Fisterra

Esta Puerta Santa de la iglesia de Santa María das Areas está en Fisterra. Es el fin de la Tierra, pero es el comienzo de todos los caminos y todas las puertas que esperan al viajero
Iglesia de Santa María das Areas
photo_camera Iglesia de Santa María das Areas

Sentado en una terraza del puerto de Fisterra, el viajero piensa aprensivamente en el caprichoso proyecto en que se ha metido. Siguiendo más o menos los muchos caminos de Santiago que cruzan la Península, tomará como referencia una puerta o portada histórica y dedicará una visita a ella y a su entorno. Cincuenta viajes en total, viaje arriba o viaje abajo, uno por semana para que cubran un año. ¿Por qué tan peregrino, nunca mejor dicho, plan? Simplemente porque le apetece, y es bastante razón.

Como ya se ha zampado unas almejas a la marinera y bebido una cerveza, el proyecto se le presenta cada vez más atractivo y factible, por lo que deja de pensar en él y, mientras espera por la carne asada, repasa la que ha sido una bien aprovechada mañana. La iniciación, el bautismo viajero, en la Puerta Santa de Santa María das Areas, más bien humilde, pero con dos enormes escudos y un ancla en medio. ¡Cómo no iba a haber un motivo marinero en Fisterra, al borde del proceloso océano! El musgo cubre la escalera y en una esquina del llamémosle atrio hay unos olmos, de los últimos que han resistido el brutal azote de la grafiosis.

Llega a comer una pareja humana con una pareja perruna, una golden y una alaskan. ¡Buena compañía! Sigue repasando lo visitado. ¡Menuda iglesiaza la del monasterio de San Xiao de Moraime! Una portada tras bajar unas escaleras, tres naves, pinturas murales de época indefinida para el lego en la materia, capiteles, arquivoltas, tímpano, una puerta lateral muy trabajada. Tras la visita, el viajero pone en práctica una costumbre que tiene: entra en el cementerio anexo. Y allí se petrifica ante un casi amenazante mausoleo que todo lo domina y que está coronado por una hornacina de cristal que alberga una blanca y enérgica cabeza. El mausoleo –más tarde leerá que es obra de Asorey– lleva esta inscripción: "Es propiedad de D. Juan Bta. Durán Insua párroco de esta feligresía y deja prohibido tanto a herederos como a extraños el que en ningún tiempo usen y usurpen esta propiedad. R.I.P". ¡Qué carácter, D. Juan Bautista!

Después de la tarta de manzana y el café, da una cabezada. Para espabilarse, vuelve con el pensamiento al faro de Punta Roncudo, erguido entre peñascos, con alguna cruz en memoria de cualquiera de los percebeiros que dejaron aquí la vida en su peligrosísimo trabajo. Dos chovas piquirrojas revolotean, negras, sobre el faro. Lo demás era mar océana. Y silencio. Solo silbaba el viento.

Comentarios