Jean Rhys, oscura loca en París

En 'Buenos días, medianoche' Jean Rhys cuenta cómo iba sola y loca por las calles de París. Vagaba como un sargazo roto por París. Algunos dicen que llegó a ciertas formas de prostitución para subsistir. También estaba al borde de la locura en sus desequilibrios emocionales y existenciales. Y en 'Buenos días, medianoche' se nota como a ratos estaba a punto de romperse

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ELLA NACIÓ en Dominica, una de las Antillas Menores. La capital es Roseau, donde hay un Jardín Botánico que tiene un Árbol sin Nombre. Los científicos no fueron capaces de ponerle nombre, y a mí me gustan las cosas que están más allá de los nombres. Y a Jean Rhys también, que no creía en el encierro de los nombres. Seguro que vagaba por Roseau con sus inquietudes inexpresables, que se asomaba al río que entra atropelladamente en el mar en medio de chillidos de insectos y cacatúas.

En el otro extremo de la isla hay unos acantilados donde se ve una formación rocosa a la que llaman Cabeza de Perro. Le llaman así, pero más bien parece una Cabeza de Serpiente. Y es la serpiente con la que podría identificarse Jean Rhys, una especie de Melusina de las Antillas. Parece una cabeza de boa mirando al mar, con la boca abierta y los ojos muy cerrados. Con esos ojos cerrados está metida en los oleajes descontrolados, en todas las levedades intensas de las Antillas.

Tal vez ya en Dominica, al lado de la Cabeza de Perro, barruntó lo que sería su novela ‘Ancho mar de los Sargazos’. En ella habla de Antoinette, la mujer que en ‘Jane Eyre’ de Charlotte Brontë estaba encerrada en el desván , y parecía un ser peligroso e innombrable, que estaba fuera del lenguaje, de la cual no se hablaba, cuyo nombre no se pronuncia siquiera hasta que es inevitable. Pero esa mujer según Jean Rhys estaba llena de vida, hasta que el señor Rochester se casó con ella para tener una herencia, y luego se asustó de su vitalidad y sensualidad y la encerró en el desván. Cualquiera que haya leído ‘Jane Eyre’ ha visto que el señor Rochester es un prepotente y un manipulador, que juega con los sentimientos de los demás —así de claro se lo dice Jane en la novela de Brontë— y que no aceptaba que nada se le fuera de las manos. Y si se le iba, para eso estaba el desván.

Jean Rhys, un trasunto de Antoinette, era una mujer muy guapa y muy intensa. Pero era muy inquieta y muy nerviosa, y los europeos la consideraron loca. Los europeos siempre llaman locos a los que no son adustos y muy razonables. Y los predicadores puritanos de distintas épocas los consideran demoníacos, igual que a la mujer marcada de ‘La letra escarlata’, de Hawthorne. Igual que a la institutriz de ‘La vuelta de tuerca’, de Henry James.

Me encantaría ir un día a la Roca de la Serpiente en Dominica y escuchar las canciones inveteradas y locas que lleguen de entre los bosques y mezclarlas con las frases recordadas de ‘Ancho mar de los Sargazos’: «Odiaba las montañas y los colinas, los ríos y la lluvia. Odiaba los ocasos, fuera cual fuese su color, odiaba su belleza y su magia. Y odiaba a Antoinette porque pertenecía a aquella magia y aquella belleza». El inglés no puede soportar la pasión de la mujer y de la isla, no puede soportar la intensidad y la magia. Y la belleza le parece un desorden.

Antoinette sentía un deseo loco de que Rochester le diera cariño, de que la acariciara, de que la hiciera sentirse. Pero Rochester era un caballero europeo lleno de conceptos y de doctrina y de buenas maneras y Antoinette le pareció turbadora y demoníaca. Tenía demasiada inquietud y demasiada sensualidad y demasiado fervor de las Antillas y demasiados colores: «Demasiado azul, demasiada púrpura, demasiado verde —decía Rochester—. Y esa mujer es una desconocida». Lo europeo siempre fue una exigencia de lo conocido, de lo dominado. Y lo desconocido es la locura.

Antoinette, cuenta Jean Rhys, siempre había estado en peligro. Estaba en tierra de nadie, los negros la odiaban, los blancos no la consideraban suya. Varias veces intentaron destruir su casa. Solo era del viento y de las tormentas y de la lluvia, no cabía en las palabras. Su vida era precaria y estaba siempre amenazada. Pero siempre quería vivir, tenía unos deseos desesperados de vivir. Y conectaba con la naturaleza desenfrenada de vida.

Al pasar por Inglaterra la protagonista de ‘Viaje a la oscuridad’, una actriz caribeña solitaria, siente la rigidez y la frialdad: «Esto es Inglaterra, dijo Hester y yo la miré por la ventanilla del tren dividida en cuadrados como pañuelos de bolsillo; esto es Londres.... cientos de miles de blancos blancos apresurados y las hoscas casas todas iguales mirando desaprobadoramente una tras otra todas iguales todas muy pegaditas». Y nota como la vitalidad es la brujería y la inmoralidad de todo lo que se mueve ante la inmovilidad de las doctrinas: «Pero yo pensaba que era aterradora... la forma que tienen de mirarte. De un modo tal que sabes que te verían arder viva sin ni siquiera girar la cabeza».

Y en los años veinte Jean Rhys andaba por París tomando copas y leyendo literatura moderna. Era una mujer de las Antillas llena de vientos dentro y de perfumes y de recuerdos de serpientes. Y se salía de los conceptos morales de los europeos y de sus categorías intelectuales. Por eso iba como una loca oscura por París, como una rebelde que ni siquiera sabe que lo es, como alguien trágico y pasajero que se bandea entre el alcohol y las noches y las calles.

En ‘Buenos días, medianoche’, sobre sus andanzas en París, se identificaba con Emily Dickinson, que había escrito ese verso. Era una mujer llena de inquietud interior, como la norteamericana, inmersa en la tristeza, a la que todos decepcionan, solitaria sin remedio, que piensa siempre en suicidarse al día siguiente, que se mete en los cafés para tranquilizarse. Era una loca del Caribe que vivía en la oscuridad: «Uno va andando tranquilamente , tropieza, cae en la negrura, es el pasado, o tal vez el futuro, y sabe que no hay pasado ni futuro; tan solo esa negrura; tan solo esa negrura que cambia levemente, muy despacio, pero que siempre es la misma». La noche puede simbolizar tristeza, o estar perdida, o desolación, pero en el fondo, como en Celine, como en Djuna Barnes, simboliza la nostalgia sin límites, la vitalidad inagotable que no cabe en el día, el Caribe que no cabe en los gabinetes europeos.

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