', señala Momar. ''Es la famosa teranga senegalesa (hospitalidad senegalesa) -aclara Abdel-. El extraño se siente como uno más, no se siente rechazado. Además, la familia es muy amplia, hasta los amigos son parte de ella. Ese ambiente no lo encuentras aquí''. Y es que ''aquí'' ambos se han encontrado con personas ''cerradas y desconfiadas''. ''Los gallegos lo son porque no conocen la emigración africana. En Francia y América hay negros en la administración y no pasa eso'', indican.

''Aquí'' se encuentran personas ''cerradas y desconfiadas''. ''Los gallegos lo son porque no conocen la emigración africana. En Francia y América hay negros en la administración y no pasa eso''

Además de la teranga senegalesa, echan de menos comidas como el tiebudieun (arroz con pescado) que, aunque lo cocinen ellos, ''nunca sabe igual'' que cuando pasa por las manos de una mujer; celebraciones como el Ramadán y la Fiesta del Cordero, muy señaladas para los musulmanes y que en la distancia y a ''pequeña escala'' no se sienten igual, y, sobre todo, el clima. ''El frío, la lluvia y la humedad de aquí acaba con uno. Nunca te acostumbras'', afirma Abdel Fatta, natural de Dakar, la capital. ''Allí el clima es tropical y estás todos los días en manga corta. No hace falta abrigo'', añade Momar Diaga, nacido en Louga, una región del centro del país. De los paisajes senegaleses destacan el Parque Nacional de Niokolo Koba, las playas, la isla de Gorée y el interior, donde -cuentan- ''el contraste con la ciudad es increíble, pues las casas son de paja y puedes encontrar leones atravesando la carretera''.


Respecto a la situación económica de su país y del resto del continente, lo tienen claro: ''Nuestra independencia no es real. Seguimos colonizados''. En este sentido, lamentan que ''la Unión Africana (UA) no sirva para nada. África políticamente no está unida. Gadaffi -añaden- sí era bueno. Luchaba por la unidad africana porque sabía que las potencias europeas velaban por sus intereses. En Libia antes estaban tranquilos''.


Censuran también la desconfianza que genera la inmigración africana en los países receptores: ''No piensan en las razones que llevan a estas personas a cruzar miles de kilómetros en el mar. Hay gente que vende sus propiedades para marcharse a la aventura porque en África la vida se les está yendo. Barça o barsak, Barcelona o muerte, es el dicho que se ha hecho popular allí porque no hay otra opción. Por eso, a la gente le digo que nos conozca antes de juzgarnos y, en caso de duda, que nos pregunten'', recalca Fatta. ''No venimos a quitarle nada a nadie'', insiste Diaga.


Ambos sueñan con regresar, pero, de momento y pese a que el pasado 5 de mayo el Gobierno publicó en el Boletín Oficial del Estado una convocatoria de subvenciones para programas de retorno voluntario de inmigrantes. para ellos la vuelta todavía no es posible. ''Pero que se enteren nuestros compañeros. Tal vez ellos puedan...'', concluyen.

''La gente tiene una idea de África equivocada, pero no les culpo porque de África solo enseñan el hambre y lo peor''

República Democrática del Congo. Después de 34 años en Vigo, a donde llegó por ''razones familiares'', lejos de regresar a su país, la República Democrática del Congo, Hortense Ngbapai Bituyai, de 56 años, está pensando en volver a emigrar, ahora a Francia, donde espera reunirse con su esposo, que desde hace dos años vive en Londres. ''Galicia es mi segunda patria, pero ya no tengo nada que hacer aquí'', dice convencida. Y es que está cansada de ''luchar''; primero, para convalidar su estudios de microbiología; después, y tras 22 años trabajando en una tienda de deportes, para ''reciclarse'' como guía turística, y ahora para hacer frente a un nuevo hándicap: la exigencia de una titulación que acredite sus conocimientos de gallego.



Durante todos estos años Hortense también ha tenido que hacer frente al recelo de la población gallega y a la discriminación. ''Ahora voy a los colegios y parece la ONU, pero cuando yo llegué aquí no había casi negros. Aunque con el 90% de la gente no tuve problemas, es cierto que también hay gente realmente mala. Tienes que crearte una defensa muy fuerte porque si no te hundes. Yo a mis hijos -actualmente tienen 34 y 31 años y cuentan con estudios universitarios- siempre les dije que admitieran su raza. Les decía: no sois de color, ni morenos, sois negros. Lo que más me duele es que no te valoren por tu formación'', subraya Hortense.


Aunque los tiempos han cambiado, no ha sucedido lo mismo con la percepción social del continente africano. ''La gente tiene una idea de África equivocada, pero no les culpo porque de África solo enseñan el hambre y lo peor -comenta-. La gente piensa que eres una negra que no sabe nada y que vivimos en la selva. Yo hablo francés e inglés y cuando llegué aquí tuve que ir al hospital y nadie hablaba idiomas. Me pareció increíble. En África no pasa eso''.


La voz de Hortense se vuelve todavía más dulce y juvenil cuando habla de su ciudad, Kisangani, de su país y del continente africano en general: ''Cualquier persona que va a un país africano verá que somos muy solidarios. Recuerdo que cuando era pequeña llegaba un turista y lo llevábamos a casa, se duchaba, comía... Además, la familia es muy importante. No solo tus padres, sino también tus abuelos, tus tíos, tus primos... Nos ayudamos los unos a los otros y respetamos mucho a las personas mayores porque hicieron mucho por nosotros. En cuanto al paisaje, en mi país tenemos parques nacionales y el río Congo es impresionante... Por no hablar de la cultura: la música, el baile... En todas las ceremonias tiene que haber baile: en los nacimientos, en las bodas y en las muertes también''.


Hortense, que estuvo 23 años sin pisar su país porque se vio afectado por la guerra de Ruanda, sabe bien lo que es estar lejos de su tierra. Por eso, desde 1997 forma parte de Aida (Asociación para la Integración y el Desarrollo del Africano), desde la que lucha contra la creación de ghetos.


Muy concienciada también con el problema de la llamada inmigración ilegal, lanza un mensaje a Occidente: ''La gente nunca quiere salir de su país, la gente quiere vivir en paz. No se puede sacar a un dictador con un bombardeo, como hicieron con Gadaffi, porque la que sufre es la población civil. No se puede provocar una situación y luego no encontrar la solución''.

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