Escritores orgiásticos en el Tíbet

"La aventura francesa Alexandra David Neel tradujo poemas de de Tsangiang Gytoso, el el sexto Dalai Lama, del siglo XVIII, que prefería las tabernas al palacio del Potala, que tenía amantes, que escribía poemas de amor. En el café Makie Ame (Bello Sueño) se anamoró de una mujer que se acercó a la ventana y le escribió entusiasmado"

AL HABLAR del Tíbet la gente piensa en monasterios y en el estado teocrático. Pero hay otro Tíbet de las tabernas y la noche. Al lado del Buda masculino diurno está la diosa Tara, la líder de las Dakini, «mujeres que bailan en el cielo». Al lado del monasterio está la taberna, donde viven los poetas y los artistas, donde cuentan sus historias los nómadas cuando llegan a la ciudad, donde suenan las canciones populares contra los chinos, como en los pubs de Irlanda contra los ingleses. Hay una tradición de ‘locos sabios’, que rompen con los monasterios y las convenciones, que van a las tabernas y se rodean de mujeres, que practican el sexo tántrico. 

Milarepa fue un yogi y un poeta del siglo XII. Después de los cuarenta se puso a dar vueltas por todas partes, comía solo ortigas y se le puso la piel verde. Rechazó los manuales y las filosofías para encontrar la iluminación. Una noche las Dakini se le aparecieron y le ofrecieron ir de marcha con ellas. Sus ‘Cien mil cantos’ entusiasman a todos los tibetanos.

En un poema le dice a la Dakini Tzerima: «Su rostro y loto está lleno de felicidad,/ el tubo en forma de concha acelera el éxtasis./ La marca protectora está en tu hueco,/ tú eres el cuerpo noble de la longevidad./ Todas las formas están en tu secreto de loto/ cuando se combinan con el semen grande./ Cuando tú extiendes toda la dicha en mi cuerpo/ el sello liberador está listo». Un día lo visitó su discípulo Dhampa Sangye y Milarepa lo recibió desnudo con la polla al aire. Dhampa le dijo: «Tú eres un loco que exhibe lo que debería estar tapado». Y Milarepa contestó con la ‘Canción del lunático’: «Los demonios han enloquecido a todos mis antepasados, / los demonios me han conducido a la locura./ La comprensión imparcial en sí misma es locura,/ así las acciones son libres, de sí mismas liberadas».

Cuatro siglos después Tsang Nyon Heruka escribió su ‘Vida de Milarepa’. Lo presenta de manera romántica, como un hippie que enseñaba a su aire, contestaba a las preguntas con canciones, y vagaba sin casa fija. Su nombre significa ‘el hombre vestido de algodón’. Lo criaron unos tíos que lo trataron como esclavo, aprendió magia negra y se vengó de ellos, y después fue discípulo del traductor de textos Marpa. Hasta que se metió en una cueva y se liberó de todas las doctrinas rígidas. Una vez lo visitaron cinco monjas en el lugar más remoto de las montañas y le preguntaron cómo podía encontrar allí la felicidad. Y él contestó: «En el bosque bailan y oscilan los árboles./ Para los monos este es un campo de juego./ Qué felicidad moviendo todo el cuerpo/ con el poder que surge del yoga». El libro exalta a una figura rompedora, sorprendente, que habla con las diosas del viento. La iluminación es una orgía interior.

Poco después el poeta Drukpa Kunley se acostó con miles de mujeres para iluminarlas y le llamaron ‘el santo de las cinco mil mujeres’. Pintaba pollas en todas las paredes, las colocaba como protección de los malos espíritus y convertía con su polla a las demonias en diosas. Un día entró en el monasterio de Samye, el más antiguo del Tíbet, ofreciéndoles a los monjes su polla. A su polla le llamaba ‘el rayo de la sabiduría resplandeciente’ y miles de mujeres visitan su monasterio en Bután. dice que su pene es un rayo divino y se va a Buthan, que está lleno de falos en su honor. En el poema ‘Sutra del sexo’ dice: «El hablador rápido se inserta en el centro de una multitud,/ la riqueza monástica se inserta en los estómagos de los monjes,/ los penes gruesos se insertan en las jóvenes./ Kunley nunca se cansa de las chicas,/ los monjes nunca se cansan de la riqueza,/ las chicas nunca se cansan de sexo». Era igual de místico que Henry Miller.

La aventurera francesa Alexandra David Neel tradujo poemas de Tsangiang Gyatso, el sexto Dalai Lama, del siglo XVIII, que prefería las tabernas al palacio del Potala, que tenía amantes, que escribía poemas de amor. En el café Makie Ame (Bello Sueño) se enamoró de una mujer que se acercó a la ventana y le escribió entusiasmado. Los poderosos intentaron desacreditarlo y al final lo mataron, aunque los tibetanos creen que sigue vivo. Y claro que sigue vivo en sus poemas. En un poema dice: «Evoco en vano el rostro de mi maestro,/ no surge en mi espíritu,/ pero sin que lo llame el rostro de mi amada/ se levanta en él y lo trastorna». Y en otro : «La distancia de las estrellas puede ser medida/ trazando dibujos en la arena./ Pero, aunque conozca la suave carne de su cuerpo,/ no puedo sondar la hondura del corazón de la amada». Y otro descaradamente romántico : «La luna en su tercer día es brillante,/ trata de parecer tan brillante como la del decimoquinto día./ Házme, te lo ruego,/ una promesa igual a la luna del decimoquinto día».

Chogyam Trunpa , el autor de ‘Loca sabiduría’ y de montones de libros locos quiso comunicarle sus saberes a Allen Ginsberg. Se escapó del Tíbet cuando la invadieron los chinos, viajó a los Estados Unidos y murió de cirrosis. En su ‘Loca sabiduría’ —que se parece algo al «desatino controlado» de Carlos Castaneda— dice: «Comprenderemos que no vale la pena interpretarlo todo, traducir a nuestro lenguaje todo lo que vaya surgiendo. En la locura corriente uno hace que las cosas se ajusten a la idea que tiene de ellas, la loca sabiduría surge del instante mismo, de las cosas tal cual son». O sea, se trata de vivir como un visionario, de no reprimir las percepciones.

Los chinos no permiten que uno viaje a su aire por el Tíbet, solo se puede hacer en un grupo organizado, con todo programado al minuto. Tal vez no quieren que veamos el Tíbet de verdad. Igual que los doctrinarios y los creadores de sistemas no quieren que veamos la realidad contradictoria y loca tal como es. Por eso surgen los místicos en todas partes, los poetas visionarios, los maestros zen, los músicos, los contadores de sueños, para saltarse todas esas vallas. Pero yo he viajado apasionadamente al Tíbet con la mente muchas veces, y tal vez haya visto más que algunos que estuvieron allí. Y por eso también me escapo de las filosofías y las religiones y me lanzo a la orgía de la vida en sus paradojas y sus delirios. Y me sueño tomando licor fermentado en una taberna mejor recordando a escritores orgiásticos y mitos desenfrenados que en un monasterio consultando mamotretos teológicos.

Comentarios