Esas cosas feas que hacen las parejas

"Me fascinan también los novios que se llaman por el mismo apelativo cariñoso y, además, ponen voz de gominola cuando lo pronuncian, como si se hubiesen quedado solos"

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SIENDO ESTUDIANTE, el novio de una amiga le chupeteaba los pies mientras todos veíamos películas de vídeo. Él era un chico de lo más normal, con sus apuntes de Empresariales, sus pantalones de pinzas marrones y sus náuticos Camper. Aparentemente, inofensivo. Sin embargo, veía los pies de ella y se transformaba en un impetuoso cachorrillo de bóxer, sin importarle quién estuviese alrededor. Hace poco le reencontré convertido en un comercial de traje y corbata, pulcro y comedido, con su iPad y su tarjeta personalizada. Sin embargo, ese sonido gomoso y líquido de besuqueo nos acompañó toda la reunión y, mientras lo escuchaba en mi memoria, pensaba que las parejas son adorables, pero las parejas son también un infierno, especialmente para los otros.

Mi amigo Quim dice que prefiere un cólico nefrítico antes que una tarde en Ikea con dos novios. ¡Qué sabio! "¿A qué es mejor el nórdico azul? Díselo tú, anda, que a mí nunca me hace caso!". No se me ocurre nada más exasperante que ser utilizado para desempatar todas las decisiones que conlleva amueblar un apartamento. Particularmente, me sacan de quicio las parejas que hablan en plural. "Nosotros no iremos", dicen, como si se tratase de un grupo parlamentario fijando su posición. Son parejas que han renunciado a su autonomía, que llegan y se van atadas por una especie de cordón umbilical invisible. Su vida transcurre en tándem. ‘Contad con nosotros’, escriben en los grupos de whatsapp, uno siempre portavoz del otro. Son esas medias naranjas perfectas que están de acuerdo en todo, y uno se las imagina en casa consensuando temas. "Cari, ¿qué era lo que opinábamos de los refugiados?".

Me fascinan también los novios que se llaman por el mismo apelativo cariñoso y, además, ponen voz de gominola cuando lo pronuncian, como si se hubiesen quedado solos. "Chuli, ¿qué tomas?". "Una infusión drenante, chuli". Chuli 1 y Chuli 2, como agentes de policía tonteando por el walkie. En ese mismo grupo de parejas irritantes metería a los que se intercambian ropa con su novio. "Pues los dos usamos la misma talla, así que nos ponemos las camisas del otro todo el tiempo. ¿No te parece increíble?", me contó hace algún tiempo un ex, mientras yo lo imaginaba en lo alto de una pira ardiendo entre etiquetas de COS. Cuarenta kilos de diferencia nos impiden a mi Lama y a mí caer en ese vicio. Sin embargo, por casualidad, nos compramos una vez el mismo modelo de calzoncillos. Por difícil de creer que resulte, me puse los suyos. De verdad, no sé cómo lo hice sin seccionarme el tronco. Además, no fue un día cualquiera. Habíamos ido a hacer senderismo y kayak. Tras doce horas al borde de la trombosis, cuando me los quité, el elástico estaba tan hundido que aún tengo la marca.

Igual de asombrosas me parecen las parejas que disfrutan aireando intimidades en la sobremesa. Una amiga de mi Lama nos contó una tarde que su novio la tenía tan grande que rompía los calzoncillos, y lo soltó con una naturalidad pasmosa, como quien comenta que las bolsas del supermercado ya no aguantan la compra. Apenas teníamos confianza. De hecho, sería la cuarta vez que veía aquella veinteañera, que después de semejante confidencia siguió removiendo su cortado, esperando callada a que yo aportase algún comentario de valor a la conversación.

Sin embargo, las peores son las parejas saboteadoras. Si a uno se le ha ido la mano con el vino y esa noche está a tope, el otro inicia su ataque. Se va apartando de la conversación de puntillas, mientras desde la banda lanza miradas lánguidas y acuosas de cansancio y, poco a poco, va tomando posiciones para la artillería de bostezos, bostezos largos y profundos, que al otro le explotan en la conciencia como una bomba racimo de culpabilidad. El aire se vuelve tan irrespirable que finalmente se escucha: "¿Estás cansado? ¿Quieres que nos vayamos?". Y, entonces, llega el cierre maestro. "A ver, Nacho, si te lo estás pasando bien, nos quedamos un poco". A mí me ha tocado una de estas parejas, y, francamente, a veces preferiría ponerme sus calzoncillos.

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